Hoy se está recuperando la Lectio Divina. De nuevo se valora positivamente esa lectura orante de la Biblia que ha venido presidiendo la espiritualidad cristiana desde que la Escritura es Escritura. Así se recupera algo que pertenece al patrimonio común de toda la Iglesia, pero que durante mucho tiempo había quedado continado prácticamente a los monasterios.
La «lectio divina» se caracteriza por ser una praxis espiritual que bebe directamente en las fuentes de la revelación: la palabra escrita que contiene, pero no agota, la Palabra eterna de Dios, la cual se ha constituido para nosotros en camino, verdad y vida. En este sentido, la lectio divina no pretende ser sino una escucha cada vez más atenta de esa Palabra, una interiorización cada vez más profunda y una experiencia cada vez más real y directa de su contenido.
Nace del deseo creyente por conocer y entrar en comunión con el Dios que ha revelado su Rostro en la Escritura. Es decir, nace del amor. La vida cristiana no es sino una búsqueda de Dios, que se inicia exteriormente en la escucha de la Palabra, se interioriza en la meditación, se suplica en la oración y se experimenta de algún modo en la experiencia contemplativa. Cuatro pasos que forman la estructura más clásica de la lectio divina. De la experiencia de fe surgirán espontáneos tanto el testimonio de vida como la misión evangelizadora. De entre los diversos elementos que la componen, quizá, para un lector no iniciado, el más complicado de entender sea la meditación. Por eso vamos a explicar brevemente su sentido. Hablando de lectio divina, meditación no es sinónimo de especulación mental. Sin que tampoco excluya esto, contiene otros matices que no se pueden eludir. Antiguamente, meditar era sinónimo de repetir. Meditar la Escritura era repetir incesantemente los textos sagrados, especialmente los Salmos, a media voz, con el doble fin de aprenderlos de memoria e impregnarse espiritualmente de ellos. Esta continua repetición de la Palabra era frecuentemente comparada a una especie de lenta manducación y digestión, por la cual la Palabra pasaba de la boca al corazón, hasta impregnar sus capas inconscientes más profundas.
Esta meditación-rumia, era una verdadera oración del corazón, realizada precisamente, como señala Casiano, con la boca y el corazón ¡untos, es decir, con el cuerpo, la inteligencia y la afectividad formando un todo. Esta insistencia buscaba alcanzar el recuerdo constante de Dios. En cualquier caso, nunca es un ejercicio meramente intelectual, sino una interiorización al mismo tiempo intelectual y afectiva, un «revolver» amoroso e insistente del texto sagrado en el corazón, el cual se va modelando progresivamente al misterio que interioriza y desentraña. De hecho, la meditación se entremezcla con la oración y se identifica con ella.
En cuanto esfuerzo de intelección y apropiación vivencial de la fe en la existencia, el binomio meditación-oración se va haciendo más espiritual y profundo a medida que la interiorización y conformación con la Palabra va siendo también más profunda. En este sentido, es fundamental a la lectio divina la convicción de que entre la Palabra y el corazón existe una íntima correspondencia, de modo que tal como sea el corazón del que lee así se mostrará para él la Palabra. Cada uno alcanzará una inteligencia del misterio revelado proporcionada al nivel de su conformación con él.
En su profundidad sin fondo, la Palabra se adapta a los ojos con que cada uno se acerca a ella. El hombre superficial percibe tan sólo la superficie, lo que los antiguos llamaban el sentido literal. No obstante, si no ceja en su rumia interior, poco a poco irá transformando su corazón a imagen de la Palabra que escruta; y en la medida que esto vaya siendo realmente así, la Palabra misma irá como perforando y abriendo en él capacidades nuevas, que le permitirán a su vez escuchar esa Palabra con nuevas y más profundas resonancias.
Se trata, pues, de un proceso circular que va de la Palabra al corazón y de éste a la Palabra, produciéndose como un mutuo y progresivo desvelamiento: en el marco de la historia del crecimiento espiritual la Palabra nos va transformando poco a poco, y nos va modelando sobre sí, de modo que a medida que nuestra búsqueda y nuestra comprensión de Dios se va haciendo más profunda, nosotros mismos nos vamos también haciendo más profundos.