Sorprendentemente, Jesucristo glorioso, para hacer comprender a los suyos el realismo de su presencia, les pide de comer. “Estando a la mesa los once discípulos, se les apareció” (Mc 16, 14). “Sucedió que, cuando se puso a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. Entonces se les abrieron los ojos y le reconocieron” (Lc 24, 30-31). “Como ellos no acabasen de creerlo a causa de la alegría y estuviesen asombrados, les dijo: «¿Tenéis aquí algo de comer?» Ellos le ofrecieron parte de un pez asado.” (Lc 24, 41-42) “Jesús les dice: «Venid y comed». Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: «¿Quién eres tú?», sabiendo que era el Señor. Viene entonces Jesús, toma el pan y se lo da; y de igual modo el pez. Esta fue ya la tercera vez que Jesús se manifestó a los discípulos después de resucitar de entre los muertos.” (Jn 21, 12-14)
Si unimos las referencias que hacen los textos a la casa, al lugar donde estaban reunidos los discípulos y las de los textos en los que explícitamente se menciona la comida, sea cena o almuerzo, y los leemos a la luz de la Pascua, comprenderemos la vinculación que hay entre la experiencia de Cristo resucitado y la Eucaristía.
Podemos tener nostalgia por no haber sido testigos de aquellas primeras horas del día octavo, del día de Pascua, pero el realismo de aquella presencia permanece entre nosotros en el sacramento de la Eucaristía. A través de la historia han sucedido muchas conversiones ante la presencia sacramental de Cristo.
San Juan de la Cruz canta: “Aquí se está llamando a las criaturas. Aquesta viva fuente que deseo,/ en este pan de vida yo la veo,/ aunque es de noche” (San Juan de la Cruz, Poesías 8).
Santa Teresa de Jesús, cuando nos narra sus visiones de Cristo, dice que fueron al tiempo de comulgar. “A otras personas será por otra forma, a ésta de quien hablamos, se le representó el Señor acabando de comulgar, con forma de gran resplandor y hermosura y majestad, como después de resucitado, y le dijo que ya era tiempo de que sus cosas tomase ella por suyas, y El tendría cuidado de las suyas, y otras palabras que son más para sentir que para decir.” (Moradas VII, 2, 1)
Para el que cree, no cabe la nostalgia; la misma Maestra de oración decía: “Mas ésta habíala el Señor dado tan viva fe, que cuando oía a algunas personas decir que quisieran ser en el tiempo que andaba Cristo nuestro bien en el mundo, se reía entre sí, pareciéndole que, teniéndole tan verdaderamente en el Santísimo Sacramento como entonces, que ¿qué más se les daba?” (Camino de Perfección 34, 6)