El capitulo tercero de la exhortación del papa Francisco para las familias titula “La mirada puesta en Jesús”. Sin duda, un título muy sugerente.
¿Qué significa esto de tener la mirada puesta en Jesús?
Mirar significa observar, abrir los ojos y estar atentos. Para mirar se requiere primero limpiar la mirada. Es decir, suspender todo prejuicio para no proyectar nuestras propias ideas, deseos, expectativas o impulsos en lo “mirado”.
Por ejemplo, si decimos que tenemos la mirada puesta en Jesús, pero no somos capaces de salir de nuestros intereses y abandonarnos a Él en plena confianza o dejar esas necias negociaciones en las que pretendemos salir vencedores, debemos concluir que nuestra mirada está desviada a nuestro yo.
A veces escuchamos frases como “Dios me ha enviado esta desgracia” o “rezaré hasta que me lo conceda”. Grosera manera de decir “la mirada está puesta en mí y usaré a Jesús a mi beneficio”.
Una de las muchas consecuencias de este modo de pensar es que, cuando Jesús no me concede lo que quiero, reniego de él e incluso, me resiento con Dios, la Iglesia y todo lo que tenga que ver con lo espiritual. Poniéndolo en una metáfora, un ojo que se ve a sí mismo es un ojo enfermo (catarata). Un ojo que es capaz de cumplir su cometido, es decir: mirar más allá de sí mismo, entonces podrá poner su atención en lo que quiere captar.
Tener la mirada puesta en Jesús es también mirar como él miraba y, por tanto, nos obliga a conocerlo, a comprenderlo y a actuar en consecuencia. Es decir, tomar en cuenta una clave central: la coherencia.
¿Qué significa coherencia? Es un modo de actuar acorde a lo que se profesa. Un comportamiento que expresa unidad entre lo que se dice y se hace. Cuando la coherencia falla, la sensación de unidad se debilita provocando lo que, en psicología, llamamos “disonancia cognitiva”, es decir, una contradicción interna que desarrolla angustia, ansiedad y desconfianza.
¿Qué sería del mensaje cristiano si no guardase esa coherencia? Pues lo más probable es que causaría una disonancia cognitiva y con ello, un estado de desconfianza y de suspicacia.
Un estado de disonancia cognitiva que no solamente ocurre a nivel personal sino también a nivel institucional y social. Hay muchos ejemplos de ello, pero tomemos un par de ideas para verlo con claridad.
Acabamos de pasar la Navidad y sabemos que, aunque el protagonista fue Jesús, muchas personas la vivieron con la mirada totalmente desviada. Alguna vez escuché: –La navidad vende– y quizá es justamente como nos haya calado en los últimos años esta celebración, pues no es extraño observar que se pierde entre los mensajes publicitarios, las historias conmovedoras, las reacciones emocionales, los regalos y el consumismo.
Lo mismo ocurre cuando detrás de las celebraciones especiales o de los sacramentos, existe una intención de festividad más que de contenido. Incluso hay personas que se casan o bautizan a sus hijos pensando más en la fiesta social que en la profundidad que evocan esas celebraciones.
O cuando miramos instituciones o movimientos supuestamente cristianos que usan el mensaje para lucrar sin ética de todo y de todos; saqueando la esperanza humana o beneficiándose de la ingenuidad y la pobreza. No es extraño encontrarse con estadios repletos de personas que se congregan para ver a supuestos “hombres de Dios”, cuyas fortunas y vidas desordenadas solo revelan fraudes y egocentrismo.
¿Será esto tener la mirada puesta en Jesús?
Tenemos que concluir que, tener puesta la mirada en Jesús, es un tema realmente serio que nos exige coherencia.
Ahora que empezamos un nuevo año, podemos iniciarlo como un desafío diario y cotidiano.
Quizá es una tarea compleja pues nos implica disciplina y mucha atención de modo que no nos perdamos y desviemos nuestra mirada a nuestros intereses personales. Para ello, quizá nos ayuden estas frases de Jesús que nos dan pistas importantes. Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con todo tu ser y con toda tu mente. Este es el primero y el más importante de los mandamientos. (Mateo 22, 37-40). Un mandamiento nuevo os doy. Amaos los unos a los otros, como yo os he amado. (Juan 13,34).