La iglesia ha luchado siempre con el sexo, pero lo mismo han hecho los demás. No hay culturas, religiosas o seculares, pre-modernas o modernas, pos-modernas o pos-religiosas, que expongan una característica sexual verdaderamente sana. Todas iglesias y todas culturas luchan por integrar la energía sexual, si no en su credo sobre el sexo, al menos en la vivencia fuera de ese credo. La cultura secular mira a la iglesia y la acusa de ser rígida y anti-erótica. Esto es verdad en parte, pero la iglesia con razón podría protestar de que gran parte de su reticencia sexual está basada en el hecho de que es una de las pocas voces que aún quedan desafiando a cualquiera en lo tocante a la responsabilidad sexual. De igual modo, la iglesia podría también desafiar a cualquier cultura que afirme haber encontrado la llave de la sexualidad sana a dar un paso adelante y mostrar la evidencia. Ninguna cultura hará suya esta afirmación. Todas están luchando.
Parte de esta lucha es la aparente incompatibilidad innata entre lo que Charles Taylor llama “realización sexual y piedad”, entre “cuadrar nuestras aspiraciones más altas con un respeto total por la plena escala de realizaciones humanas”.
Comentando esto en su libro “Una era secular”, Taylor afirma que hay una evidente tensión tratando de combinar la realización sexual con la piedad, y que esto refleja una tensión más general entre el despertar humano en general y la dedicación a Dios. Y añade: “Que esta tensión debería ser particularmente evidente en el dominio sexual es fácilmente comprensible. La realización sexual intensa y profunda se fija poderosamente en el intercambio con la pareja; esto nos liga fuerte y posesivamente a lo que es compartido privadamente. … No es por nada que los primeros monjes y eremitas vieron la renuncia sexual como una apertura al camino hacia un amor más grande a Dios. … Ahora que hay una tensión entre la realización y la piedad, no nos debería sorprender en un mundo distorsionado por el pecado…, pero tenemos que evitar volver esto a una incompatibilidad constitutiva”.
¿Cómo podemos evitar eso? ¿Cómo podemos evitar de alguna manera dañar la realización sexual contra la santidad? ¿Cómo podemos ser fuertemente sexuales y plenamente espirituales a un mismo tiempo?
En un libro a punto de ser lanzado al mercado, “El camino es cómo” (Una peregrinación campestre a través del deseo y el alma), Trevor Herriot sugiere que la realización humana y la dedicación a Dios -sexo y santidad- pueden ser traídos juntos de un modo que propiamente respete a ambos. ¿Cómo? Sin usar la palabra que es tan pronto honrada como difamada, nos regala una imagen de lo que la castidad significa en su verdadera raíz. En buena medida como Annie Dillard en su libro “Santa la empresa”, Herriot lanza cierto concepto de castidad fuera de los ritmos de la naturaleza y luego presenta esos ritmos como el paradigma de cómo deberíamos estar relacionándonos con la naturaleza y unos con otros. Y, para Herriot, esos ritmos lanzan un particular haz luminoso sobre cómo deberíamos relacionarnos sexualmente. He aquí sus palabras:
“En estos días, vemos pasar camiones de grano y sentimos que algo en nosotros y en la tierra sufre cuando los alimentos son enviados y consumidos con poca intimidad, cuidado y respeto. Los lentos movimientos locales de víveres están mostrándonos que el modo como cultivamos, distribuimos, preparamos y comemos esos alimentos es importante para la salud de los intercambios de nuestro cuerpo-a-tierra. El siguiente paso puede ser darnos cuenta de que la energía que trae el polen al ovario y hace crecer el grano, una vez entra en nuestros cuerpos, también necesita ser gestado. El modo como respondemos a nuestro deseo de unirnos, conectar y ser fecundos -agitaciones sentidas tan profundamente, pero con frecuencia expresadas tan superficialmente- determina la calidad de nuestros intercambios cuerpo-a-cuerpo.
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En un mundo bañado en sexo industrial e impersonal, donde la verdadera relación y ternura son raras, ¿sentiremos también que algo en nosotros y en la tierra está siendo dañado desde la misma ausencia de intimidad, cuidado y respeto? ¿Aprenderemos que cualquier expresión dada de nuestras energías eróticas o nos une o nos separa del mundo que hay alrededor de nosotros y de nuestras almas? Estamos descubriendo que debemos administrar las energías captadas por la naturaleza en hidrocarburos o en las plantas y animales vivientes, y así mejorar los modos como recibimos los frutos de la tierra, pero luchamos por ver la responsabilidad principal que cargamos por las pequeñas pero acumulativamente significativas explosiones de energía que acercamos y transmitimos a medida que respondemos a nuestros anhelos de conectar, unir y ser fértiles. Aprender cómo administrar el modo de producir fruto nosotros mismos como seres espirituales/sexuales con un conjunto lleno de deseos animales y ambiciones angélicas, puede ser más importante para nuestro caminar humano de lo que podemos entender plenamente”.
La castidad, tal como es imaginada por Charles Taylor, Annie Dillard y Trevor Herriot, ha sido siempre la única cosa que protege adecuadamente el sexo, el vestido blanco con que se adorna la novia, los medios para cuadrar nuestras más altas aspiraciones con un respeto total por la plena serie de sentimientos humanos; y, no lo menos, la confiada guía para el modo como podemos acceder y transmitir nuestra energía con intimidad, cuidado y respeto.