La opción fundamental

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Hace varios años, en una conferencia a la cual asistía, el orador principal desafió a su audiencia de esta manera: Todos -señaló- somos miembros de distintas comunidades: vivimos en familias, formamos parte de grupos de iglesia, tenemos compañeros con los que  trabajamos, tenemos un círculo de amigos, y somos parte de una comunidad cívica más grande.   En cada una de estas llegará un momento en el que se nos hará daño, cuando ya no seamos apreciados, cuando nos van a tomar por sentado, y seremos tratados injustamente.  Todos nosotros saldremos heridos.  Eso es un hecho.  Sin embargo, y este  era su reto, el cómo manejemos ese daño, ya sea con amargura ó con perdón, será lo que dé color al resto de nuestras vidas, y determine, qué tipo de persona vamos a ser.

El sufrimiento y la humillación nos encontrarán a todos, y en toda su extensión, sin embargo la forma en que respondamos a ellos, determinará tanto el nivel de nuestra madurez como la clase de persona que somos.  El sufrimiento y la humillación van a suavizar nuestros corazones ó a endurecerán nuestras almas.  La dinámica funciona de esta manera:

No hay profundidad del alma sin sufrimiento.  La experiencia humana desde hace mucho tiempo nos ha enseñado esto.  Logramos profundidad principalmente a través del sufrimiento, especialmente a través de esa clase de sufrimiento que nos hace humildes. Si alguno de nosotros se hiciera la siguiente pregunta: ¿Qué es lo que me ha dado profundidad en la vida? ¿Qué me ha abierto a una percepción más profunda y una comprensión más profunda? Casi invariablemente, la respuesta sería algo sobre lo cual estaríamos avergonzados de hablar: fuimos intimidados cuando niños, abusaron de nosotros de alguna manera, algo dentro de nuestro aspecto físico nos hace sentir inferiores, hablamos con acento, siempre estamos de alguna manera fuera juego, tenemos un problema de peso, somos socialmente torpes, y la lista sigue, sin embargo la verdad es siempre la misma: En la medida en que tenemos profundidad también hemos sufrido humillaciones, ambas cosas están conectadas.
No obstante la profundidad no de una única clase.  La humillación nos hace profundizar, y nos puede hacer profundos de diferentes maneras: nos puede hacer profundos en comprensión, en empatía, y en perdón, ó puede profundizar en nuestro resentimiento, amargura y venganza.  Los jóvenes que dispararon contra sus compañeros de clase en “Columbine” y el joven que indiscriminadamente disparó a estudiantes en la Universidad “Virginia Tech”, sin duda, sufrido algún tipo de humillación en la vida, y eso les hizo profundizar.  Lamentablemente, en su caso, profundizaron en la ira,  en la amargura y en el asesinato.

Vemos lo contrario en la forma en que Jesús se enfrenta a su crucifixión.  La crucifixión, como se sabe, fue diseñada por los romanos como pena de muerte, sin embargo no tenían en mente una simple pena de muerte.  La crucifixión también fue diseñada para hacer dos cosas: para infligir la óptima  cantidad de dolor que una persona pudiese soportar, y para humillarlo por completo y públicamente al someterse a ella.

Cuando Jesús se prepara para enfrentar a su crucifixión y la vergonzosa humillación dentro de esta, él se encoge ante el reto y le pide a Dios si hay otra forma de llegar a la profundidad del Domingo de Pascua, sin tener que pasar por la humillación del Viernes Santo.  Eventualmente, más sólo después de sudar sangre, él acepta que no hay más remedio que someterse a la humillación de la crucifixión.  Sin embargo nosotros descubriremos la verdadera lección sólo si entendemos realmente lo que estaba en juego en esta elección de Jesús.  La decisión agonizante que él está tomando no es la opción: ¿Me someto a la muerte ó invoco el poder divino y me libero?  El fue condenado a muerte y se sentía tan impotente como estaría cualquier otro ser humano en esa situación.  El Invocar el poder divino como un medio de escape ó no invocarlo no era el problema  sobre el que él estaba angustiado.  La cuestión no era si morir ó no morir.  Se trataba de cómo morir.  La elección de Jesús fue la siguiente: ¿Debo morir en la amargura ó en el amor? ¿Me muero con dureza de corazón ó con la gentileza del alma? ¿Debo morir en el resentimiento ó en el perdón?
Sabemos qué camino escogió.  Su humillación lo llevó a profundidades extremas, sin embargo éstas eran profundidades  de empatía, de amor y de perdón.

Esa es la cuestión que esta perennemente en juego en términos de nuestra propia madurez y generatividad: En nuestras humillaciones, ¿nos entregamos a la amargura ó al amor, al resentimiento ó al perdón, a la dureza de corazón ó a la gentileza del alma?  Y tenemos que hacer esta elección diaria: cada vez que nos encontramos avergonzados, ignorados, que se nos da por sentado, seamos menospreciados, injustamente agredidos, maltratados o calumniados, nos encontramos entre el resentimiento y el perdón, entre la amargura y el amor. La opción que elijamos determinará tanto nuestra madurez como nuestra felicidad.

Y, en definitiva, para todos nosotros, como fue el caso de Jesús, vamos a tener que hacer frente a esta opción en el campo de juego por excelencia: ¿enfrentando nuestra muerte, vamos a optar por marchar y morir con un corazón frío, ó con un alma cálida?