LA ESPIRAL DE LA ALIANZA: Cuarta etapa: “en el camino de la paz”: unión y fecundidad

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.No es fácil hablar de la etapa final del camino espiritual. Ante todo, por falta de experiencia personal. Es necesario recurrir al testimonio de aquellas personas que han sido agraciadas con esta fase de la espiral de la Alianza. Sí podemos vislumbrar lo que en esta etapa se nos concederá, porque hay ocasiones en las que de forma provisoria nos es concedido experimentar la unión y la maravillosa fecundidad de Dios a través de nuestra limitación y pobreza. En la espiral de la Alianza, el Espíritu nos hace pre-gustar aquello que se nos promete como futuro o adviento de Gracia. En todo caso, los místicos -que han llegado a esta fase- nos invitan a dejarnos invadir por la gracia transformadora y a soñar con aquello que a veces nos parece imposible.

Agente de la divinidad en “el camino de la paz”

Quien ha perseverado en la espiral de la Alianza llega a la gran transformación, que vuelve al ser humano “agente de la divinidad”.

  • En esta etapa final Dios, no solo acompaña, sino que establece su morada en su aliado o aliada (Jn 14,23); 17,21).
  • Y así lo canta la esposa del Cantar de los Cantares: “Mi amado es para mí y yo soy para mi amado” (Cant 6,3; 8,3).
  • Ésta es la situación reflejada por Pablo cuando exclamaba: “No soy yo quien vive, es Cristo quien vive en mí” (Gal 2,20).
  • A esta etapa se refiere el ardiente deseo de toda la Iglesia, esposa de Cristo, colmada del agua viva del Espíritu, que aparece al final de la Escritura en el libro del Apocalipsis: “El Espíritu y la esposa dicen: Ven” (Apc 22,17).
  • Ésta es la etapa del “matrimonio espiritual” entre Dios y el alma, que tanto sorprendía a los grandes místicos y que de forma tan sublime expresó san Juan de la Cruz en su poema “En una noche oscura”:

¡Oh noche amable más que la alborada!

¡Oh noche que juntaste
amado con amada,
amada en el amado transformada!

A santa Teresa de Jesús no le resulta fácil describir lo que acontece en esta etapa de la “unión en la Alianza”[1]. Ella la compara a “una nube de la Gran Majestad acá en esta tierra” que se derrama sobre el huerto del alma y lo empapa, pero que al mismo tiempo recoge “los vapores de la tierra –del alma- y la levanta toda ella y sube la nube al cielo y llévala consigo, y comiénzala a mostrar cosas del Reino que le tiene aparejado”[2]: el espíritu humano es elevado y unido al amor de Dios. Dios extasía al ser humano en su cuerpo y espíritu. Todo se concentra en Dios:

“Deshácese toda la persona para ponerse más en Mí. Ya no es ella la que vive sino Yo”[3].

“Comenzóme a hablar el Señor y díjome que no me fatigase… mostrándome gran amor me decía muchas veces: Ya eres mía y yo soy tuyo”[4].

Este sometimiento a Dios le da a la persona un gran señorío: “ya no se enreda en nada”, ni en la honra, ni en el dinero, ni en los placeres; se desprende de la farsa de la vida, pero –por otra parte- siente necesidad de implicarse a tope en la vida.

La última etapa de la espiral de la Alianza se caracteriza por la quietud, por el sosiego, por la paz. A ello conduce el camino espiritual.

  • Zacarías cantó en su Benedictus la utopía del pueblo de Dios cuando exclamó: “Por la entrañable misericordia de nuestro Dios nos visitará el sol que nace de lo alto… para guiarnos por el camino de la paz” (Lc 1, 79).
  • El primer deseo que Jesús resucitado mostró a sus discípulos fue ”¡paz! (Shalom)” (Mt 28,10; Lc 24,36; Jn 20,19). No era un mero saludo protocolario, sino un regalo divino eficaz, transformador: “estaré con vosotros todos los días… hasta el fin del mundo” (Mt 28).

El pecado produce en nosotros una situación de desequilibrio, de guerra e inquietud interior, de angustia abismal. Al llegar al culmen de la vida espiritual, el Espíritu nos introduce en los “caminos de la paz”. La paz de Dios afecta al espíritu y al cuerpo.

El don de sabiduría

En esta fase de la vida espiritual el Espíritu Santo se derrama en el creyente como “sabiduría”, “toda sciencia trascendiendo”. La persona “sabia” es aquella que ve y gusta la realidad con los ojos y el paladar de Dios. Ha llegado al discernimiento total. Es agraciada con el instinto divino que emerge de la “unión de voluntades” por el amor. El don de sabiduría dilata el amor, lo vuelve más ardiente, más dinámico, más fecundo.  Jesús Resucitado es poder y sabiduría de Dios. Quien está unido a Él participa de esa sabiduría y poder, aunque el cuerpo se encuentre enfermo, o en estado de ancianidad, incluso en estado terminal. La sabiduría y la paz van de la mano. Por eso, la bienaventuranza de los pacíficos, que serán llamados hijos de Dios, es la expresión de la sabiduría. La paz emerge de la contemplación de un mundo diferente en el futuro de Dios, de la “memoria futuri”, que define la fe. La paz se anticipa para quien ha recibido el don de la sabiduría: es esperanza cierta de que el mundo será restaurado según su vocación primera. La paz, fruto de la sabiduría contiene en sí misma todos los dones del Espíritu Santo. La luz de Dios se proyecta sobre el alma; ésta ve muy clara la verdad de Dios y la vanidad del mundo: “todo es nada y menos que nada lo que se acaba y no contenta a Dios”[5].

