La otra cara de la ortodoxia

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Hay muchas maneras por las que nuestro sistema de fe puede desequilibrarse, de forma que pueda dañar a Dios y a la iglesia.

¿Qué elementos contribuyen a una fe sana, equilibrada, ortodoxa? El “Diccionario Oxford de la Iglesia Cristiana” define la ortodoxia como “recta creencia en contraste con la herejía”. La definición es bastante exacta, pero tendemos a pensar sobre esto de una manera muy sesgada y parcial.

La mayoría de la gente concibe la herejía como un ir demasiado lejos, como cruzando una frontera dogmática, como forzando la verdad cristiana más allá de lo debido. Ortodoxia, entonces, significa permanecer dentro de perímetros seguros.

Esto es cierto en la medida en que funciona, pero es una comprensión parcial y reduccionista de la ortodoxia. La ortodoxia tiene una doble función: Por una parte te dice lo lejos que puedes ir, pero por otra te dice también lo lejos que debes ir. Y es precisamente esta segunda parte la que con frecuencia descuidamos u olvidamos.

Las herejías son peligrosas, pero el peligro tiene dos caras. La fe cree que no respetar las oportunas fronteras dogmáticas conduce invariablemente a una religión nociva y a una mala práctica moral. El daño o perjuicio real existe. Las fronteras dogmáticas son importantes. Pero – igualmente importante- no concedemos ningún favor a Dios, a la fe, a la religión y a la iglesia cuando nuestras creencias son estrictas, fanáticas, legalistas o intolerantes. El ateísmo es invariablemente un parásito alimentado por un mal teísmo. La anti-religión es simplemente con frecuencia una reacción a la religión defectuosa y entonces la estrechez y la intolerancia son tal vez más contrarias a la religión que cualquier frontera dogmática transgredida.  Creo que Dios, la religión y las iglesias resultan más heridas por estar asociadas a la estrechez y a la intolerancia de algunos creyentes que por cualquier herejía dogmática teórica.  La auténtica verdad, la fe verdadera y la genuina fidelidad a Jesucristo exigen también que nuestros corazones estén ampliamente abiertos para irradiar la compasión y el amor universal que Jesucristo encarnó. La pureza de dogma sola no nos hace discípulos de Jesús.

Baste decir que Jesús es claro acerca de esto. Quien lea los evangelios y no se entere de los repetidos avisos de Jesús sobre el legalismo, estrechez de mente e intolerancia está leyendo de forma selectiva. De acuerdo, Jesús ciertamente previene sobre permanecer dentro de los límites de la fe genuina (monoteísmo y todo lo que eso implica) y de la auténtica moralidad (los mandamientos, amor a los enemigos, perdón), pero hace hincapié también en que podemos perder las verdaderas exigencias del discipulado si no vamos lo suficientemente lejos permitiendo que sus enseñanzas nos alcancen.

La auténtica ortodoxia nos pide soportar una gran tensión, entre fronteras reales que no puedes traspasar y fronteras reales hasta las que tienes que avanzar. No puedes ir demasiado lejos, pero tienes también que ir lo suficientemente lejos. Y éste puede ser un camino solitario. Si aguantas fielmente esta tensión, sin ceder a ninguno de los dos lados, sin duda te encontrarás con pocos aliados, ni en un lado ni en el otro, es decir, resultarás demasiado liberal para los conservadores y demasiado conservador para los liberales.

Arriesguémonos con un sencillo ejemplo: Puedes observar esta clase de dolida ortodoxia -aunque más plenamente católica-  en un hombre como Raymond Brown, el famoso experto bíblico, leal pensador católico romano, que se encontró atacado, por razones opuestas, desde ambos lados del espectro ideológico. Disgustó a los liberales, porque echó el freno o se paró antes de lo que ellos pensaban que debiera parar; y también disgustó a los conservadores, porque apuntó que la verdad y el dogma auténticos nos fuerzan con frecuencia a traspasar algunas zonas anteriormente cómodas.

Y esta tensión es una innata y saludable inquietud, algo que se supone que debemos vivir a diario en nuestras vidas, más que algo que podemos resolver de una vez para siempre. Efectivamente, la raíz profunda de esta tensión se asienta justamente al interior del alma humana misma. El alma humana, como Tomás de Aquino escribió de forma clásica, tiene dos principios y dos funciones: El alma es el principio de la vida, de la energía y del fuego dentro de nosotros, y al mismo tiempo, igualmente, es el principio de integración, de unidad y de adhesión. El alma nos mantiene enérgicos y en llamas, y al mismo tiempo nos impide dispersarnos y desmoronarnos. Un alma sana, por lo tanto, nos mantiene dentro de saludables fronteras, para impedir que nos desintegremos, mientras a la vez nos mantiene ardiendo a fin de que no nos petrifiquemos y nos volvamos demasiado endurecidos para participar plenamente en la vida. En ese sentido, el alma misma es un sano principio de ortodoxia en nuestro interior. Nos guarda dentro de los límites reales, mientras nos empuja hacia nuevas fronteras.

Vivimos siempre frente a  dos peligros opuestos: desintegración y petrificación.               Para permanecer sanos tenemos que conocer nuestros límites o fronteras y también tener conciencia del punto fronterizo que debemos alcanzar. El instinto conservador nos advierte sobre lo primero. El instinto liberal nos avisa sobre lo segundo. Ambos instintos son saludables, ya que ambos peligros son reales.

El poeta alemán Goethe escribió una vez: La vida está amenazada de muchos peligros, y uno de ellos es justamente la seguridad. Eso es cierto tanto en nuestra vida personal como en la ortodoxia cristiana. Existe peligro en salirse del dogma, pero existe igual peligro en no irradiar, con suficiente compasión y comprensión, la voluntad universal de Dios para la salvación de todos los pueblos.