La historia de los modelos de matrimonio y familia muestra que se ha dado un crecimiento en la autonomía personal. Hace ya mucho tiempo que en nuestra cultura el matrimonio es por elección personal, y por una elección por amor. El matrimonio nace del enamoramiento.
Uno no se casa para ser un desgraciado: Se casa porque quiere ser feliz y hacer feliz al cónyuge. Ha descubierto que no puede ser feliz sólo. Ha vivido lo que la persona amada es capaz de despertar en él o en ella. Ha hecho la experiencia de ser mirado/a con ojos de amor y de ternura; de ser aceptada incondicionalmente. Se ha sentido tratado, respetado y amado como persona singular, única, querida. El enamoramiento auténtico revela lo mejor de cada persona.
La elección de profesión y trabajo constituye otra decisión importante de la vida de una persona en la etapa de la juventud. Marca también la biografía personal. La preparación para el ejercicio de la profesión es larga; cuesta muchas energías y tiene vocación de duración, aun cuando luego necesite renovación continua. Y tal vez cambio.
De estas dos decisiones tomadas en la etapa juvenil de la vida depende en gran medida la autorrealización de cada persona, el logro de la posible felicidad de toda la vida. Pero los dos exigen hoy día un esfuerzo permanente. En una sociedad cambiante y competitiva, el trabajo profesional exige la dedicación de las mejores energías. Y todo el tiempo del mundo.
En esta sociedad global y posmoderna también el matrimonio exige las mejores energías. No se logra una buena y satisfactoria relación conyugal de forma improvisada. Requiere tiempo. Demanda mucha comunicación. El diálogo es para la vida de pareja como el aire para la vida física. Si falta la comunicación, la relación conyugal se desvanece y muere. No se puede dar por supuesta, requiere ejercicio, dedicación, decisión. La relación conyugal no se logra por arte de magia: no es cuestión de encontrar la otra media naranja. Es una relación de amor entre dos personas adultas.