La fuerza del Testimonio

24 de octubre de 2024

En el capítulo quinto de la Exhortación del papa Francisco Amoris Laetitia, el Papa llama a la familia a ser testimonio de “la belleza del evangelio y del estilo de vida que nos propone”.

Para poder comprender lo que esto implica, empecemos por reflexionar sobre lo que significa testificar. En sentido literal y en relación con su origen etimológico, esta palabra hace referencia a la persona que da fe de unos hechos que ha presenciado o sobre los cuales toma conocimiento.

Todos estamos relacionados con la imagen de los testigos en un asunto judicial. Allí vemos como las personas están obligadas a realizar un ritual, ya sea prometer y jurar en voz alta o colocar su mano derecha sobre la Biblia. Este ritual implica, por un lado, la confianza que re-quiere el sistema de justicia para emitir un fallo y, por otro, el compromiso del testigo de no mentir so pena de incurrir en un delito y sus posibles consecuencias.

Muchos valores importantes están en juego, pero sobre todo, la ver-dad y la confianza. Si extrapolamos esta imagen a la vida de fe, quizá podamos advertir la seriedad que implica ser testigos de la verdad de la que nos habla el Evangelio.

¿Cómo podríamos asumir ser testigos de esa verdad si no somos testimonios de ella en la cotidianidad?

Echemos mano de la imagen de un testigo en un tribunal de justicia e imaginemos que, con cada acto coherente con la fe que profesamos nos convertimos en esos testigos que levantan la mano y prometen decir la verdad totalmente conscientes de la responsabilidad que asumen.

El jurado toma decisiones gracias a los testimonios de las personas que se presentan en un juicio. Algo similar ocurre cuando las personas observan la vida de una persona cre-yente. Si en los tribunales judiciales se juega la confianza colectiva, imagínese usted lo que implica en el mundo de la fe.

Evidentemente, la diferencia es enorme. Si en los tribunales basta la declaración verbal del testigo, en la fe esto no basta. Así como nadie aprende a nadar si solamente lee un libro de instrucciones, nadie siente la fuerza de la fe sino la traduce en su vida cotidiana.

La verdad a la que nos referimos no es una verdad argumental. Esto quiere decir, que no está supeditada a discursos, teorías o creencias intelectuales por más sólidas que parezcan. No seremos testimonio de fe solamente por tener argumentos inteligentes, sino por habitar en esos argumentos y convertirlos en palabras vivas.

En este contexto se comprende cómo pasamos de ser testigos de la búsqueda de una verdad a ser testimonios de ella.

Si el Evangelio nos habla de una vida abierta a los demás, es imprescindible acercar-nos a lo que significa esa apertura. No podemos quejarnos de que el mundo va mal y no hacer nada al respecto. No podemos quejarnos del egoísmo actual y comportarnos egoístamente. No podemos llenarnos de discursos sobre la bondad, la solidaridad, la compasión y ser esquivos con los demás, especialmente con los que nos confrontan o nos necesitan.

Con todas nuestras limitaciones y errores, de las cuales no tenemos por qué avergonzarnos, podemos asumirnos como testigos comprometidos con la búsqueda de la ver-dad que late detrás de los Evangelios.

Nuestros hijos e hijas aprenderán más de nuestra consistencia que de cientos de monólogos y sermones educativos. Las personas que nos rodean confiaran en nuestra fe no por nuestras declaraciones sino por nuestros actos y quizá este hecho, propicia en ellos la confianza y la curiosidad por también buscarla.

El papa Francisco pide a las familias ser testimonios del estilo de vida que propone el Evangelio y con ello nos pide algo muy profundo, pues nos pide ser actores propagadores de amor. Amamos a nuestra pareja y a nuestros hijos y ese amor debe extenderse más allá de las fronteras de la familia. ¿Cómo? Empecemos por comprometernos con la idea de ser testimonio y con seguridad, encontraremos el cómo.

Recordemos que hace veinte siglos, un pequeño grupo de discípulos comprendieron la fuerza de ser testigos y testimonio y con ello, nos ofrecieron la oportunidad de seguir en ese camino. Para tal tarea, quizá dejémonos orientar por esta frase de Jesús: “…cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis hermanos más pequeños, conmigo lo hicisteis” (Mt. 25,40)

Eliana Cevallos