¿La vocación personal de esposos debe estar adornada por un tipo de espiritualidad – como si fuese una veste talar más o menos común – o es la espiritualidad la que ha de dar el tono, la diferencia, el espíritu a esa vocación personal?
Apuesto por la respuesta afirmativa a la segunda parte de la pregunta, aunque sea a contracorriente. Los esposos no reciben al casarse un «uniforme de espiritualidad», sino que la van confeccionando en la cotidianidad, en la fragilidad humana y en la urdimbre de relaciones entre hombre y mujer, zurcida de miedos y esperanzas, de penas y alegrías.
Pero ¿qué se entiende por espiritualidad matrimonial? Sugerimos algunas ideas. Pueden aparecer mundanas. Pero están entresacadas de la vida de muchos matrimonios de nuestra Iglesia y de los que he recibido un aire nuevo para una Iglesia nueva.
Muchos matrimonios, los más jóvenes sobre todo, tienen recelos, cuando no confusiones, ante la palabra espiritualidad. Parece como si se les arrancara de este mundo (división entre lo material y lo espiritual; el cuerpo es sólo carruaje de salvación o condenación) o se redujera a rezar, ir a misa, ser buenos católicos… Concepciones ambiguas, confusas y parciales.
SUPERANDO CONCEPTOS HISTÓRICOS
La vida monacal de la Edad Media fue modelo de toda espiritualidad. Todos los diferentes estados de vida tenían en los monjes la principal, si no única, referencia de vida cristiana. Su gran prestigio era punto de atracción y modelo a seguir. A este estilo de vida se unieron los clérigos. Los laicos, para dejar de ser «imperfectos» tenían que mirar también a ese estilo de vida como referencia de vida cristiana. «Hay otra clase de cristianos, que son laicos… a los que se les permite casarse…, depositar ofrendas ante el altar, pagar los diezmos…»(Decrefo de Graciano, S.XII).
Pese al aire fresco y giro copernicano del Vaticano II, todavía la fuerza de la historia ofrece resistencias.
Un primer salto que tenemos que dar: La espiritualidad cristiana es globalizadora de la persona. Si no, deja de ser tal. En el matrimonio debe estar igualmente abierta a la relación con Dios y relación profunda con el otro con quien reproduce, de una forma específica y novedosa, el amor de Cristo a su Iglesia. La espiritualidad conyugal no es un estado de perfección o un ideal religioso. Es un camino concreto: camino-vocación de relación y de amor.
CAMINO DE REALIZACIÓN Y DE SANTIDAD
Si entendemos con el concilio que la vocación matrimonial es una íntima comunidad de vida y amor entre el hombre y la mujer unidos sacramentalmente, tendremos que convenir que la espiritualidad más característica de los esposos cristianos la van construyendo en la propia vida de pareja. Verdadero camino de realización personal y de santidad esponsal.
Su espiritualidad no tiene un modelo monacal o clerical. Como casados tienen su propia identidad en la Iglesia (cf. Lumen Gentium 31). Desde su pertenencia al cuerpo de Cristo por el bautismo, van viviendo la igualdad de todos los cristianos -clérigos o laicos- en su relación con Dios y con los hombres, y van construyendo también la novedad vocacional de vivir la aventura y el sueño de Dios sobre el hombre y ía mujer (cf. Gen 1,27;2,18) en términos de relación, de ternura, de fidelidad, de perdón, de aceptación, etc., como la imagen humana más inteligible de lo que esencialmente es Dios: relación de amor.
Por ahí hemos de buscar la igualdad y la profunda diferencia en la espiritualidad conyugal.
En la vida diaria de pareja se pueden dedicar algunos minutos a la oración. Pero en todos los matrimonios las mejores horas del día están dedicadas al trabajo y al cuidado de los hijos. Es en esas horas donde deben sentirse en estrecha unidad de pareja y unidad con Dios, sin necesidad de mudarse para ir a la iglesia y sentirse sólo allí matrimonios cristianos. Si los templos o los momentos de oración «se convierten en lagunas donde encontrar a Dios» se corre el riesgo de vaciar de significado espiritual la casi totalidad de la existencia.
AMOR CONYUGAL, AMOR ESPIRITUAL
Así pues, el amor conyugal, fundamentalmente igual en todas las parejas, va a marcar la singularidad de su espiritualidad. La calidad, las formas como expresan ese amor conyugal, va a constituir el fundamento de su espiritualidad, tanto en su expresión hacia Dios, como en su expresión hacia ellos mismos, su familia y la Iglesia (cf. Gaudium et Spes 49).
Cada uno de los esposos, desde su fe personal, asume el esfuerzo, la inteligencia y la voluntad para «dar vida a una nueva realidad» que ha nacido desde que se han dicho sí el uno al otro. Todo lo que da vida y fuerza a su amor y a su sueño es la espiritualidad conyugal.
