Es motivo de alegría el asistir a este nuevo renacer del interés de los cristianos por la lectura de la Biblia. No es algo completamente nuevo. Ya en las primeras comunidades cristianas se animaba a los seguidores de Jesús a la lectura de las Sagradas Escrituras. Lo podemos comprobar en las cartas pastorales (cf. 2 lim 3,14-15). Los Padres de la Iglesia invitarán constantemente a la lectura bíblica. San Ambrosio decía: «Ejercitémonos cotidianamente en la lectura y procuremos imitar aquello que leemos…». San Jerónimo lo recomienda en sus cartas con estas hermosas palabras: «Lee con frecuencia y aprende lo mejor que puedas. Que te sorprenda el sueño mientras sostienes el códice entre las manos y que la página sagrada reciba tu rostro vencido por el sueño» (Ep 22,17).
Después de un largo período en el que se llega a desaconsejar la lectura de la Biblia, al comienzo de nuestro siglo observamos un nuevo planteamiento por parte de la Iglesia. En 1943, Pío XII redacta la encíclica Divino afflante Spiritu, donde anima a leer las Sagradas Escrituras y a estudiarlas. El Vaticano II recupera con aire fresco y esperanzador el papel que la Biblia debe tener en la Iglesia y en el cristiano en particular. La Constitución Dogmática sobre la Revelación, Dei Verbum, es el pulmón nuevo donde se afirma algo tan hermoso como: «Los fieles deben tener fácil acceso a la Sagrada Escritura» (n. 22). Para finalizar este breve recorrido, quiero mencionar el magnífico documento final de la IV Asamblea Plenaria de la Federación Bíblica Católica. En 1990 reunidos en Bogotá 140 delegados de 70 países reflexionan sobre el papel de la Biblia ante la Nueva Evan-gelización y afirman que la Biblia tiene que ser cada vez más el libro de la comunidad cristiana. De esta manera todo el ministerio de la Iglesia deberá ser entendido como ministerio de la Palabra. Un lugar privilegiado para la lectura e interpretación de la Biblia son las pequeñas comunidades cristianas.
Nos juntamos para leer la Biblia
Gracias a estos nuevos impulsos y estímulos, podemos observar con más alegría y esperanza cómo en los últimos años se están creando y potenciando grupos de cristianos que se reúnen, a parte de las celebraciones dominicales, para leer y rezar con la Biblia. Son los así llamados Grupos Bíblicos. ¿Qué es y qué hace un grupo bíblico?
Son cristianos que quieren vivir su vocación un poco más conscientemente y en comunidad. No son doctores en Biblia y tampoco se acercan a ella con una postura integrista. En el grupo bíblico se intenta descubrir el sentido que el texto tiene para nosotros en el presente. Carlos Mesters, gran impulsor de estos grupos, compara el grupo bíblico con la gente que va a la autoescuela, no para hacerse mecánico, sino para hacerse un buen conductor y saber manejar su coche. El grupo bíblico es como la autoescuela. No es un curso de mecánica de motores. Por supuesto que es importante que haya personas que conozcan la mecánica (exégetas) para hacer la revisión y apretar las tuercas. Lo fundamental en el grupo bíblico es hacer que la Biblia funcione en el camino de la vida y produzca frutos en ella. Apoyados en la fe, abren la Biblia para encontrar en ella orientación para mejorar sus vidas hacia sus destinos. La Biblia es como un mapa: indica el camino, señala a dónde tenemos que ir, hace saber cuál es el valor de las personas y de las cosas, y de esta forma puede descubrir y señalar qué es lo que en nuestra vida está equivocado y qué es lo recto; nos descubre lo que valemos, la esperanza que podemos albergar; nos hace vislumbrar un futuro nuevo. Y al conocer el futuro que podemos esperar, podemos también juzgar si nuestro presente está o no en dirección a ese futuro que Dios nos reserva.
Un modo de orar con la Biblia: lectio divina
En muchos de estos grupos se ha comenzado a poner en práctica este antiquísimo método de lectura de la Biblia. La expresión latina lectio divina viene a significa algo así como «lectura de Dios». Su origen se remonta al siglo III y ha sido en los monasterios donde esta lectura orante de la Biblia se ha conservado.
¿Qué es, pues, la lectio divina? El cardenal Martini la define como el ejercicio ordenado de la escucha personal de la Palabra. Es un ejercicio: quiere decir algo activo, dinámico. La lectio es un momento en el que uno se coloca, se decide, camina. Es ordenado: con su muy sencilla dinámica interna. A veces encontramos la Escritura árida y decidimos que no sirve para orar. Cierto que exige dedicación y perseverancia. ¡No dejemos que la impaciencia triunfe!
