II Martes de Cuaresma
(Is 1, 10. 16-20; Sal 49; Mt 23, 1-12)
La corrección
Hay muchas formas de corregir; por ejemplo, la de quienes agrandan los defectos del otro para camuflar los propios, y la de quien, de manera comprensiva, alienta y pone en verdad, sin juicio ni condena.
El profeta, en nombre de Dios, aconseja para bien, y nos describe con benevolencia lo que quizá podemos esconder, para que nos animemos a vivir rectamente. “Lavaos, purificaos, apartad de mi vista vuestras malas acciones. Cesad de obrar mal, aprended a obrar bien; buscad el derecho, enderezad al oprimido; defended al huérfano, proteged a la viuda. Entonces, venid y litigaremos -dice el Señor-. Aunque vuestros pecados sean como púrpura, blanquearán como nieve; aunque sean rojos como escarlata, quedarán como lana” (Is 1,10).
Lo mismo hace el salmista, quien nos asegura el modo de caminar gustando las primicias de la salvación: “El que me ofrece acción de gracias, ése me honra; al que sigue buen camino le haré ver la salvación de Dios” (Sal 49).
Un principio evangélico es el de saberse criatura y llamarse constantemente al último lugar, a la manera de Jesús, que siendo el Maestro, se puso a los pies de los discípulos; siendo Señor, se hizo servidor. “No os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo” (Mt 23, 11-12).
Santa Teresa de Jesús
Algunos consejos de la santa castellana, que ella misma recibió y le hicieron bien, nos pueden ayudar. “Cuando vemos una imagen muy buena, aunque supiésemos la ha pintado un mal hombre, no dejaríamos de estimar la imagen ni haríamos caso del pintor para quitarnos la devoción. Porque el bien o el mal no está en la visión, sino en quien la ve y no se aprovecha con humildad de ellas; que si ésta hay, ningún daño podrá hacer aunque sea demonio; y si no la hay, aunque sean de Dios, no hará provecho” (Fundaciones 8, 3)
“Y téngase este aviso, que si no obedeciere a lo que el confesor le dijere y se dejare guiar por él, que o es mal espíritu, o terrible melancolía. Porque, puesto que el confesor no atinase, ella atinará más en no salir de lo que le dice, aunque sea ángel de Dios el que la habla; porque Su Majestad le dará luz u ordenará cómo se cumpla, y es sin peligro hacer esto, y en hacer otra cosa puede haber muchos peligros y muchos daños” (Fundaciones 8, 5).
“… loar a las que se señalan en cosas de humildad y mortificación y obediencia, que a las que Dios llevare por este camino de oración muy sobrenatural, aunque tengan todas estotras virtudes. Porque si es espíritu del Señor, humildad trae consigo para gustar de ser despreciada, y a ella no hará daño y a las otras hace provecho” (Fundaciones 8, 9).