Señor y Padre mío, ayúdame a comprender la grandeza de lo pequeño:
a interpretar el mensaje de una mota de polvo, sólo perceptible cuando se cuela un rayo de luz en la habitación;
a percibir el milagro de un grano de mostaza que se pierde en la palma de la mano;
a escuchar la palabra de una brizna de hierba que despunta en la hendidura de una roca, en medio de un desierto, en la cima de una cordillera, en el corazón de un bosque impenetrable.
Creo, Señor, que en el ser más insignificante late el misterio de tu presencia y de tu acción creadora.
Enséñame a apreciar el valor de una mirada amable, de una sonrisa complaciente, de un gesto benévolo, de un silencio respetuoso.
Dame sabiduría para alcanzar el sentido último de la palabra de Jesús: “Si no os hiciereis como niños…”.
Regálame unos ojos nuevos que me permitan descubrir, y admirar la pequeñez de tu sierva, cantora del Magnificat y primera mujer de la historia.
Hazme presentir el misterio de tu infinita simplicidad, de tu adorable sencillez siempre desconcertante.
Dame, Señor, un corazón humilde. un alma contemplativa y unas manos dispuestas a colaborar contigo en la construcción del mundo y de la historia. En un silencio profundo, gozoso y permanente. Amén.