El escritor de espiritualidad Tom Stella cuenta una historia de tres monjes en oración en la capilla de su monasterio. El primer monje se imagina a sí mismo siendo llevado al cielo por los ángeles. El segundo monje se imagina a sí mismo ya en el cielo, cantando las alabanzas de Dios con los ángeles y santos. El tercer monje no puede concentrarse en pensamientos santos, sino sólo puede pensar en la gran hamburguesa que se ha comido justo antes de venir a la capilla. Esa noche, cuando el diablo estaba anotando su reportaje del día, escribió: “Hoy traté de tentar a tres monjes, pero sólo tuve éxito con dos de ellos”.
En esta historia hay más profundidad que la que inicialmente salta a la vista. Ojalá, hace años, hubiera comprendido yo cómo los ángeles y las grandes hamburguesas juegan un papel en nuestro itinerario espiritual. Ya ves, durante demasiados años, yo identifiqué búsqueda espiritual con sólo explícitos pensamientos religiosos, oraciones y acciones. Si yo estaba en la iglesia, era espiritual; mientras que si estaba gozando de una buena comida con los amigos, era meramente humano. Si yo estaba rezando y podía concentrar mis pensamientos y sentimientos en algo santo o inspirador, sentía que estaba rezando y era, durante ese tiempo, espiritual y religioso; mientras que si estaba distraído, fatigado y demasiado somnoliento para concentrarme, sentía que había rezado pobremente. Cuando yo estaba haciendo explícitamente cosas religiosas o tomando decisiones morales más obvias, me sentía religioso, y todo lo demás era, a mi juicio, mero humanismo.
Aun cuando yo no era particularmente maniqueo ni negativo acerca de las cosas de este mundo, sin embargo las cosas buenas de la creación (de la vida, de la familia y la amistad, del cuerpo humano, de la sexualidad, de la comida y bebida) nunca fueron entendidas como espirituales, como religiosas. En mi mente, había una distinción bastante exacta entre cielo y tierra, lo santo y lo profano, lo divino y lo humano, lo espiritual y lo terreno. Esto era especialmente cierto para los aspectos más terrenos de la vida, a saber, la comida, la bebida, el sexo y los placeres corporales de cualquier clase. A lo más, éstas eran distracciones de lo espiritual; en el peor de los casos, eran tentaciones negativas que me ponían una zancadilla, obstáculos a la espiritualidad.
Pero, tropezando con bastante frecuencia, entendemos al fin: Traté de vivir como los dos primeros monjes, con mi mente en las cosas espirituales, pero el tercer monje quedó poniéndome la zancadilla, irónicamente no lo menos cuando estaba en la iglesia o en oración. Aun cuando estaba en la iglesia o en oración y tratando de encajar la mente y el corazón en cosas del espíritu, me encontraba siempre asaltado por cosas que, supuestamente, no tenían ningún lugar en la iglesia: recuerdos y planes de juntarme con los amigos, ansiedades sobre relaciones, ansiedades sobre tareas inacabadas, pensamientos sobre mis equipos de deporte favoritos, pensamientos de sabrosas comidas con pasta y vino, o chuletas a la parrilla y hamburguesas de panceta; y, lo más pagano de todo, fantasías sexuales que parecían la verdadera antítesis de todo lo que es espiritual.
Supuso algunos años y una mejor guía espiritual aprender que muchas de estas tensiones fueron declaradas verdaderas sobre la base de una pobre y deficiente comprensión de la espiritualidad cristiana y de la verdadera dinámica de la oración.
La primera comprensión deficiente tenía que ver con la falsa interpretación del propósito y designio de Dios al crearnos. Dios no diseñó nuestra naturaleza de una única manera, esto es, para ser sensitiva y para estar tan profundamente enraizada en las cosas de esta tierra, y después demandar que vivamos como si no fuéramos corpóreos y como si las cosas buenas de esta tierra fueran sólo ficción y obstáculos para la salvación, como opuestas a ser una parte integral de salvación. Además, la encarnación, el misterio de Dios que viene a ser corpóreo, sensitivo, que se hace presente en carne humana, enseña inequívocamente que nosotros encontramos la salvación no escapando del cuerpo y de las cosas de esta tierra sino entrando en ellas más profunda y correctamente. Jesús afirmó la resurrección de lo corpóreo, no la huída del alma.
El segundo malentendido tenía que ver con la dinámica de la oración. Inicialmente, en sus etapas tempranas, la oración se centra sobre el enfoque y concentración de lo sagrado, sobre la conversación con Dios, tratando de dejar aparte, por un tiempo, las cosas de este mundo para entrar en el reino de lo sagrado. Pero ésa es la primera etapa de la oración. Al final, cuando la oración profundiza y madura -en palabras de Juan de la Cruz- las cosas importantes empiezan a suceder bajo la superficie, y sentarse en la capilla con Dios no es diferente que sentarse con alguien con quien te sientas regularmente. Si tú visitas a alguien diariamente, no tendrás cada día conversaciones profundas e intensas; mayormente hablaréis sobre las cosas cotidianas, asuntos familiares, el tiempo, deportes, política, los últimos programas de TV, comida, etc.; y te encontrarás a ti mismo mirando a tu reloj ocasionalmente. Resulta lo mismo en nuestra relación con Dios. Si rezas con regularidad, diariamente, no tienes que atormentarte concentrando y manteniendo la conversación fija en cosas profundas y espirituales. Sólo tienes que estar allí, tranquilo con un amigo. Las cosas profundas están sucediendo bajo la superficie.