A pesar de que no demasiada gente podría reconocer esto, el movimiento #MeToo es, en esencia, un firme defensor de la castidad. Si la castidad puede ser definida como situarse ante otro con reverencia, respeto y paciencia, entonces casi todo acerca del movimiento #MeToo habla explícitamente de la no-negociable importancia de la castidad, e implícitamente a favor de lo que nuestra sexualidad está destinada en definitiva a hacer, esto es, bendecir a otros más bien que explotarlos.
Lo que #MeToo ha ayudado a exponer es cómo el sexo es usado con frecuencia como poder, poder para forzar el consentimiento sexual, poder para permitir o bloquear a alguien el avance en su vida y carrera, y poder para hacer del lugar de trabajo de alguien una mansión de confort y seguridad, o un sitio de inseguridad y miedo. Esto ha estado dándose desde el comienzo de los tiempos, y hoy continúa siendo la herramienta sexual de mucha gente en posiciones de poder y prestigio: directores de Hollywood, personalidades de televisión, profesores de universidad, atletas famosos, empresarios, líderes espirituales y personas de toda clase que detectan poder y prestigio. Demasiado frecuentemente, personas con poder y prestigio se permiten (aunque sea inconscientemente) ser dominados por el viejo arquetipo del rey, cuya creencia era que todas las mujeres de la tierra le pertenecían a él, quien tenía el privilegio sexual por derecho divino. El movimiento #MeToo está afirmando que este momento de la historia ha caducado, y algo más se pide de las personas que están en el poder, la autoridad y el prestigio. ¿Qué se pide?
En una palabra: bendecir. Lo que Dios y la naturaleza solicitan del poder es que bendiga más bien que explote, que use el privilegio para mejorar más bien que para acosar, y crear un espacio de seguridad más bien que un lugar de temor. Imaginaos, por ejemplo, si en cada una de esas instancias de alto perfil donde un productor de Hollywood, una personalidad de televisión, un atleta estrella o un líder espiritual fue acusado de acosar, explotar o agredir a mujeres, esos hombres, en vez de actuar con poder y prestigio, hubieran usado ese poder, para ayudar a esas mujeres a ganar más acceso a la seguridad y el éxito más bien que (perdón por la terminología) para coquetear con ellas. Imaginaos si hubieran usado su poder para bendecir a esas mujeres, para admirar con sencillez su belleza y energía, para hacerlas sentirse más seguras y para ayudarlas en sus carreras. ¡Qué diferente sería hoy para esas mujeres y para esos hombres! Unas y otros serían más felices, más sanos y tendrían una valoración más profunda del sexo. ¿Por qué? ¿Cuál es la conexión entre bendición y sexo?
Bendecir a una persona es realizar dos cosas: Primera, es dar a esa persona el punto de vista de una admiración no-explotadora, admirarla sin ningún ángulo de autointerés. Segunda: Bendecir a alguien es utilizar tu propio poder y prestigio para ayudar a hacer la vida de esa otra persona más segura y confiada, y ayudar a esa persona a prosperar en sus sueños y empeños. Bendecir a otra persona es decirle: Gozo con tu belleza y energía. Ahora bien, ¿qué puedo hacer por ti que te ayude (y no redunde en mi propio interés)? Bendecir a otro así es la más alta expresión de sexualidad y castidad. ¿Cómo se entiende esto?
La sexualidad es más que practicar sexo, y la castidad es más que practicar abstinencia. La sexualidad es nuestro anhelo interior en provecho de la comunidad, la amistad, la totalidad, la familia, la creatividad, el juego, el significado transpersonal, el altruismo, el goce, la delectación, la realización sexual, el ser inmortal y todo lo que nos transporta más allá de nuestra soledad. Pero esto tiene etapas evolutivas. Sus etapas más tempranas se fijan en practicar sexo, en la intimidad emocional y en la generatividad, en dar a luz y criar. Sus etapas posteriores se fijan en la bendición, la admiración y el desprendimiento de modo que los demás puedan tener más.
¿Me atrevo a decir esto? La expresión más madura de la sexualidad en este planeta no es una pareja que hace el amor perfecto, por más maravilloso y sagrado que eso sea. Más bien es un abuelo que mira a un nieto con un amor que es más puro y más desinteresado que cualquier amor que haya experimentado antes en su vida, un amor sin ningún autointerés, que es sólo admiración, abnegación y delectación. En ese momento, esta persona está reflejando a Dios que mira la creación inicial y exclama: ¡Es bueno, es muy bueno! Lo que sigue después es que esta persona, como Dios, intentará abrir senderos, aun a costa de la muerte, para que pueda prosperar la vida de otro.
Dios y la naturaleza proyectaron el sexo para muchos fines: Intimidad, deleite, generatividad, comunidad y placer; pero esto posee muchas modalidades. Tal vez su más alta expresión sea la de la admiración, de alguien que mira a otra persona o al mundo con la transparente mirada de la admiración, con todo dentro de esa persona que dice de algún modo: ¡Oh! ¡Me complazco en ti! ¡Tu energía enriquece este mundo! ¿Cómo puedo ayudarte? Lo superior integra y cauteriza a lo inferior. No hay tentaciones de violar la belleza y dignidad del otro cuando podemos darle la transparente mirada de la admiración.
La admiración y la bendición son el juego final de la sexualidad. Ojalá que aquellos que están en el poder acusados por #MeToo se hubieran dado a la admiración más bien que a la explotación.