En el hemisferio Norte celebramos la Navidad en invierno. Pero la fiesta de Navidad nos ofrece un momento de deshielo, una oportunidad para contemplar un nuevo nacer cuando el paisaje a nuestro alrededor y quizás el paisaje interno, parecen sin vida. El nacimiento de Cristo nos invita a considerar lo que está dormido en nuestra vida y la nueva vida que, bajo la superficie, yace esperando nacer. En este momento participamos, con María y con José, en alumbrar lo sagrado.
El alumbrar lo sagrado no depende solo de la posibilidad física de dar a luz. Es una manera de ser co-creadores con Dios. Pero alumbramos también lo sagrado cuando creamos con las manos, cuando ofrecemos acogida, cuando trabajamos por un mundo más justo o cuando enseñamos a un niño o a una niña. También participamos de este alumbramiento de lo sagrado cuando nos ofrecemos libremente para sanar a otras personas, para que gocen, para transformar el mundo o para la paz. En la Edad Media el místico Meister Eckhart escribió: «nos hacemos madres de Dios, porque Dios necesita nacer de nuevo».
Mientras compartimos el gozo de dar a luz recordamos que es una experiencia difícil y a veces arriesgada. Sea un niño, una niña, o una esperanza, puede ser que el sueño que alumbramos no se vea cumplido. Puede morir. Puede resultar diferente de lo que esperábamos. Puede exigir más esfuerzo el alumbramiento, o más cuidado, de lo que jamás pudiéramos haber imaginado y que nos deja con mucho cansancio y desasosiego. Para poder sobrevivir a este alumbramiento necesitamos de mujeres y hombres que sepan acompañarnos cuando nos falta el aire, cuando gemimos y nos esforzamos, y para celebrarlo aún cuando el alumbramiento no transcurre como se había pensado. Necesitamos a hermanos y hermanas que nos animen a descansar en los momentos de cansancio, a comer cuando tenemos hambre, a llorar nuestro dolor. Solamente así tendremos la fortaleza para animar y trabajar con otras personas cuando haga falta. De esta manera damos a luz y a la vez nacemos de nuevo.
«Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado…. y es su nombre: Mensajero del designio divino» (Is 9,6)
«Nos ha nacido un niño. Con él viene la esperanza de una nueva aurora. Pero este niño, junto con los niños y niñas de nuestro mundo siguen pagando el precio de nuestra apatía, nuestras aberraciones, nuestra comodidad y nuestra afán de seguridad». Así lo recordó en su homilía de la Misa de Gallo, el sacerdote de un cierto pueblo.
Y siguió con palabras que atravesaban el alma de sus fieles: ¿No sospechamos el abuso físico o sexual cuando oímos sus gritos, su llanto, sus gestos?
¿No sospechamos el horror de la guerra cuando les vemos con armas o sus cuerpos destrozados por la guerra o sus consecuencias?
¿No nos afectan las historias de:
- Los millones de niños y niñas sobreprotegidos y sufriendo de falta de amor en el mundo desarrollado,
- La sobreabundancia de cosas y la falta de relación personal.
- El abuso sexual que sufren
- La violencia familiar?