En 1991 Hollywood produjo una comedia titulada “Cowboys de ciudad” (City Slickers), protagonizada por Billy Crystal. De una manera no al uso fue una maravillosa película con moraleja, centrada en tres hombres adultos de la ciudad de Nueva York que se enfrentán a la crisis de la mediana edad.
Sus esposas, que se sienten lo bastante frustradas con ellos como para intentar cualquier cosa, les hacen el regalo de participar en una conducción de ganado a través de Nuevo México y Colorado. De esta manera, estos tres urbanitas dejan todo para montar a caballo a través de la naturaleza. La parte divertida de la película se centra en su ineptitud para manejar a los caballos y su ignorancia sobre el ganado y la naturaleza. La parte más seria de la película se centra en sus conversaciones como su intento de poner orden su propia lucha con la edad y el gran misterio de la vida.
Y un día, mientras discuten de sexo, uno de los tres, Ed, el personaje que carga con mayores escrúpulos morales, pregunta a los otros dos si serían capaces de ser infieles a sus esposas y tener una aventura si estuvieran seguros que nunca serían pillados. El personaje de Billy Crystal, Mitch, inicialmente se responde a la pregunta bromeando, manifestando su imposibilidad: ¡Siempre te pillan! Todas las cosas al final salen a la luz. Pero Ed insiste en su pregunta: “Pero, supón que no te pillaran. Supón que pudieras llevarlo a cabo. ¿Pondrías los cuernos a tu esposa y tendrías una aventura si nadie pudiera saberlo?” Mitch responde: “¡No, incluso en ese caso no podría hacerlo!” “¿Por qué no?” preguntó Ed, “nadie lo sabría”. “Pero yo lo sabría”, respondió Mitch, “y me odiaría por ello”.
Hay volúmenes de sabiduría moral en esa respuesta. Definitivamente nadie puede escapar. Siempre nos pillan, por nuestra manera de ser y por la fuerza moral que hay hasta en el aire que respiramos. Además, nos cojan o no, siempre hay consecuencias. Este es un principio moral profundo en si mismo, escrito en el mismo fundamento del universo. La universal experiencia humana lo atestigua. Nadie escapa de él, a pesar de toda protesta en su contra.
Vemos esta articulación, por ejemplo, en el mismo corazón del Hinduismo, del Budismo, del Taoísmo y virtualmente en todas las religiones orientales en un concepto que popularmente se llama la ley del karma. El karma es una palabra sanscrita que significa acción o acto, pero implicando que toda acción o acto que hacemos genera una fuerza de energía que retorna a nosotros como pago, concretamente, lo que sembramos es lo que recogemos. Por tanto, las malas intenciones y las malas acciones rebotan contra nosotros y causan infelicidad, de la misma manera que las buenas intenciones y las buenas acciones rebotan contra nosotros y nos traen felicidad, sin importar lo que sean o no conocidas por cualquier otro. El universo tiene sus propias leyes que lo garantizan.
Para Jesús ésta no fue una idea peregrina. Esta constantemente presente en su enseñanza y a veces hasta de una manera explícita: “Dad, y se os dará; medida buena, apretada, remecida y rebosando darán en vuestro regazo; porque con la misma medida con que medís, os volverán a medir”. (Lucas 6, 38)
En esencia, Jesús nos dice que el aire que expiramos es el aire que inspiramos y esto es verdad a cualquier nivel de nuestra existencia: simplemente, si yo estoy emitiendo demasiado dióxido de carbono y monóxido de carbono en el aire nos encontraremos a nosotros mismos eventualmente sofocados por ellos. Y esto es verdad en cualquier nivel de nuestras vidas: Si expiro amargura, me encontraré inspirando amargura. Si expiro deshonestidad, me encontraré a mi mismo inspirando deshonestidad. Si expiro codicia y tacañería, me encontraré jadeando por generosidad en un mundo asfixiado por la codicia y la tacañería. Al contrario, si expiro generosidad, amor, honestidad y perdón, sin importar lo deshonesto que sea el mundo que me rodea, me encontraré a mi mismo viviendo en un mundo de generosidad, amor, honestidad y perdón.
Lo que expiramos es lo que inspiramos. Esta una verdad no negociable que está en la misma estructura del universo, inscrito en la vida en sí misma, escrito en toda religión que merezca ese nombre, escrita en la enseñanzas de Jesús y escrita en toda persona de buena fe.
¿Donde se enraíza éste principio en si mismo y porqué nunca puede violarse sin consecuencias? El principio es inalienable porque el universo se protege a si mismo, porque la Madre Tierra se protege a si misma, porque la naturaleza humana se protege a si misma porque la ley del amor les protege, porque las leyes de la justicia les protegen, porque las leyes de la conciencia les protegen, porque Dios ha creado un universo que es moral en su misma estructura.
Ser morales no es algo que podamos escoger o no escoger. No tenemos esa prerrogativa porque Dios creó un universo perfilado moralmente, que tiene profundas e inalienables marcas morales que debe honrarse y respetarse, sin importar que seamos pillados o no cuando engañamos.