V Lunes de Cuaresma
(Dn 13, 1-9. 15-17. 19-30. 33-62; Sal 22; Jn 8, 1-11)
La mujer
La Biblia tiene diversas lecturas posibles, y sin prescindir del posible sentido histórico y literal de los textos, nos encontramos con que es un libro sagrado, con un mensaje espiritual y teológico, que ilumina la vida del creyente.
Hoy las protagonistas de los textos son dos mujeres, y en ambos pasajes se las acusa de adulterio; en el caso de Susana, de manera injusta y en el Evangelio, con razón, pues parece que fue sorprendida en la acción inmoral. Se pueden leer las dos escenas personalizándolas, y no solo relacionándolas con personajes lejanos.
La figura de la mujer adquiere un significado teológico muy profundo en las Sagradas Escrituras, y en muchos casos es símbolo del pueblo escogido, de la humanidad, y de la Iglesia. Las imágenes que nos presentan las lecturas, contempladas en un contexto más amplio, nos permiten vernos por un lado, defendidos por la Providencia, como en el caso de Susana –“¿Estáis locos, israelitas? ¿Conque, sin discutir la causa ni apurar los hechos condenáis a una hija de Israel? (Dn 13,48)-, y por otro lado, perdonados en el caso del Evangelio: “«Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?» Ella contestó: -«Ninguno, Señor.» Jesús dijo: -«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más.» (Jn 8,11).
La infidelidad del pueblo para con Dios es interpretada por la Biblia como un adulterio, y a su vez la fidelidad de Dios para con su pueblo es descrita como un desposorio. El salmista refleja la imagen del banquete nupcial cuando canta: “Preparas una mesa ante mí, enfrente de mis enemigos; me unges la cabeza con perfume, y mi copa rebosa” (Sal 22).
Más que escandalizarnos o proyectar imágenes escabrosas, desde los textos nos deberemos sentir defendidos y amados por Jesucristo, sin que podamos excusarnos en nuestra debilidad para rechazar su misericordia y su amor.
Santa Teresa de Jesús
El testimonio de la mujer recia y andariega, Santa Teresa de Jesús, nos avala la relación sapiencial con las Escrituras, cuando ella misma se mete en los pasajes bíblicos, como si en verdad fuera la protagonista. Así lo hace con la escena de la pecadora: “Y creo no le hará a vuestra merced mal gusto, porque entrambos, me parece, podemos cantar una cosa, aunque en diferente manera; porque es mucho más lo que yo debo a Dios, porque me ha perdonado más, como vuestra merced sabe” (Vida 14, 12).
Lo mismo hace cuando evoca el pasaje de la Samaritana y de María Magdalena, escenas a las que tiene verdadera devoción. “¡Oh, qué de veces me acuerdo del agua viva que dijo el Señor a la Samaritana!, y así soy muy aficionada a aquel Evangelio” (Vida 30, 19). “Mas sé de esta persona que muchos años, aunque no era muy perfecta, cuando comulgaba, procuraba recoger los sentidos para que todos entendiesen tan gran bien, digo, no embarazasen al alma para conocerle. Considerábase a sus pies y lloraba con la Magdalena, ni más ni menos que si con los ojos corporales le viera en casa del fariseo. Y aunque no sintiese devoción, la fe la decía que estaba bien allí” (Camino de Perfección 34, 7).