La Fe que vacila ante el escandalo

    
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    Me hablas de una "fe vacilante"… En última instancia, la Fe es un acto de la voluntad, inspirada por la caridad. Nuestra caridad puede estar aterida y nuestra voluntad erosionada por el espectáculo de la cortedad, la locura e incluso los pecados de la Iglesia y sus ministros, pero yo no creo que alguien que tenga la Fe pueda retroceder detrás de las líneas por estas razones (y menos que ninguno alguien que posea algún conocimiento histórico).

    El "escándalo" es, a lo sumo, una ocasión próxima -como la inmodestia lo es para la lujuria- de la tentación que aquel no hace sino despertar. El escándalo nos conviene, porque aparta nuestros ojos de nosotros mismos y de nuestros pecados para ir en busca del chivo expiatorio…
    La tentación de "descreer" (que realmente significa rechazar a Nuestro Señor y sus Mandatos) está siempre dentro de nosotros. Parte de nosotros la añora, para encontrar una excusa fuera de nosotros mismos. Cuanto más fuerte sea la tentación, más dispuestos estaremos a "escandalizarnos" de los demás.

    Yo creo que soy tan sensible como tú (o como cualquier otro cristiano) a los "escándalos", tanto del clero como de los laicos. He sufrido dolorosamente en mi vida por causa de sacerdotes estúpidos, cargosos, negados e incluso malvados; pero sé lo suficiente de mí mismo como para ser consciente de que no abandonaría la Iglesia (lo que para mí sería romper una alianza con Nuestro Señor) por estos motivos: si yo abandonara la Iglesia lo haría porque dejaría de creer… porque negaría el Santísimo Sacramento, es decir, porque llamaría a Nuestro Señor en su propia cara: "eres un fraude".

    Si Él es un fraude, y los Evangelios son un fraude -es decir relatos ornamentados de un megalómano demente (que es la única alternativa), entonces por supuesto que el espectáculo que ha exhibido la Iglesia… en la historia es simplemente evidencia de un gigantesco fraude. Mas si no es así, entonces este espectáculo es ¡Dios santo! tan solo lo que había de ser esperado. Lo que comenzó el día mismo de la primera Pascua, algo que no afecta nuestra Fe en absoluto -salvo en que nos hace sentir profundamente doloridos-. Pero hemos de dolernos en Nuestro Señor y en su favor, sintiéndonos más cercanos a los escandalizadores que a los santos, dejando de gritar que no podemos "aceptar" a un Judas Iscariote, o inclusive a un absurdo y cobarde Simón Pedro. Ni a esas mujeres tontas, como la madre de Santiago, tratando de promover a sus hijos.
   
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    Requiere una voluntad extraordinaria de descreer el suponer que Jesús nunca "sucedió"; y más aún el suponer que no dijo las cosas que se han registrado -tan imposibles de ser "inventadas" por alguien en el mundo de aquellos tiempos: cosas tales como "Antes de que Abraham existiera, ya existía yo" (Jn. VIII), "Aquel que me ha visto a Mí ha visto al Padre" (Jn. IX), o la promulgación del Santísimo Sacramento en Juan V: "Aquel que come mi carne ni bebe mi sangre tendrá la vida eterna". Por lo tanto tenemos que, o bien creer en Él y en lo que dijo y aceptar las consecuencias; o rechazarlo y aceptar las consecuencias. En lo que a mi respecta encuentro muy difícil aceptar que alguien que ha recibido la comunión, al menos una vez, con al menos recta intención pueda rechazar luego al Señor sin una gravísima culpa. (Sin embargo, solo Él conoce cada alma, única, y sus circunstancias).

    La única medicina para una fe tambaleante o una fe que se desvanece es la comunión. Aunque siempre es Él mismo quien está allí presente, perfecto, completo, inviolable, el Santísimo Sacramento no opera completamente y de una vez para siempre en ninguno de nosotros. Como los actos de Fe, deben ser continuos y crecer con el ejercicio. La frecuencia es lo más efectivo de todo. Siete veces a la semana es mucho más nutritivo que siete veces con intervalos…

    Yo mismo estoy convencido de lo que el Papa proclama, y me basta ver a mi alrededor para no abrigar demasiadas dudas (si el Cristianismo es verdadero) que es la Verdadera Iglesia, el templo del Espíritu Santo que muere y vive entre nosotros, corrupto pero santo, autodepurándose y resurgiendo. Pero para mí esta Iglesia de la cual el Papa es la Cabeza Visible en la tierra, tiene una misión esencial que es la que siempre ha servido (y aún sigue sirviendo) el Santísimo Sacramento y que le ha dado más honor y lo ha puesto (como Cristo obviamente quiso) en el primer lugar. "Apacentar a mis ovejas" fue su último cargo impuesto a San Pedro, y dado que sus palabras han de interpretarse en primera instancia de un modo literal, yo las supongo referidas primariamente al Pan de Vida. Fue contra esto que la revuelta de Europa Occidental (o Reforma) se lanzó: contra la "blasfema fábula de la Misa" y la fe, meros señuelos de distracción.

    Yo creo que la mayor de las reformas de nuestros tiempos fue llevada adelante por San Pío X: esta reforma sobrepasa en todo (inclusive lo que nos hace falta) a lo que el Concilio pueda lograr".

    Carta de JRR Tolkien a su hijo Michael, 1º de noviembre de 1961.Citada en el libro "Tolkien, el hombre y el mito", de Joseph Pearce