La cuaresma, preparación para la Pascua

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.El calendario litúrgico de La iglesia nos introduce en el tiempo de cuaresma.  Es un tiempo de cuarenta días. Tiene significado en diferentes niveles. Es tiempo de preparación para la Pascua en el hoy del pueblo de Dios. Se nos propone dedicar más tiempo e intensidad a la oración, a la devoción, que nos hace reconocer la necesidad que tenemos de Dios. Los cuarenta días cuaresmales son memorial de las cuarentenas bíblicas: los cuarenta días de Jesús en el desierto, los cuarenta días de Moisés en el Sinaí; los cuarenta días de peregrinación del profeta Elías hacia las fuentes del Yahvismo, los cuarenta días del Resucitado, previos a la ascensión a la gloria.

Memoria del camino de Jesús

El tiempo de cuaresma es evocación y actualización del camino bautismal. Por el sacramento bautismal de la fe hemos sido incorporados al misterio de Cristo. El misterio de su vida, muerte y resurrección de Cristo está presente y activo en nuestra vida de cada día. La presencia sacramental tiende a convertirse en presencia consciente y trasformadora de nuestras ideas y nuestras prácticas. Impulsa desde el interior un camino de conversión hacia el estilo de vida de Jesús.

Presencia del itinerario bautismal

El tiempo de cuaresma nos va mostrando la gracia y la responsabilidad de ser discípulo de Jesús; nos muestra el camino del seguimiento de Jesús que desemboca en el rechazo, la condena y la crucifixión. Y la resurrección. ¿Qué implica este final histórico de Jesús para los seguidores?

  1. Seguir a Jesús crucificado es ser iconoclasta con respecto a las idolatrías e ideologías absolutas, en cuyo nombre se sacrifica al ser humano. Si Dios ha resucitado al Crucificado Jesús, el acontecimiento pascual es la crítica y la desautorización de los poderes que conducen a la muerte de los inocentes. El Mesías crucificado es la crítica de nuestro conocimiento de Dios, de nuestros teísmos y ateísmos. La cruz de la esperanza mesiánica es la esperanza de la cruz, es decir, que brota y renace allí donde parece que se ha terminado. Y ello por la fidelidad y las promesas del Dios de la vida.
  2. Seguir al Jesús crucificado es solidarizarse con las víctimas de la sociedad, es ponerse de parte de los crucificados. A los pies del Cristo crucificado aprendemos a contemplar e identificar su rostro en los crucificados de la historia, personas y pueblos. En las heridas del Crucificado se desvelan las heridas de la humanidad.
  3. Seguir a Jesús crucificado es hacer la experiencia de que la cruz de los seguidores es la consecuencia de la lucha por reino. Se trata de la cruz de la esperanza mesiánica, no cualquier cruz. Se trata del dolor que consecuencia de la lucha contra el dolor. El seguimiento de Cristo conduce a recorrer el itinerario que Él recorrió; el seguimiento del Mesías crucifica conduce a la crucifixión, es decir, al rechazo, a la marginación y exclusión. “Recordad lo que os dije: No es el siervo más que su amo. Si a mí me han perseguido, también a vosotros os perseguirán; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra” (Jn 15,20)
  4. Seguir a Jesús crucificado no es cultivar, ante todo, actitudes de pasividad y fatalismo. El seguimiento no es una llamada a la resignación. La cruz de Jesús es la cruz del rebelde; no adormece, sino que despierta e inquieta.
  5. Seguir a Jesús crucificado no implica cargar con cruces artificiales o inventadas; implica cargar con el dolor y las cruces que son consecuencia del seguimiento. El testimonio de una vida según el estilo de Jesús tiene su precio en este mundo. En este sentido el seguimiento de Jesús se convierte en seguimiento del Crucificado. La primera carta de Pedro siguiendo la lógica bautismal nos lo recuerda: “ Pero si obrando el bien soportáis el sufrimiento, esto es cosa bella ante Dios. Pues para esto habéis sido llamados ya que también Cristo sufrió por vosotros, dejándoos ejemplo para que sigáis sus huellas” (1Ped 20b-21). El dolor de Jesús en la cruz no debe conducir a la exaltación del dolor por el dolor, como si el dolor, por si mismo fuera redentor. Es preciso estar atentos a la tergiversación del dolor en las interpretaciones soteriológicas de la cruz. No todo dolor es redentor. No podemos atribuirle un valor reparador como si Dios necesitara reparación o fuera un acreedor implacable que exige la reparación. El Padre de Jesús no necesita “sangre” para su gloria; como si fuera incapaz de perdonar gratuitamente. El Padre no necesita el sacrificio de su Hijo para ser benévolo con la humanidad que ha creado. No es un Dios siempre enojado.
  6. Seguir a Jesús crucificado es asumir las consecuencias de la identificación con su estilo de vida y de misión. Identificarse con él, implica ponerse en camino de rechazo, de incomprensión y marginación en este mundo. La crucifixión de Jesús es la consecuencia de su estilo de vida libre, crítico, misericordiosa. La crucifixión es la condensación de su vida histórica. Seguirle implica ponerse en un itinerario peligroso
  7. Seguir al Jesús crucificado en nombre de la ley significa renunciar radicalmente a la ley y el mérito como camino de salvación. El Resucitado crucificado se hace presente mediante la fe, por pura gracia. Adorar al Dios del Crucificado implica romper con los ídolos de poder, del tener, del dominar.
  8. Seguir al Crucificado implica hacer la experiencia del poder de la debilidad: El amor de Dios en Cristo vence incluso allí donde es rechazo y derrotado. El amor es más fuerte que la muerte. La resurrección de Jesús crucificado revela el corazón mismo de Dios Padre. Se muestra como amor gratuito, universal, incondicional.
  9. Seguir al Mesías crucificado es asumir confiadamente los inevitables sufrimientos de la condición humana doliente, contingente y finita. Y asumir la propia muerte como nacimiento definitivo a la vida plena. Es la llamada “belleza escatológica de la cruz” (VDQ, 18).
  10. Seguir al Mesías crucificado lleva consigo la rectificación de ciertas prácticas de mortificación que se basan en la idea de que todo dolor es redentor. Se falsifica el sentido de la cruz cuando se recurre a ella para sancionar la opresión, la sumisión en nombre del poder. Escuchar y adorar al Dios de la cruz requiere revisar la imagen de Dios, contaminada por ideas de castigo, de satisfacción, de deuda. El Dios de la cruz es el Dios del amor incondicional hecho silencio desconcertante en el crucificado.