LA FAMILIA ES UNA CÁTEDRA

Cuando pinto un pájaro -decía un pintor- no me enredo en los detalles de las alas, sino que pinto el vuelo. Y Bergson nos advierte que el fuego que está en el centro de la tierra no se manifiesta más que en la cumbre de los volcanes.

La solidez de la institución familiar

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.No se trata de restaurar y barnizar un mue­ble viejo porque aún puede ejercer su función y ocupar modestamente un puesto en las ofertas del rastro.

Se trata de valorar y afirmar rotundamente que la familia es estructura firme para la construcción de la sociedad del futuro. Las situaciones nuevas creadas por los cambios acelerados que sufre la sociedad en las costumbres: el trabajo de ambos cónyuges, reparto de actividades domésticas, pa­ternidad responsable… son nada más que retos que exigen soluciones nuevas, valientes, genero­sas y creativas.

Se tiene que insistir, sin embargo, en que al mirar todas estas realidades no se puede uno en­redar en los detalles de las alas, ni se puede im­pedir el vuelo del futuro de la familia, no obsta-
culizar el fuego interior que se manifieste en las cumbres.

Desde horizontes humanistas

Y, circunscritos a esta clave humanista, es lu­minosa la opinión del recordado alcalde madrile­ño don Enrique Tierno Galván, al que sus enemi­gos llaman «víbora con cataratas» y «demonio de ojos azules».

Hablé sólo una vez con él y mi impresión -na­da más que impresión desde luego- coincide con la de Pilar Urbano que le entrevistó para Época: «mente lúcida, sentido común, anchuroso silo de cultura… y algo más importante: una buena per­sona».

Pues bien, afirmaba el sabio y viejo profesor: «Esa gran cátedra que es la familia… [cuya] des­trucción es uno de los peores síntomas de disolu­ción de los valores de nuestro tiempo. Yo deseo, yo espero que reviva de nuevo la familia como unidad de afectos y de intereses. Porque no nos engañemos: la familia es insustituible. Nada, nadie puede ocupar su lugar o desempeñar su función. El consejo del padre, la piedad de la madre, la observación del hermano, las cuitas y alegrías com­partidas en común… todo eso viene a definir el ca­rácter y a preparar moralmente al hombre que va
a ser».

Oposiciones a cátedra, igual a inten­sa preparación

Llegar a sentar cátedra de vida familiar, no se improvisa, ni se manipula. Eso creía respecto al toro de lidia que se podía hacer, aquel francés, di­rector de cine. Instruía para las tomas de cámara, al gran Jaime Ostos:

«Usted recibe al toro aquí, luego lo lleva al me­dio de la plaza, luego unos pases mirando al ten­dido de sol, luego cercano al tendido de sombra unos pases naturales y uno de pecho. Y ya el des­plante mirando con aire de triunfo al público que le aplaude».

El torero, después de escuchar con calma, añade con sorna: «De acuerdo. Ahora vamos a los corrales a explicarle todo eso al toro».

Creo que es claro como el agua que no pue­den los toreros ir a la plaza con los pases prefa­bricados. Pero tampoco pueden ser un muletilla -o una muletilla- que se lanza a lo que salga.

Debe haber una gran preparación para saber conducir las embestidas. Y esto sólo se consigue con horas y horas de tentadero o de dehesas ilu­minadas por la luna, donde se aprende a dominar y aguantar las reacciones instintivas del toro bra­vo y peligroso.

Creo que es una comparación muy válida. No se pueden lanzar a la plaza del matrimonio maletillas apresurados y apresuradas. No se puede prescindir de un ejercicio largo para aprender a templar y dominar egoísmos. Y así augurar días de plenitud y felicidad.

Una seria preparación evita interrogantes e inquietudes como la de aquella joven que co­mentaba a una amiga los preparativos de su boda y apostillaba:

«¡Pero he puesto el piso a mi nombre, por si acaso!» ¿Habrá oído alguna vez esta novia calcula­dora, aquello de que las aguas torrenciales no po­drán apagar el amor?

Amores que caminan por senderos de gene­rosidad y oblatividad, entienden la sentencia de Teresa de Calcuta, la viejecita arrugada y lumino­sa, que sabía mucho de la ciencia del amor, por­que estaba apasionadamente enamorada:

«Lo importante no es el número de acciones que hagamos sino la intensidad del amor que po­nemos en cada acción».

Un matrimonio que intenta vivir ese amor en­tregado y compartido, encontrará caminos creati­vos y auténticos para responder al cambio de épo­ca que nos toca vivir.