Cuando vivimos la difícil fidelidad nos surge espontáneamente la pregunta: ¿a qué quiero ser fiel? ¿Con qué me he comprometido en las promesas matrimoniales, en la profesión religiosa, en la ordenación presbiteral? ¿Con quién me he comprometido?
Todo depende de las expectativas y promesas que comprometo en la palabra de alianza matrimonial, en el contrato o acuerdo tácito.
Suele ser común, en nuestra cultura actual, la comprensión del amor matrimonial como relación que se vive en el día o día, relación que dura mientras satisface los deseos mutuos. Se ha desvinculado el amor conyugal de otros amores trascendentes: a Dios, a la vida eterna, al prójimo. El amor conyugal se reviste, en consecuencia, de unas expectativas exorbitadas. Se espera que confiera sentido a la vida de cada uno. Se sueña con que traiga una especie de paraíso en la tierra. Constituye una especie de religión civil que sustituye al Dios creador y dador de sentido. Eso del amor “eterno” corresponde a otras épocas; hasta el amor romántico pertenece ya al pasado. La relación de pareja está también al margen del amor al prójimo. En consecuencia, la relación conyugal tiene que llenar los vacíos existenciales y satisfacer todas las necesidades de afecto. Se entra a la relación de pareja o relación de hecho con la espera de que el otro me te haga feliz, que te cure tus heridas. Se cuenta con que la relación va a funcionar automáticamente, con plena intensidad, sin momentos de desilusión y desencanto. Como si el amor fuera una realidad al margen de la propia decisión y cuidado. Se supone que el amor tiene fecha de caducidad desde el principio. Por ello hay que estar abiertos a distintas relaciones, al menos sucesivas
¿Qué sucede cuando estas desmedidas expectativas muestran su rostro real?
Pues sucede que la relación conyugal termina cuando el deseo se agota. El otro ya no me aporta lo que esperaba de él. La atracción sexual se ha reducido. No hay espacio para el proyecto común. La autonomía de cada uno vuelve pro sus fueros. Se acaba el gozo de estar juntos, de hacer proyectos juntos. La soledad de cada uno proyecta su larga sombra. La fidelidad se hace imposible.