Es un ejercicio de escucha: es un escuchar, un recibir la Palabra como don. María puede ser nuestro modelo. Escucha hecha en actitud de adoración y de sumisión. Recordando el pasaje de la zarza ardiendo delante de Moisés: «Descálzate, el lugar que pisas es sagrado» (Ex 3,1-6). Descalzarnos (ruidos, prisas, preocupaciones…) de todo lo que nos impide oir con claridad la Palabra de Dios. Personal: no es la escucha de una homilía. Es el momento personal de la escucha que se corresponde necesariamente con el momento comunitario. Es personal pero no individualista.
De la Palabra: es Dios quien habla. Es Cristo quien habla, es el Espíritu quien habla. Me habla la Palabra que me ha creado, que tiene el secreto de mi vida, la clave de mis situaciones presentes. Me habla el Espíritu que penetra toda realidad económica, social, política, cultural del mundo, la Palabra que ha hecho el mundo, lo guía y lo gobierna.
Hay diversas formas de realizar los pasos de la lectio divina (lectura – meditación – contemplación), pero lo ideal es que llegue a convertirse en un hábito diario en la vida del cristiano. Es en el grupo bíblico donde de forma excelente se realiza este aprendizaje. La experiencia, que gozosamente sigue creciendo, es que gracias a compartir la Biblia en grupo, el cristiano va descubriendo los grandes valores y verdades que ayudan a que la vida sea cada vez más humana, de acuerdo con Dios. La Palabra se convierte de esta manera en esa luz que brilla ayudando a dar respuesta y llenando de esperanza la vida del hombre.
La Palabra en la vida diaria
De lo dicho, podrían hablar, desde su propia experiencia, muchos cristianos que lo están viviendo con alegría. Viene a mi memoria el caso de José, que trabaja en una multinacional y vive en Alcorcón. El otro día nos comentaba, en una reunión de familia, el cambio que había experimentado desde que leía la Biblia todas las mañanas antes de comenzar el trabajo. Lo interesante es que no sólo él lo sentía, sino que sus familiares y los compañeros de trabajo se habían dado cuenta del hecho.
Todo esto puede resultar extraño y anecdótico. Pero lo cierto es que estando a punto de terminar este siglo de desarrollo científico y técnico, el ser humano se encuentra bastante descontento y a veces este hombre moderno no se siente ya en «casa», en la sociedad, en el cosmos, ni siquiera consigo mismo. Paradójicamente, una vida que tendría que ser cada vez más fácil, es en realidad cada vez más complicada. Las desigualdades en el planeta son cada vez más grandes. La brecha entre el Norte y el Sur es más honda. Los bienes y servicios que los individuos compran controlan sus necesidades y petrifican sus facultades. La vida mejor es compensada por el control total sobre la vida.
Ante esta realidad necesitamos recuperar el sentido profundo de nuestro ser. Por eso, el Evangelio de Jesús tiene plena vigencia. Desde el Evangelio los cristianos, que nos juntamos para leer y orar la Palabra, debemos decirle al mundo que a través de Cristo podemos recuperar al hombre como hijo de Dios y hermano del hombre. Que el ser humano puede recuperar su armonía con la naturaleza y que puede vivir su señorío en libertad. Es a través de la escucha atenta de la Palabra, de la oración y la contemplación en la vida diaria como podemos dar sentido a nuestras vidas y ofrecer una alternativa para los que caminan a nuestro lado.
Todo esto me hace recordar una parábola que me contó un amigo misionero en Argentina. «Estaban contemplando admirados las ruinas jesuíticas de San Ignacio, en la provincia de Misiones (Argentina). En algunos basamentos han crecido unas higueras, que con el paso del tiempo se han hecho enormes. Las raíces abrazan las piedras como manos densas y poderosas que se hunden profundamente en las hendiduras. Necesitan humedad y sustento.
Entonces escucharon la voz inconfundible del Señor que les decía: "Fíjaos como esas raíces saltan obstáculos buscando la hondura que necesitan para vivir. Vosotros también, en este mundo consumista, agresivo, hedonista y ambicioso habéis de vivir enraizados en una vida interior, saltando los obstáculos que os distraen de una oración profunda y comprometida. Mi Palabra os ha de servir de alimento y estímulo para amar la vida y construir el Reino"».