¿Qué nos pasa cuando experimentamos una noche oscura del alma? ¿Qué está sucediendo y cuál tiene que ser nuestra respuesta?
Existen bibliotecas de literatura sobre esto, cada libro o artículo ofreciendo su particular experiencia, pero aquí yo quiero compartir una visión más bien única y altamente significativa sobre esto, debida a Constance FitzGerald, monja carmelita y bien versada en diferentes escritores espirituales clásicos que tratan sobre la noche oscura del alma.
La escritora usa la palabra “impasse” para traducir lo que comúnmente se llama una noche oscura del alma. Para ella, en efecto, lo que sucede en una noche oscura del alma es que llegas a un “bloqueo” en tu vida en lo que respecta a tus emociones, tu entendimiento y tu imaginación. Todas las maneras anteriores en que comprendías, imaginabas y sentías sobre las cosas, especialmente en lo referente a Dios, la fe y la oración, ya no te sirven. Estás, por así decirlo, paralizado, incapaz de volver a la manera como estaban las cosas e incapaz de avanzar. Y parte de la parálisis consiste en que no puedes pensar, imaginar ni sentir el modo de salir de esto. Estás bloqueado, sin camino atrás ni camino adelante. Y así, ¿qué haces? ¿Cómo vas más allá del bloqueo?
No hay una salida fácil ni rápida de esto. No puedes imaginar, pensar ni sentir tu salida de esto porque la visión, los símbolos, las respuestas y los sentimientos que necesitas, en efecto, aún no existen, por lo menos no existen para ti. Esa es la verdadera razón por la que estás en un bloqueo y tan paralizado emocional e intelectualmente. La nueva visión y sentimientos que pueden recomponer tu visión, pensamientos y sentimientos tienen que ser primeramente gestados y dados a luz por medio de tu propio dolor y confusión.
En esta fase, no hay respuesta, por lo menos no para ti. Puede ser que hayas leído relatos de otros que han arrostrado el mismo bloqueo y que ahora aconsejan sobre cómo arrostrar la noche oscura. Eso puede ser útil, pero, aun así, son tu corazón, tu imaginación y tu entendimiento los que están en el crisol de fuego. Saber que otros han atravesado el mismo fuego puede ayudar a darte visión y consuelo en tu parálisis, pero aún debes atravesar el fuego en tu propia vida para volver a componer tu propia imaginación, pensamientos y sentimientos.
Para FitzGerald, hallarse en esta situación resulta el sumo espacio liminal en el que podemos encontrarnos. Esto es un crisol en el que estamos siendo purificados. Y, para ella, la salida es el camino a través. La salida de una semejante noche oscura es a través de la “contemplación”, esto es, permaneciendo en el bloqueo, esperando pacientemente dentro de él y esperando a que Dios rompa ese bloqueo al transformar nuestra imaginación, entendimiento y corazón.
Así, en definitiva, ese bloqueo es un desafío para que lleguemos a ser místicos, no que empecemos a buscar una extraordinaria experiencia religiosa, sino que permitamos a nuestra desilusión, símbolos rotos y significados frustrados convertirse en el espacio donde Dios pueda volver a componer nuestra fe, sentimientos, imaginación y entendimiento dentro de un nuevo horizonte en el que todo sea radicalmente reinterpretado.
¿Cómo hacemos esto en concreto? ¿Cómo contemplamos? Lo hacemos al estar situados en la tensión, desvalidos, pacientes, abiertos, esperando y permaneciendo allí a pesar del tiempo que se precise para que recibamos, en la profundidad de nuestras almas, una nueva manera de imaginar, pensar y sentir acerca Dios, la fe y la oración, más allá del bloqueo.
Además, los símbolos rotos, la desilusión y nuestro desvalimiento para pensar o sentir nuestra salida del bloqueo es precisamente lo que nos asegura que la nueva visión que nos es dada procede de Dios y no es el producto de nuestra imaginación, ni proyección, ni interés propio.
Una de las más penetrantes críticas jamás dada de la experiencia religiosa fue realizada por Friedrich Nietzsche, quien afirmó que una experiencia religiosa, toda ella, es en definitiva una proyección humana. Arguyó que nosotros creamos a Dios a nuestra autoimagen y semejanza para nuestro propio autointerés, y que, por eso, muchas expresiones de sincera fe y religión pueden ser hipócritas y falsas. Reaccionando a esto, Michael Buckley, el renombrado filósofo y teólogo jesuita, hizo esta contrarreclamación: Nietzsche tiene razón en un 95%. El noventa y cinco por ciento de lo que afirma ser experiencia religiosa es, de hecho, proyección humana. Pero Buckley añade que Nietzsche está equivocado en un 5%, y ese 5% marca toda la diferencia, porque en ese 5% la revelación de Dios fluye incontaminada en nuestras vidas.
Ahora bien -y este es el punto esencial aquí- ese 5% sucede exactamente cuando estamos en una noche oscura del alma, cuando nuestros símbolos están rotos, nuestro entendimiento se halla impotente, nuestra imaginación se encuentra vacía y nuestros corazones están perdidos. Es cabalmente entonces, cuando somos incapaces de ayudarnos, el momento en que también somos incapaces de contravenir y echar a perder la manera como Dios entra en nosotros.
Dios puede afluir puro y sin mancha dentro de nuestras vidas cuando nosotros estamos en un bloqueo y somos incapaces de sustituir nuestra visión por la visión de Dios.