Una teología y una ciencia cabales reconocerán que la ley de la gravedad y el Espíritu Santo son una sola realidad en el mismo principio. No existe un espíritu diferente de lo espiritual que pueda mantener lo físico. Existe un solo espíritu que habla por medio de la ley de la gravedad y el Sermón de la Montaña.
Si reconociéramos que el mismo Espíritu está presente en cada cosa, en la creación física, en el amor, en la belleza, en la creatividad humana y en la moralidad humana, podríamos mantener más cosas juntas en una tensión fructífera más bien que poniéndolas en oposición y teniendo los diferentes dones del Espíritu de Dios luchando unos contra otros. ¿Qué significa esto?
Tenemos excesivas dicotomías nocivas en nuestras vidas. Demasiado frecuentemente, nos hallamos optando entre cosas que no deberían estar en oposición mutua, y estamos en la infeliz posición de tener que escoger entre dos cosas que son buenas en sí mismas. Vivimos en un mundo en el que, con demasiada frecuencia, lo espiritual se opone a lo físico, la moralidad se opone a la creatividad, la inteligencia se opone a la educación, el compromiso se opone al sexo, la conciencia se opone al placer, y la fidelidad personal se opone al éxito creativo y profesional.
Obviamente, hay algo erróneo aquí. Si una sola fuerza, el Espíritu de Dios, es la única fuente que anima todas estas cosas, entonces está claro que no deberíamos colocarnos en la posición de tener que elegir entre ellas. Idealmente, deberíamos elegir a ambas, porque el único y mismo Espíritu apoya a ambas.
¿Es verdad esto? ¿Es el Espíritu Santo, a un mismo tiempo, la fuente de la gravedad y la fuente del amor? Sí. Por lo menos, si las Escrituras están para ser creídas. Estas nos dicen que el Espíritu Santo es, a un mismo tiempo, una fuerza física y espiritual, la fuente de toda fisicalidad y de toda espiritualidad, todo al mismo tiempo.
Nos encontramos primeramente con la persona del Espíritu Santo en la frase inicial de la Biblia: En el principio había un vacío informe, y el Espíritu de Dios se cernía sobre el caos. En los primeros capítulos de las Escrituras, el Espíritu Santo es presentado como una fuerza física, un viento que proviene de la boca misma de Dios y no sólo da forma y ordena la creación física, sino es también la energía que se halla en la base de todo, animado e inanimado igualmente: Retira tu aliento y todo vuelve a ser polvo.
Los antiguos creían que había un alma en cada cosa; y esa alma, aliento de Dios, guardaba cada cosa juntamente y le daba sentido. Creían esto aun cuando no entendían, como hacemos hoy, los funcionamientos del mundo infra-atómico: cómo las más pequeñas partículas y ondas de energía poseen ya cargas eléctricas eróticas, cómo el hidrógeno busca oxígeno por todas partes, y cómo, al más elemental nivel de la realidad física, las energías se están ya atrayendo y repeliendo mutuamente como lo hace la gente. Ellos no sabían explicar estas cosas científicamente como nosotros lo sabemos, pero reconocían, como nosotros, que ya hay alguna forma de “amor” en el interior de todas las cosas, aunque sean inanimadas. Atribuían todo esto al aliento de Dios, viento que procede de la boca de Dios y, en definitiva, anima las rocas, el agua, los animales y los seres humanos.
Ellos entendían que el mismo aliento que anima y ordena la creación física es también la fuente de toda belleza, harmonía, paz, creatividad, moralidad y fidelidad. Entendía que el aliento de Dios es tan moral como físico, tan unificador como creativo, y tan inteligente como osado. Para ellos, el aliento de Dios era una única fuerza y no se contradecía. El mundo físico y el espiritual no se oponían entre sí. Entendían que un único Espíritu era la fuente de ambos.
Nosotros necesitamos entender las cosas de igual modo. Necesitamos permitir al Espíritu Santo, en toda su plenitud, animar nuestras vidas. Lo que esto quiere decir concretamente es que no debemos permitirnos ser energizados ni dirigidos excesivamente por una única parte del Espíritu en detrimento de las otras partes de ese mismo Espíritu.
Así, pues, no debería haber creatividad a falta de moralidad, educación a falta de sentido común, sexo a falta de compromiso, placer a falta de conciencia ni realizaciones artísticas o profesionales a falta de fidelidad personal. A la vez, no debería haber una vida digna para algunos a falta de justicia para cada uno. A la inversa, sin embargo, necesitamos recelar de nosotros mismos cuando somos morales pero no creativos, cuando nuestro sentido común tiene miedo a la educación crítica, cuando nuestra espiritualidad tiene problemas con el placer, y cuando nuestra fidelidad personal es demasiado defensiva ante el arte y la realización. Un solo Espíritu es el autor de todas estas cosas. De aquí que debamos ser igualmente sensibles a cada una de ellas. Alguien se mofó una vez de que una herejía es algo que resulta nueve décimas partes verdadera. Ese es nuestro problema con el Espíritu Santo. Estamos siempre en una verdad parcial cuando no permitimos una conexión entre la ley de la gravedad y el Sermón de la Montaña.