La Gloria de Dios es el hombre viviente

    "Todo hombre resulta para sí mismo un problema no resuelto" (GS 21), un verdadero enigma o, más exactamente, un misterio. La solución a este ‘problema’ y el esclarecimiento de su propio ser no le pueden venir de las ciencias humanas. Ni siquiera de la filosofía. Mucho menos, de la biología; y tampoco de la psicolo­gía, aunque a sí misma se llame profunda. Lo mejor del hombre, su misterio, su realidad más honda y su verdadera identidad, son inalcanzables por métodos científicos. Y es que el hombre no puede ser definido por sí mismo, ni desde sí mismo, a partir del análi­sis de los elementos que le constituyen y de las diferencias específicas que le separan de los demás seres del universo.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.     El hombre no es una simple criatura, como las demás. Ni, por supuesto, un ser autónomo, independiente, con pleno sentido en sí mismo. Es imagen y semejanza de Dios  (cf Gén 1, 26?27). En esto consiste su grandeza y su máxima originalidad. Imagen y semejanza quieren decir imagen verdadera, reflejo vivo y real de Dios. Por eso, fundamentalmente, el hombre es gloria de Dios1.  Porque gloria, en el sentido fuerte de la palabra, es la misma naturale­za divina en cuanto comunicada o proyectada. Es la reverberación del ser de Dios en su criatura. Es la imagen ?eikon? de Dios impresa realmente en el hombre. La gloria de Dios, sentido y fin de toda la creación, no es ‘algo’ que el hombre da a Dios, sino ‘algo’ que Dios da al hombre. La gloria de Dios  consiste en comunicar a otros su propio ser y en que esos seres, por él crea­dos, sean lo más parecidos a él mismo. Hablar de la gloria de Dios "significa hablar de la realidad misma de Dios manifestándo­se al hombre en resplandor… La gloria de Dios es, por tanto, el poder, la majestad, la riqueza y la vida que Dios manifiesta al hombre, dándosele en su historia"2. Jesús, por ser la Imagen perfecta del Padre, es también ?incluso en cuanto Hombre? su máxima gloria y su máxima glorificacion3. Y todo el quehacer del hombre consiste en irse pareciendo, cada vez más, a Jesucristo.

    Los demás seres del universo son huella o vestigio de Dios; pero no su imagen. Tampoco son sujetos de gracia y de amor. Como recuerda el Concilio, el hombre "es la única criatura terrestre a la que Dios ha amado por ella misma" (GS 24). El hombre, por su misma naturaleza, "es superior al universo entero" (GS l4) y está llamado, por libre y amorosa decisión divina, al diálogo y a la unión con Dios. "La razón más alta de la dignidad humana consiste en la vocación del hombre a la unión con Dios. Desde su mismo nacimiento, el hombre es invitado al diálogo con Dios" (GS l9). "Creyentes y no creyentes están generalmente de acuerdo en este punto: Todos los bienes de la tierra deben ordenarse al  hombre, como a su centro y a su cima" (GS l2). El hombre es senti­do de toda la creación material, porque ha sido constituido por Dios como dueño y señor del universo, si bien con una soberanía relativa, ya que sólo puede entenderse en real subordinación a la soberanía absoluta del mismo Dios.

    El ser humano -varón y mujer-, desde siempre, ha sido pensado y querido en Cristo. Ha sido creado y recreado en la Persona de Cristo. Y está predestinado a reproducir en sí mismo la imagen viva de Cristo. Sólo en él en­cuentra su esencia y su consistencia, su última razón de ser y su verdadera identidad. "Realmente, sólo en el misterio del Verbo Encarnado se esclarece de verdad el misterio del hombre…  Cristo, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente el hombre al mismo hombre, y le descu­bre la sublimidad de su vocación… El que es Imagen de Dios invisible (Col 1, 15) es también el Hombre perfecto, que ha de­vuelto a la descendencia de Adán la semejanza divina, deformada por el primer pecado" (GS 22). Por eso, "el que sigue a Cristo, Hombre perfecto, se hace a sí mismo más hombre "  (GS 4l).

    La teología cristiana intenta comprender y clarificar el plan de salvación  que Dios tiene sobre el hombre y que san Pablo llama misterio: Ese designio eterno, libre, inteligente y amoroso ?contenido fundamental de toda la revelación?, que se realiza históricamente en la Persona de Jesucristo, en su Encarna­ción?Muerte?Resurrección. Es el proyecto de la eterna y definitiva Alianza, sellada en la sangre de Cristo, a la que, por voluntad de Dios, se ordena intrínsecamente toda la creación. Porque, de hecho, la creación no tiene ni ha tenido nunca pleno sentido en sí misma, ya que es totalmente relativa a la amistad sobrenatural y a la filiación  divina de los hombres, o sea, a la Alianza de Dios con el hombre en Jesucristo. Dios no crea al hombre simplemente para tener una ‘criatu­ra’, sino para hacerle hijo  y amigo en la Persona de su Hijo. La creación es la razón externa, la condición necesaria y el presu­puesto de la alianza. La creación hace posible la alianza. Pero la alianza es la razón interna de la creación. Es decir, la creación fue pensada y querida por Dios en orden a la alianza. Y Jesucristo es la última razón de ser y, a la vez, el sentido definitivo de la alianza y de la creación.

