Podría parecer una contradicción que en Pascua, fiesta de la luz, del día sin ocaso, del dominio de la vida sobre la muerte, de Cristo resucitado, evoquemos la noche como icono pascual.
La enfermedad, la pobreza, la prueba, la muerte, la noche siguen siendo verdades que tocan nuestra historia, y no podemos abstraernos de ellas, por más que proclamemos aleluyas.
Pero justamente porque Cristo ha resucitado, ni la enfermedad, ni el fracaso, ni el pecado, ni la noche, ni la muerte es la última palabra; por el contrario, en tantos momentos, se convierten en tiempo de gracia y en experiencia de misericordia.
Un himno de la oración de Completas canta: “La noche no interrumpe tu historia con el hombre, la noche es tiempo de salvación. La noche fue testigo de Cristo en el sepulcro; la noche vio la gloria de su resurrección”.
Si volvemos a los pasajes de Pascua, los dos de Emaús, de noche corrieron a Jerusalén para contar lo que les había pasado por el camino, y estando ellos narrando la experiencia a los otros discípulos, se les apareció el Señor.
“… levantándose al momento, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los que estaban con ellos, que decían: «¡Es verdad! ¡El Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón!»
Ellos, por su parte, contaron lo que había pasado en el camino y cómo le habían conocido en la fracción del pan.
Estaban hablando de estas cosas, cuando él se presentó en medio de ellos y les dijo: «La paz con vosotros».
Sobresaltados y asustados, creían ver un espíritu. Pero él les dijo: «¿Por qué os turbáis, y por qué se suscitan dudas en vuestro corazón?” (Lc 24, 33-38)
¿Tienes miedo a la noche, a la contrariedad, al dolor? Jesús ha vencido a la muerte.