RENOVAR EL SUEÑO PROFUNDO DE UNIDAD Y COMUNICACIÓN
Creo que son dos los principales caminos hacia una espiritualidad nueva: la renovación, re-creación constante del
sueño profundo de amor y unidad que cada pareja tiene al embarcarse en el barco del matrimonio; y la comunicación como el timón más seguro para conseguirlo.
a) Recrear el sueño profundo de amor
Los esposos están llamados a apostar por un amor contracultural: un amor «alianza» que supere todo el lastre de contrato y de dependencia a que el amor humano se reduzca a un mero sentimiento o a una reacción química que va perdiendo su fuerza. «Amor-alianza» que ofrezca la seguridad de un amor incondicional y para siempre, contra el miedo a un amor con cláusulas, donde cualquiera de las partes pone su tiempo y su medida. Re-crear ese sueño en la cotidianidad es una aventura apasionante, no fácil pero posible.
b) La comunicación
La comunicación sigue siendo clave para pasar de enamorarse a permanecer enamorados; para conducir la vida desde las principales facultades del hombre: corazón, inteligencia y voluntad, y no al capricho de los sentimientos.
Modestamente creo que en la comunicación se fragua la verdadera espiritualidad de la pareja.
Comunicación que, entre otros, habría de abarcar, como práctica globalizante de su vida de relación, estos tres campos:
- Comunicación verbal y no verbal de pareja. Se ha escrito poco como ámbito teológico donde la pareja escribe su amor en la historia diaria. Nos falta descubrir caminos prácticos y creíbles para que todas las parejas se tomen en serio la comunicación interpersonal, pasando de lo meramente anecdótico a lo profundo; de la conversación sobre cosas a la comunicación sobre ellas mismos. La comunicación tiene mucho de arte y de técnica que se puede aprender. Y estamos ante la paradoja de vivir en un mundo de alta calidad en los medios de comunicación junto a la desolación de tanta gente -esposos también- que se siente sola.
- Comunicación sexual. Que pueda superar todo reduccionismo a una actividad genital, todo miedo y toda manipulación. También aquí hemos de superar complejos y poses recelosos. Nos jugamos demasiado en ello. La expresión más profunda de amor entre hombre y mujer no debe estar a merced de tanta banalidad y recelo. Cuando la expresión sexual deja de ser comunicación profunda entre hombre y mujer, corremos el riesgo de que sea sólo una actividad genital fría, activista, muchas veces vejatoria. La forma de comunicar la ternura va a marcar su calidad. Hacer de la relación sexual una construcción del amor es un arte de espiritualidad auténtica: dar vida al sí mutuo, en cuerpo y alma: «yo me entrego a ti…».
- Comunicación con Dios. El matrimonio es lugar teológico. No teoría sin rostro. Es la vocación sacramental donde se hace presente la salvación de Dios y donde Cristo sigue encarnándose en un sacramento de la Iglesia. Ahí se enmarca esa «vertiente vertical» de la espiritualidad conyugal, donde, además de la comunicación personal con Dios, hay también una dimensión de pareja en esa comunicación. No sólo porque recitan ora-clones en pareja o acuden a celebraciones religiosas en pareja, sino porque transforman en oración todo lo que hacen, y tratan de dar unidad a su sueño con su vida diaria. Eso es espiritualidad. No son sus oraciones las que nos van a hablar mejor de Dios, sino su relación profunda de amor la que les llevará a estar en presencia de quien soñó para ellos la felicidad en el amor.
DIOS DESBORDA Y SUSTENTA SU AMOR
En esa comunicación los esposos se adentran en el misterio de Dios: relación de amor. Su comunicación, la forma como expresan su amor en la sencillez o dificultad de cada día, va a significar en términos de relación profunda y responsable de pareja lo que Dios es: amor. Y van a experimentar en su propia carne la sabiduría de Dios: «Quien ama, conoce a Dios» (Un 4,7). «¿Por qué el lenguaje de los enamorados se acerca al lenguaje de lo divino en sus juramentos de amor eterno, de absoluta fidelidad y de don incondicionado? ¿No será, quizá, porque en el amor está en juego el misterio del amor, la fascinación de la transcendencia viva, es decir Dios mismo?… Quién es Dios en su profundidad sólo podremos comprenderlo a través de la experiencia del amor (texto tomado del artículo de Clodovis Boff, L’esperienza di Dio oggi, que aparece en la obra de W. Kasper, Posibilidades de la experiencia de Dios en la actualidad).
COMO CRISTO AMÓ A LA IGLESIA: DON y TAREA
Desde esa espiritualidad específica del matrimonio cristiano, cada pareja que se dice sí mutuamente en el seno de la Iglesia, nos dice sí a cada uno de nosotros que pertenecemos a la misma fe y al mismo Cuerpo de Cristo. Y en ese sí mutuo se refuerza el don del amor de Cristo a su Iglesia. Amor sacramental, don y tarea. Lugar de presencia del amor incondicional y cercano del amor de Cristo por los suyos. Lugar teológico precioso, no siempre fácil, donde el espíritu de Jesús se hace carne y alimento de Iglesia.
No he pretendido despreciar todo lo que se ha entendido como prácticas religiosas o del Espíritu. Bien conozco el maravilloso camino hecho por muchos matrimonios que tras su encuentro de pareja han ido hasta el encuentro fascinante con Dios. Sólo me afianzo en lo que P. Ricoeur nos advierte: «Podrán sobrevivir únicamente espiritualidades que tienen en cuenta la responsabilidad del hombre… Deberán morir las espiritualidades de evasión, las espiritualidades dualistas…»
(texto tomado del artículoTáches de l’educateur politique, aparecido en la revista fsprírVIl, 1965).