    En el plano histórico, el estado natural puro no ha existido nunca. Porque Dios Padre todo lo ha pensado, querido y creado en Cristo, es decir, en orden a la filiación y a la amistad  divinas. Y, claro está, no por una exigencia intrínseca del mismo ser creado o de la naturaleza del hombre, sino por pura iniciativa y benevolencia suya: por amor gratuito y libre. "La suprema vocación del hombre, recuerda el Concilio, en realidad es una sola, es decir, divina " (GS 22). Por eso, sólo en Cristo?Jesús es donde el hombre se realiza incluso humanamente, donde consigue su plenitud y alcanza su verdadera estatura. Sólo en Cristo llega el hombre a ser de verdad él mismo.

    Existen, sin embargo, algunos síntomas alarmantes de que se está olvidando la visión integral del hombre -de la persona humana-, que nos ofrece el cristianismo, como espíritu encarnado o encarnación de un espíritu ?ser unitario y realidad armónica, a la vez esencialmente espiri­tual y corpórea?, como hijo de Dios y hermano de Cristo y como centro y meta del universo; y de que se está cayendo en un progre­sivo reduccionismo en su comprensión. La espiritualidad, muchas veces, se reduce a mera psicología. La psicología, a biología. La biología, a zoología. La zoología, a anatomía. La anatomía, a mecánica. El hombre, que anhelaba ser superhombre, se ha convertido no sólo en un subhombre  ?como afirmó Camus4-, sino en un robot.

    Por haber buscado y proclamado, con frecuencia, "la gloria de Dios a costa de la gloria del hombre"5, malentendiendo los datos bíblicos y desconociendo la mejor teología católica,  no pocos han rechazado la fe en Dios. Por haber afirmado los derechos de Dios  a costa de los derechos del hombre, como si fueran contrarios entre sí, y no más bien complementarios y hasta correlativos,  hemos contribuido a la negación de Dios. El Concilio reconoció la "responsabilidad"  y la "no pequeña parte" que los creyentes hemos tenido "muchas veces" en "la génesis del ateísmo, por haber velado  más que revelado  el rostro de Dios" (GS 19).

    Los derechos de Dios coinciden, históricamente, con los derechos del hombre. Los mandamientos de Dios, que se convierten para el hombre en deberes fundamentales y en obligaciones inelu­dibles, no pretenden nunca salvaguardar privilegios de Dios, sino proteger los verdaderos intereses de la persona humana Dios no se beneficia en nada. Es el ser humano el único que sale beneficiado. Nuestras alabanzas no enriquecen a Dios, sino a nosotros mismos. Son, a este respecto, certeras y expresivas las afirmaciones de la Liturgia: "Pues, aunque no necesitas nuestra alabanza, ni nuestras bendiciones te enriquecen, tú inspiras y haces tuya nuestra acción de gracias, para que nos sirva de salvación, por Cristo, Señor nuestro"6.

    Dios y el hombre no sólo pueden coexistir, sino que se afir­man y se confirman mutuamente. Dios es la máxima afirmación y la suprema garantía del hombre, porque es el principio y el término absoluto de su ser, de su libertad y de su amor.  Y el hombre verdadero es la mejor afirmación de Dios y su mejor testigo. La verdadera autonomía y libertad del hombre coinciden real­mente con la fe en el amor creador y salvador de Dios.  Por eso, afirmar a Dios es la suprema manera ?y también la única manera auténtica? de afirmar al hombre. Al rendir culto a Dios como a único Señor, el hombre es soberanamente libre y es de verdad ‘él mismo’. Más que ser autónomo, en el sentido literal de la palabra ?que implicaría una forma sutil y radical de esclavitud?,  es teónomo, pues Dios es su verdadera Ley, y es más íntimo al hombre que él a sí mismo.  Dios no es sólo la Verdad, el Amor y la Liber­tad, sino la plena y total Verdad del hombre y para el hombre, su pleno y total Amor, su total y plena Libertad. Sin Dios, el hombre se desvanece, perdiéndose en la nada.


  • San Ireneo, Aversus haereses, 4, 20, 7.
  • Cf San Ireneo, Adversus haereses, 4, 20, 7: "La gloria de Dios es el hombre viviente; la vida del hombre es la visión de Dios". Cf también la afirmación complementaria del mismo San Ireneo: "La gloria del hombre es Dios; ahora bien, el receptor de la operación de Dios, de toda su sabiduría y de toda su potencia es el hombre" (ibíd., 3, 30, 2).
  • O. González de Cardedal, La gloria del hombre, Madrid, 1985, p. 42. Cf A.Andrés Ortega, C.M.F., Cuerpo Místico y vida religiosa, Madrid, 1959, p. 54: "El Padre es glorificado en nosotros en la medida en que, a través de nosotros mismos, se irradia la gloria del Padre, que es Jesús, con lo cual nosotros nos hacemos gloria del Padre". [Cf A. Andrés Ortega, C.M.F., Escritos teológicos y filosóficos, BAC, Madrid, 2006, t. II, p. 166].
  • Cf  2 Cor 4, 4: Col 1, 15; Hebr 1, 3; Jn 13, 31-32; 17, 4 ss; etc.
  • A. Camus, L’homme revolté, Paris, 1951, p. 302.
  • O. González de Cardedal, La gloria del hombre, Madrid, 1985, pp. 40 ss.
  • Prefacio Común IV.