La fecundidad espiritual

En esta etapa de la vida espiritual paz y sosiego no se oponen al dinamismo de la misión. No es el momento de la jubilación espiritual, sino de una presencia misionera mucho más intensa. La mística inserta en la realidad el Misterio que transforma no solo a la persona mística, sino al mundo:

  • San Antonio Abad, Santa Teresa de Jesús, fueron en su etapa mística, un hombre y una mujer de una extraordinaria influencia en la sociedad.
  • Quedaron transformados en auténticos agentes del Espíritu Santo. Con poco, realizaron mucho.
  • Como decía santa Teresa de Jesús, en esta fase Marta y María están muy unidas y la persona mística se siente investida de funciones de profeta, como un vocero de Dios, como María Magdalena y como Pablo[6].
  • Aparece una nueva actitud de servicio a las personas:

“comienza el alma a repartir fruta y no le hace falta a sí… Comienza a dar muestras del alma que guarda los tesoros del cielo y a tener deseos de repartirlos con otros y suplicar a Dios no sea ella sola la rica. Comienza a aprovechar a los prójimos casi sin entenderlo”[7].

“le nacieron alas para bien volar”[8].

  • En su fase mística Santa Teresa se convirtió en fundadora de monasterios. Ella estaba convencida de que esa era la voluntad de Dios y que, por lo tanto, eran “obra de Dios”: Dios endereza lo torcido[9]. El maravilloso protagonismo de Dios “espanta” a Teresa: “Siempre entiende, lo hacía el Señor”[10]

 * * *

Hablar de espiritualidad cristiana como “espiral de la Alianza” quiere decir que el seguimiento de Cristo tiene un sentido y una finalidad, a pesar del dramatismo que en su recorrido acontece con frecuencia. El final es descrito por el cuarto Evangelio como “vida eterna”: “vida” –que no es esta forma de vida abocada a la muerte- y “eterna” –que nada tiene que ver con nuestro modo de entender el tiempo-. “Vida eterna” hace referencia a la culminación de la Alianza: a una unión misteriosa que nos hará vivir la misma vida de Dios  y ella se transparentará en nosotros. Será un entrar en la danza de Dios, en su misteriosa “comunión de amor”.

El culmen de la vida espiritual esta tierra consiste en compartir la caridad misma de Dios, amar con el mismo amor con que Dios nos ama.  La imagen que se utiliza frecuentemente en los místicos es la del “matrimonio místico”: donde el amor de Dios y del ser humano se unen en uno solo.

A quienes les es concedido, se les proclama la bienaventuranza apocalíptica: “Bienaventurados los invitados a la fiesta de bodas del Cordero” (Apc 19,9). La vida espiritual es un don, no una conquista, es una “invitación” no una necesidad. Ésta es la respuesta al deseo y búsqueda de felicidad de todo ser humano.

El ser humano no está solo en este camino de la vida espiritual. En su camino Jesús le confía a María, como su Madre espiritual (Jn 19,25-27). María es el modelo del corazón que escucha la palabra de Dios y la obedece (Lc 11,28). La función de María consiste en ayudarnos a aceptar la mediación de la humanidad de Jesús en nuestro acceso a Dios.

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[1] “Cuando comencé esta postrera agua a escribir, que me parecía imposible saber tratar cosa más que hablar en griego, que así es ello dificultoso. Con esto, lo deje y fui a comulgar. ¡Bendito sea el Señor que así favorece a los ignorantes! ¡Oh virtud de obeecer, que todo lo puedes! Aclaró Dios mi entendimiento, unas veces con palabras y otra poniéndome delante cómo lo había de decir, que como hizo en la oración pasada, Su Majestad parece quiere decir lo que yo no puede ni sé”: Teresa de Jesús, Libro de la Vida, cap.18,8.

[2] Teresa de Jesús, Libro de la Vida, cap.20,2.

[3] Teresa de Jesús, Libro de la Vida, cap.18,14.

[4] Teresa de Jesús, Libro de la Vida, cap. 39,21..

[5] Teresa de Jesús, Libro de la Vida, cap.20,26.

[6] Teresa de Jesús, Libro de la Vida, cap.21,7.

[7] Teresa de Jesús, Libro de la Vida, cap.19,3.

[8] Teresa de Jesús, Libro de la Vida, cap. 20,22.

[9] Teresa de Jesús, Libro de la Vida, cap.33,1.

[10] Teresa de Jesús, Libro de la Vida, cap.36,6.

 


Extraído del Blog "Ecología del Espíritu"