Nicholas Lash, en un ensayo profundamente perspicaz sobre Dios y la incredulidad, sugiere que el Dios que los ateos rechazan es con frecuencia simplemente un ídolo de su propia imaginación: " no tenemos otra cosa que hacer que darnos cuenta que a la mayoría de nuestros contemporáneos todavía les resulta " obvio "que el ateísmo es no sólo posible, sino común y que, tanto intelectual y éticamente, es muy recomendable. Esto podría ser plausible si ser ateo fuera el no creer que exista «una persona sin cuerpo", que sea "eterna, libre, omnipotente, omnisciente” y que sea "el objeto propio de la adoración y la obediencia humana, el creador y sustentador del universo”. Sin embargo, si por "Dios" nos referimos al misterio anunciado en Cristo que vivifica todas las cosas de la nada a la paz, entonces todas las cosas tienen que ver con Dios en cada movimiento y fragmento de su ser, con independencia de que sean conscientes de ello y lo supongan o no. El ateísmo, si significa decidir no tener nada que ver con Dios, es contradictorio en sí mismo y si tiene éxito se autodestruye”.
La visión de Lash me parece que es muy importante, no tanto para el diálogo con los ateos, sino para la comprensión de nuestra propia fe. Lo primero que el cristianismo define dogmáticamente acerca de Dios es que Dios es inefable, es decir, que es imposible conceptualizar a Dios y que todo nuestro lenguaje sobre Dios es más inexacto que preciso. Eso no es únicamente un dogma abstracto. Nuestra incapacidad para entender a Dios, quizás más que ninguna otra cosa, es la razón por la que luchamos con la fe y nos esforzamos por no falsificar sus demandas. ¿Cuál es la cuestión aquí?
Todos nosotros, naturalmente, tratamos de formarnos una imagen de Dios y tratamos de imaginar su existencia. El problema, cuando tratamos de hacer esto, es que terminamos en uno de los siguientes dos lugares, y ninguno es bueno.
Por un lado, a menudo concluimos una imagen de Dios como un superhombre, es decir, Dios es una persona como nosotros, aunque maravillosamente superior en todos los sentidos. Nos imaginamos a Dios como un superhéroe, divino, sabiéndolo todo, y todo poderoso, más en última instancia, al igual que nosotros, capaz de ser imaginado y representado, alguien a quien podemos circunscribir, ponerle una cara, y hablar de él. Si bien esto es natural e inevitable, nos deja, sin importar lo sinceros que seamos, siempre con un ídolo, un dios creado a nuestra imagen y semejanza, y por lo tanto un Dios que puede fácilmente y con razón, ser rechazado por el ateísmo.
Por otro lado, a veces cuando tratamos de formarnos una imagen de Dios e imaginar su existencia, sucede algo más: Nos quedamos secos y vacíos, incapaces de imaginar a Dios o de imaginar la existencia de Dios. Entonces terminamos o en alguna forma de ateísmo o con miedo de examinar nuestra fe ya que inconscientemente hemos interiorizado la creencia atea de que la fe es ingenua y no puede hacer frente a las preguntas difíciles.
Cuando esto nos sucede, cuando tratamos de imaginar la existencia de Dios y terminamos vacíos, ese fracaso no es de fe, sino de la imaginación. No estamos viviendo dentro del ateísmo sino dentro de la inefabilidad de Dios, dentro de la "nube de lo desconocido", en una "noche oscura del alma". No somos ateos pero nos sentimos como si lo fuéramos. No es que Dios no exista o haya desaparecido. Es solo que la inefabilidad de Dios ha puesto a Dios fuera de nuestras capacidades imaginativas. Nuestras mentes han sido superadas. Dios sigue siendo real, sigue ahí, sin embargo nuestra imaginación finita se queda vacía tratando de imaginar la realidad infinita, lo que equivale a lo que sucede cuando tratamos de imaginar el número más grande que es posible contar. El infinito no puede ser limitado por la imaginación. No tiene una base y no tiene techo, no tiene principio ni fin. La imaginación humana no puede lidiar con eso.
Dios es infinito y, por lo tanto, por definición inimaginable e imposible de conceptualizar. Esto también es verdad sobre la existencia de Dios. No puede ser representada. Sin embargo, el hecho de que no podamos imaginar a Dios no significa que no podamos conocer a Dios. Dios puede ser conocido, aunque no pueda ser imaginado. ¿Cómo?
Todos sabemos muchas cosas que no podemos imaginar, conceptualizar, o articular. En nuestro interior existe algo que los místicos llaman el "conocimiento oscuro", es decir, un incipiente, intuitivo, visceral sentido con el que conocemos y entendemos más allá de lo que podemos imaginar y decir con palabras. Y esto no es un talento exótico, paranormal que los adivinos dicen tener. Al contrario, es nuestro fundamento, ese fundamento sólido que tocamos en nuestros momentos más auténticos y profundos, ese lugar dentro de nosotros mismos en el que fundamentamos nuestras vidas cuando estamos en nuestros.
Dios es inefable, inimaginable, y está más allá de los conceptos y el lenguaje. Por un tiempo, nuestra fe nos permite ver a Dios como una imagen idólatra de súper-héroe. Sin embargo, con el tiempo, ese pozo se seca y deja a nuestras mentes finitas conocer lo infinito sólo en la oscuridad, sin imágenes, y se deja a nuestros corazones finitos sentir el amor infinito sólo dentro de una confianza oscura.