Dios Creador, Alfarero divino, si al hacer al hombre te entretuviste como artesano y plasmaste en nuestro barro el destello de tu semblante; si enamorado de la obra salida de tus dos manos, como diría san Ireneo, nos infundiste el soplo de tu Espíritu; si no tuviste a menos pasear y conversar, cada tarde, con nuestros primeros padres, cuando te detuviste para crear a la criatura escogida, la que llegaría a ser la Madre de tu Hijo Unigénito, la bendita entre todas las mujeres, ¿qué don imprimiste en ella?
Si al ser humano, hombre y mujer, lo creaste como obra cumbre de tu proyecto amoroso, a María, la Virgen Nazarena, la llenada de gracia, tu amada, a quien preservaste de toda mancha de pecado ¿cuándo la diseñaste?
¿Acaso fue en tu mente la primera criatura, la que en verdad reflejaba la belleza y hermosura del más bello de los hombres? ¿Acaso en tu corazón fue María, la mujer, la que contemplaste como obra maestra?
Si el ser humano es imagen tuya, y María es Madre del Primogénito de todos los hombres, ¿fue ella en tu mente el diseño perfecto, que quisiste después plasmar en todos? ¿Se podrá aplicar a la sin pecado lo que dice el libro de los Proverbios: “El Señor me creó al principio de sus tareas, al comienzo de sus obras antiquísimas. En un tiempo remoto fui formada, antes de que la tierra existiera. Antes de los abismos fui engendrada, antes de los manantiales de las aguas. Aún no estaban aplomados los montes, antes de las montañas fui engendrada” (Prov 8, 22-25)?
Déjame contemplar la hermosura, fascinarme ante la criatura más perfecta. Déjame decirle a María: “Escucha, hija, mira: inclina el oído, olvida tu pueblo y la casa paterna; prendado está el rey de tu belleza” (Sal 45).