I Martes de Cuaresma
(Is 55, 10-11; Sal 33; Mt 6, 7-15)
La oración
En el pórtico de la Cuaresma, las lecturas nos llamaban al ayuno, a la limosna y a la oración. Hoy se nos instruye de manera especial en la oración cristiana que, como dice Jesús en el Evangelio, no consiste en dar gritos ni en hacer aspavientos, sino todo lo contrario. “Cuando recéis, no uséis muchas palabras, como los gentiles, que se imaginan que por hablar mucho les harán caso” (Mt 6, 7).
Uno de los privilegios que nos concede la fe es la certeza de que no estamos solos, sino que siempre podemos relacionarnos con quien nos ha creado. Él escucha nuestro clamor, atiende nuestra súplica, está atento a nuestras necesidades. “Si el afligido invoca al Señor, Él lo escucha y lo salva de sus angustias” (Sal 33).
La fe nos permite confiar en que Dios cumple su Palabra, aunque parezca que no oye y que está lejos de nuestras dificultades. Ya el profeta Isaías nos invita a la confianza, cuando en nombre del Señor afirmaba: “Mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo” (Is 55, 11).
La oración cristiana es una relación en la que cabe, como sucede entre dos personas, que se den todos los modos y sentimientos, desde la experiencia gozosa, compartida, al grito de auxilio; desde una estancia serena y apacible, a una necesidad de expresar la angustia ante Aquel que sabes que te escucha.
Santa Teresa
Si hay una enseñanza acreditada en los escritos de la santa andariega es precisamente cuanto escribe sobre la oración; No solo la pedagogía para practicarla, sino el testimonio vivo de quien habla desde la experiencia.
Para la maestra espiritual, la oración es un trato de amistad: “Que no es otra cosa oración mental, a mi parecer, sino tratar de amistad, estando muchas veces tratando a solas con quien sabemos nos ama” (Vida 8, 5).
Teresa de Jesús nos introduce en la oración mental, de recogimiento, de quietud y de unión. Y enseña que hay cuatro formas de orar, a manera de como se riega un campo, sacando agua de un pozo, con esfuerzo, ayudados por una noria, con el riego de una fuente cuya agua cae por su peso, o gracias a la lluvia. Sin duda, esta última manera es mejor, y es gracia.
En definitiva, la doctora mística nos invita a tratar con Dios, a demostrarle amor. Ella se enamoró de Jesucristo, y nos recomienda ese mismo trato, que puede llegar hasta la unión total, como describe en el libro de las Moradas o Castillo interior, y para entrar en él no hay otra puerta que la oración. “Porque, a cuanto yo puedo entender, la puerta para entrar en este castillo es la oración y consideración, no digo más mental que vocal, que como sea oración ha de ser con consideración” (Moradas I, 1, 7).