¿Quién era Ella para la primitiva comunidad de creyentes en Jesús? No podían llamarla María, pues en la comunidad existían muchas con este nombre: María de Cleofás, María de Santiago, María Magdalena. Se necesitaba un nombre que especificara mejor su identidad personal. Por otra parte se vivía plenamente por todos la presencia del Señor Jesús. A El estaban vueltos los ojos de sus fieles. El Evangelio, sus seguidores, la tierra, todo hacía referencia a Jesús. María de Nazaret no podía ser sino la Madre de Jesús.Los evangelios, en especial San Mateo, San Lucas y San Juan reflejan la admiración que produjo en los primeros cristianos la evocación de esta mujer, la madre de Jesús. Este nombre resumía admirablemente su vida. Fue la madre física de Jesús a quien El fue educándola y transformándola hasta convertirla en Madre de ese Jesús ancho y dilatado que es el Cuerpo Místico de El, del que formamos parte los desamparados de este mundo y los perdidos. María así era la Madre de San Juan, de San Pedro, de todos y cada uno de los apóstoles, de los que seguían a Jesús y de todos los que a lo largo de los tiempos han buscado en el rostro del Galileo una mirad para su desvalimiento y un alivio para su corazón. La Madre de Jesús es la Madre de todos.A veces no sabemos bien cómo dirigirnos a Ella, pero rezando una Ave María, repasando las cuentas del Rosario, haciéndole la vieja oración del \»Acordaos\», trayendo a los labios un \»Bendita sea tu pureza\» experimentamos como nuestro corazón se serena. Es como una dulzura inquebrantable que se derrama en nuestra alma y en nuestro cuerpo. Todo nuestro ser se aquieta, el alboroto interior se calma. Es que está Ella con nosotros, la consejera, la consoladora, la animadora, la perdonadora, la iluminadora, la madre de Jesús. La Madre de Jesús que es nuestra Madre.
Jueves de la XXX Semana del Tiempo Ordinario
Lucas 13,31-35: No cabe que un profeta muera fuera de Jerusalén