Con el nombre de “Pascua Florida” se desea designar el tiempo más luminoso, alegre y esperanzador del Año Litúrgico.
Se podría interpretar que aludiendo a la naturaleza, el nombre se refiere al ciclo de las estaciones, al optimismo que se experimenta por sentir cómo crece la luz, se alargan los días, aumenta el calor, florecen los arbustos.
La alegría de la Pascua no responde a un ciclo anual, ni al buen tiempo o despertar de la naturaleza, sino a la noticia que fundamenta la fe cristiana, la resurrección de Jesucristo, una vez para siempre.
Los cristianos en estas fiestas intercambiamos un saludo familiar: “¡Feliz Pascua!” En algunas comunidades la expresión es más explícita: “¡Aleluya, Cristo ha resucitado!” Y se responde: “¡Verdaderamente ha resucitado, aleluya!· Que es lo mismo que decir: “¡Alegría!, ha resucitado el Señor.” La petición de Jesús a su Padre, antes de morir, fue: “Que tengan en sí mismos mi alegría colmada” (Jn 17, 13).
Un texto pascual revela muy bien la reacción de los cristianos, que al igual que los Apóstoles, después de haber sufrido acompañando los pasos de la Pasión de Cristo, les puede parecer mentira sonreír de nuevo.
El Evangelio señala una reacción muy curiosa en los discípulos: “Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados…” (Lc 24, 41). La alegría es tan profunda e inesperada, que la naturaleza tarda en asumir el acontecimiento, aunque lentamente la verdad de la noticia abraza todo el ser, lo inunda y le da capacidad para superar todas las barreras. Es la experiencia de los dos discípulos de Emaús, cuando recapacitan y comparten el calor que sentían en su interior mientras Jesús les explicaba las Escrituras, aunque aún no lo habían reconocido.
Jesús les había anticipado a los discípulos: “Vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar” (Jn 16, 22).
Los primeros cristianos quedaron inundados del gozo pascual, de tal manera que los que los observaban se admiraban del amor, de la unidad y de la alegría que manifestaban. Los Apóstoles “acudían al Templo todos los días con perseverancia y con un mismo espíritu, partían el pan por las casas y tomaban el alimento con alegría y sencillez de corazón.” (Act 2, 46).
En el discernimiento espiritual, un principio ignaciano es la consolación. La Pascua deja gustar el sabor dulce de la presencia deseada, y auque no se vea al Señor, la fe concede la certeza del abrazo de quien de muchas maneras se revela en el corazón de los que esperan y confían.