Implantar, sembrar la Iglesia es estar siempre con los pies descalzos; vivir despegado de afecto a cualquier obra comenzada, romper amarras para ir a caer siempre en el lugar donde Dios es el ignorado, el ausente, el gran desconocido. Después, comenzar de nuevo, abandonando lo que ya tiene su propio crecimiento a costa un poco de tu propia vida, para que nazca la Iglesia en rincones inesperados con la ayuda del Espíritu, único capaz de fundar Iglesia y abrir los corazones humanos a los misterios de Dios.
Esa tarea nos fatiga, pero como eso es lo que la Iglesia y los hombres de América necesitan, nosotros –peones humildes- nos entregamos gustosos a ese desgaste silencioso de haber quemado la vida sin apenas haber hecho ruido. Porque… buscaremos siempre nuestro hogar en esta gente. Y sembraremos, seguiremos sembrando en ella el Anuncio y en nosotros mismos la pobreza.