Hoy el profeta nos describe la virtud de la Palabra con la imagen de la lluvia. Al igual que en el tempero, cuando la lluvia suave cala y penetra la tierra al caer lentamente, así acontece cuando se presta oído a las Sagradas Escrituras y se sabe leer la realidad desde la Biblia, trascendiendo el significado de los acontecimientos e interpretándolos como historia providente.
En este tiempo, la Iglesia nos ofrece de manera especial una selección de textos bíblicos, que nos propone cada día en la Liturgia de la Palabra para que los meditemos y sintamos el acompañamiento de la voz del Señor, que al hilo de la lectura creyente, cabe escuchar como moción consoladora o como llamada a la conversión.
La Palabra es como espada de doble filo, que penetra hasta el tuétano. En ella se nos revela la voluntad divina, no como algo estereotipado como repetición del ayer, sino como expresión actual, porque la Palabra es viva, eficaz, realiza lo que dice, tiene la virtud de fecundar el corazón, hacerlo revivir y conmoverlo.
Ha habido muchos santos que lo han sido como fruto de la eficacia de la Palabra escuchada y cumplida. El mismo Jesús nos enseña a rezar: “Hágase tu voluntad”. La Virgen María llega a ser la Madre de Dios cuando acepta el mensaje del Ángel: “Hágase en mí según tu Palabra”. Y el Evangelio de san Juan asegura que la Palabra vino al mundo, y a quien la recibe le da poder para ser hijo de Dios. Jesús dice de quien escucha la Palabra de Dios y la cumple, que llega a ser su hermano, su hermana y su madre.
Un axioma recordado por los papas, y que ya lo pronunció san Jerónimo, afirma: “Desconocer las Escrituras es desconocer a Jesucristo”. San Juan XXIII tuvo la sagacidad de renovar la Iglesia desde la lectura creyente de las Sagradas Escrituras. Por este motivo su sepulcro ha sido colocado en el altar de San Jerónimo de la basílica vaticana de San Pedro.
El papa Francisco se ha acercado a la persona de Lutero en el 500 aniversario de la defensa de sus tesis, que fueron motivo doloroso de ruptura con la Iglesia. Hoy, superados los miedos a la lectura de la Biblia que sintieron muchos fieles católicos, deberíamos iniciarnos en el conocimiento sapiencial de la Palabra. Los que practican la Lectio Divina saben el bien que se recibe al entrar en contacto con el mensaje revelado, aplicado a las circunstancias concretas.
Como el vaso de agua en hora de sed; como pan en momento de necesidad; como sombra en hora de bochorno; como lluvia en tiempo de sequía; como bordón de peregrino; como consejo acertado en la encrucijada; como luz en la oscuridad, se nos ofrece la Palabra de Dios en la cuarentena de la existencia, durante toda la vida, y nos orienta hacia la meta deseada mientras nos anticipa la paz interior.