Mi temprana educación religiosa, a pesar de toda su solidez, puso un énfasis demasiado gravoso en el temor de Dios, temor del juicio y temor de no ser nunca lo suficientemente bueno para ser grato a Dios. Interpretó literalmente los textos bíblicos que presentan a Dios airado y enojado con nosotros. El inconveniente de esto fue que muchos de nosotros nos apartamos con sentimientos de culpa, vergüenza y odio a nosotros mismos, y entendimos esos sentimientos religiosamente sin la menor sensación de que podían tener un origen más psicológico que religioso. Si tenías sentimientos de culpa, vergüenza y odio a ti mismo, era señal de que no estabas viviendo correctamente, que tenías que sentir vergüenza de algo y que Dios no estaba contento contigo.
Bien, como Hegel enseñó en famosa frase, toda tesis engendra al fin su antítesis. Tanto en la cultura como en muchos círculos religiosos hoy, esto ha producido una amarga reacción. Las características culturales y religiosas actuales han traído consigo una aceptación casi febril de ideas de parte de la psicología contemporánea frente a la culpa, vergüenza y odio a uno mismo. Aprendimos de Freud y otros que muchos de nuestros sentimientos de culpa, vergüenza y odio a nosotros mismos son en realidad una neurosis psicológica y no un indicio de que estamos haciendo algo incorrecto. Los sentimientos de culpa, vergüenza y odio a uno mismo no indican por sí mismos que estemos malsanos religiosa y moralmente o que Dios esté descontento de nosotros.
Con esta visión, más y más gente ha empezado a inculpar a su educación religiosa por cualesquiera sentimientos de culpa, vergüenza y odio a sí mismos. Han acuñado la expresión “neurosis cristiana” y han empezado a hablar de “estar en recuperación” de sus iglesias.
¿Qué hay que decir sobre esto? En esencia, algo de esto es sano, un necesario correctivo, aunque algo de ello adolece también de su propia ingenuidad. Y nos ha desembarcado aquí. Hoy, los conservadores religiosos tienden a rechazar la idea de que la culpa, la vergüenza y el odio a uno mismo sean principalmente una neurosis (de la que nuestra educación religiosa es responsable), mientras los liberales religiosos tienden a favorecer esta opinión. ¿Quién está en lo cierto?
Una espiritualidad más equilibrada -creo yo- combina la verdad de ambas posiciones para producir una comprensión más profunda. Extrayendo lo mejor de la erudición bíblica actual y lo mejor de la psicología contemporánea, una espiritualidad más equilibrada hace estas afirmaciones:
Primera, que cuando nuestro lenguaje bíblico nos dice que Dios se irrita y descarga su furor, estamos tratando de explicarlo antropomórficamente. Dios no se enfada con nosotros cuando hacemos algo incorrecto. Más bien lo que sucede es que nos enfadamos con nosotros mismos y sentimos como si esa ira fuera de alguna manera “cólera de Dios”. Después, la mayoría de los psicólogos nos dicen hoy que muchos de nuestros sentimientos de culpa, vergüenza y odio a nosotros mismos son de hecho malsanos, una simple neurosis y de ninguna manera un indicio de que hicimos algo incorrecto. Estos sentimientos sólo indican cómo nos sentimos respecto a nosotros mismos, no cómo Dios se siente respecto a nosotros.
Sin embargo, admitido eso, es demasiado simple saldar nuestros sentimientos de culpa, vergüenza y odio a nosotros mismos como una mera neurosis. ¿Por qué? Porque aun cuando estos sentimientos sean completa y mayormente inmerecidos, aún pueden ser una importante voz dentro de nosotros, esto es, aunque no indiquen que Dios esté disgustado ni enojado con nosotros, aún pueden ser una voz dentro de nosotros que no estará en silencio hasta que nos preguntemos por qué estamos disgustados y enojados con nosotros mismos.
He aquí un ejemplo. Hay un cambio maravillosamente ilustrador en la película de los años ‘90 City Slickers (Chubasqueros de la ciudad). Tres hombres mantienen una conversación sobre la moralidad de tener una aventura sexual. Uno pregunta al otro: “Si pudieras tener una aventura y llevarla a cabo, ¿la harías?” El otro responde: “No, no la haría”. “¿Por qué no?”, le pregunta,” nadie lo sabría”. Su respuesta contiene una visión muy descuidada acerca de la cuestión de la culpa, la vergüenza y el odio a sí mismo. Replica: “¡Yo lo sabría, y me odiaría por eso!”
Hay algo semejante a la “neurosis de culpa” cristiana (que, por cierto, no está limitada a cristianos, judíos, musulmanes ni otras personas religiosas, sino que es universal entre toda la gente moralmente sensible). Sin embargo, no todos los sentimientos de culpa, vergüenza y odio a uno mismo son neuróticos. Algunos están intentando enseñarnos una profunda verdad moral y religiosa, esto es, a la vez que nunca podemos hacer nada para lograr que Dios se enoje con nosotros durante un minuto, podemos realizar muchas cosas que nos hagan enfadarnos con nosotros mismos. A la vez que nunca podemos hacer nada para lograr que Dios nos odie, podemos realizar cosas que nos hagan odiarnos a nosotros mismos. Y, a la vez que nunca podemos hacer nada para lograr que Dios nos niegue el perdón, podemos hacer cosas que nos hagan difícil perdonarnos a nosotros mismos. Dios nunca es el problema. Lo somos nosotros.
Los sentimientos de culpa, vergüenza y odio a uno mismo no indican por sí mismos si hemos hecho algo incorrecto, sino que indican cómo nos sentimos de lo que hemos hecho; y eso puede ser una importante voz moral y religiosa dentro de nosotros.
No todo lo que nos preocupa es una patología.