La Navidad

20 de diciembre de 2005

En el hemisferio Norte celebramos la Navidad en invierno. Pero la fiesta de Navidad nos ofrece un momento de deshielo, una oportunidad para contemplar un nuevo nacer cuando el paisaje a nuestro alrededor y quizás el paisaje interno, parecen sin vida. El nacimiento de Cristo nos invita a considerar lo que está dormido en nuestra vida y la nueva vida que, bajo la superficie, yace esperando nacer. En este momento participamos, con María y con José, en alumbrar lo sagrado.

El alumbrar lo sagrado no depende solo de la posibilidad física de dar a luz. Es una manera de ser co-creadores con Dios. Pero alumbramos también lo sagrado cuando creamos con las manos, cuando ofrecemos acogida, cuando trabajamos por un mundo más justo o cuando enseñamos a un niño o a una niña. También participamos de este alumbramiento de lo sagrado cuando nos ofrecemos libremente para sanar a otras personas, para que gocen, para transformar el mundo o para la paz. En la Edad Media el místico Meister Eckhart escribió: «nos hacemos madres de Dios, porque Dios necesita nacer de nuevo».

Mientras compartimos el gozo de dar a luz recordamos que es una experiencia difícil y a veces arriesgada. Sea un niño, una niña, o una esperanza, puede ser que el sueño que alumbramos no se vea cumplido. Puede morir. Puede resultar diferente de lo que esperábamos. Puede exigir más esfuerzo el alumbramiento, o más cuidado, de lo que jamás pudiéramos haber imaginado y que nos deja con mucho cansancio y desasosiego. Para poder sobrevivir a este alumbramiento necesitamos de mujeres y hombres que sepan acompañarnos cuando nos falta el aire, cuando gemimos y nos esforzamos, y para celebrarlo aún cuando el alumbramiento no transcurre como se había pensado. Necesitamos a hermanos y hermanas que nos animen a descansar en los momentos de cansancio, a comer cuando tenemos hambre, a llorar nuestro dolor. Solamente así tendremos la fortaleza para animar y trabajar con otras personas cuando haga falta. De esta manera damos a luz y a la vez nacemos de nuevo.

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«Un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado…. y es su nombre: Mensajero del designio divino» (Is 9,6)

«Nos ha nacido un niño. Con él viene la esperanza de una nueva aurora. Pero este niño, junto con los niños y niñas de nuestro mundo siguen pagando el precio de nuestra apatía, nuestras aberraciones, nuestra comodidad y nuestra afán de seguridad». Así lo recordó en su homilía de la Misa de Gallo, el sacerdote de un cierto pueblo.

Y siguió con palabras que atravesaban el alma de sus fieles: ¿No sospechamos el abuso físico o sexual cuando oímos sus gritos, su llanto, sus gestos?

¿No sospechamos el horror de la guerra cuando les vemos con armas o sus cuerpos destrozados por la guerra o sus consecuencias?

¿No nos afectan las historias de:

  • Los millones de niños y niñas sobreprotegidos y sufriendo de falta de amor en el mundo desarrollado,
  • La sobreabundancia de cosas y la falta de relación personal.
  • El abuso sexual que sufren
  • La violencia familiar?