Kathleen Dowling Singh, RIP

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Ninguna comunidad debería arruinar sus muertes. Esa es una sabia declaración de Mircea Eliade, a propósito de la muerte, hace dos semanas, de Kathleen Dowling Singh. Kathleen trabajaba en un centro de cuidados paliativos, era psicoterapeuta y escritora espiritual muy profunda e influyente.

Es conocida y profundamente respetada entre los que escriben y enseñan en el área de espiritualidad en razón de tres libros mayores: La gracia del vivir, La gracia del envejecimiento y La gracia del morir.  Curiosamente, trabajó hacia atrás al escribir su trilogía, empezando con el morir, continuando con el envejecer y finalmente ofreciendo una reflexión sobre el vivir. Hizo esto porque sus observaciones de fondo fueron tomadas de su experiencia como trabajadora de un centro de cuidados paliativos que atendía a pacientes terminales. Según lo que aprendió estando y observando, los moribundos le enseñaron mucho sobre lo que significa envejecer y, finalmente, lo que significa vivir. Sus libros tratan de destacar la profunda gracia que está inherente en cada una de estas etapas de nuestra vida: vivir, envejecer, morir.

Quiero destacar aquí particularmente las observaciones de su primer libro, La gracia de morir. Fuera de la Escritura y de algunos místicos clásicos, no he encontrado una comprensión espiritual tan profunda de lo que Dios y la naturaleza intentan en el proceso a través del cual entramos en la muerte, particularmente como es visto en alguno que muere a edad avanzada o de enfermedad terminal.

Singh concentra su tesis en una aguda frase: El proceso de la muerte está exquisitamente calibrado para introducirnos en el reino del espíritu. Hay sabiduría en el proceso de la muerte. Aquí está cómo funciona:

Durante toda nuestra vida, nuestra auto-conciencia limita de raíz nuestra consciencia, cerrando efectivamente de nuestra consciencia mucho del reino del espíritu. Pero ese no es el modo como nacimos. Como bebé, estamos maravillosamente abiertos y conscientes, pero, al faltar la auto-conciencia, un ego, no nos damos cuenta de lo que somos conscientes. Un niño es luminoso, pero un niño no puede pensar. Para pensar necesita formar un ego, venir a ser auto-consciente; y, según Singh, la formación de ese ego, la condición de auto-consciente, se afirma de cada uno de nosotros haciendo cuatro contracciones mentales masivas, cada una de las cuales cierra algo de nuestra consciencia del mundo del espíritu.

Nosotros formamos nuestros egos así: Primero, al comienzo de la vida del bebé, éste hace una distinción entre lo que es uno mismo y lo que es otro. Esa es la primera contracción mayor. Poco después, el bebé hace una  distinción entre el vivir y el no-vivir; un perrito tiene vida; una piedra, no. Algún tiempo después de eso, un bebé hace una distinción entre la mente y el cuerpo; un cuerpo es sólido y físico de una manera que la mente no es. Finalmente, al principio también de nuestras vidas, hacemos una distinción entre lo que podemos afrontar dentro de nosotros y aquello que nos da demasiado miedo afrontar. Separamos nuestra propia luminosidad y complejidad desde nuestra consciente consciencia, formando lo que con frecuencia es denominado nuestra sombra. Cada uno de estos movimientos cierra efectivamente todos reinos de la realidad desde nuestra consciencia. Haciendo eso -dice Singh- creamos el propio temor a la muerte.

Ahora, y ésta es la fecunda observación de Singh, el proceso de envejecimiento y muerte destruye efectivamente estas contracciones, haciéndolo en orden contrario a como nosotros las formamos, y con cada destrucción, estamos de nuevo más conscientes de un reino de la realidad más amplio, particularmente el reino del espíritu. Y esto culmina en los últimos momentos o segundos antes de nuestra muerte en la experiencia de éxtasis, observable en muchos pacientes terminales mientras mueren. Cuando la última contracción que formó nuestro ego se rompe, el espíritu se abre camino y rompemos en éxtasis. Como trabajadora de un centro de cuidados paliativos, Singh afirma haber visto esto muchas veces en sus pacientes.

Elizabeth Kubler Ross, en lo que ahora ha venido a ser virtualmente el canon sobre cómo entendemos las etapas del morir, sugirió que alguien al que diagnostiquen una enfermedad terminal atravesará cinco etapas antes de su muerte: Negación, Ira, Negociación, Depresión, Aceptación. Singh estaría de acuerdo con eso, pero añadiría tres etapas más: Una caída en la oscuridad que llega casi al desespero; una resignación que empequeñece nuestra inicial acogida y una irrupción en éxtasis. Ella señala que Jesús pasó por esas exactas etapas en la cruz: un grito de abandono que suena como desespero, la encomienda de su espíritu y el éxtasis que le fue dado en su muerte.

La observación de Singh es muy consoladora. El proceso de morir nos proporcionará que una profunda vida de oración y abnegación deba hacernos romper especialmente nuestro egoísmo y abrirnos al reino del  espíritu. Dios nos acogerá, de una manera u otra.

Hemos perdido a una gran mujer y una gran escritora espiritual. Sus hijos, escribiendo en facebook después de su muerte, dijeron simplemente que su madre querría que todos nosotros supiéramos que “ella fue un persona ordinaria que tuvo una muerte ordinaria”. Pero el legado espiritual que ella nos dejó está lejos de ser ordinario.