El caos y el orden; el borde y la frontera; el silencio Infinito y la palabra dialogante; los límites y el aliento de la comunicación; el amor y la amistad; el impulso, incontrolable como el viento, el fuego dinámico y la lúcida sofía; la historia y la naturaleza viva; la chispa creativa y la entrega a la muerte; la circularidad inclusiva y la novedad radical; la libertad y la parcialidad cálida con los pobres, la denuncia valiente en los profetas de la justicia, y la gratuidad; el individuo y la comunidad; la inconsciencia y la consciencia; la racionalidad y la emoción; la paz y el desasosiego; la pasión…
Su inaprensibilidad vuelve al creyente y al teólogo incansable buscador de las palabras con las que poder decir Espíritu, ruah de Dios. Así me he encontrado yo a menudo, buscadora de palabra con la que expresar no sólo mí experiencia «pneumática», sino las experiencias de quienes en las Escrituras, en la historia de mis antepasadas y antepasados, y en la actualidad, intuyeron el paso de la ruah divina.
He aprendido que sólo la paradoja hace justicia a la expresión de la experiencia del Espíritu de Dios. Por eso, elijo tres, de entre las muchas que existen, y las formulo como pares de opuestos:
– Principio y fin. Es la ruah del comienzo del mundo y el aliento en las narices de lo humano. Es principio, así, de comunicación creadora, la Palabra divina: «gennentheto», «que se haga» (Gn 1,2.3). El caos como el desorden necesario para el orden y la diferenciación. Y es el principio de lo humano y «hubo adam ser vivo» (Gn 2,7) como invitación dinámica y confiada al desarrollo y la maduración. Es el «pneuma» del final, que dice con la esposa «ven, Señor» (Ap 22,17), porque donde está el final, se encuentra otro comienzo. La dinámica de la espiral que es, a la vez «arqueología» y «teleología». Es lo que yo misma experimento, tantas veces, cuando vivo en ese estado especial en el que se gesta por dentro la creatividad de la palabra, o del color o de la melodía. Es lo que advierto que vive mucha gente, yo también, como renacimiento continuado, causándome un asombro infinito a la vez…
Impulso y Sofía. Es la ruah estallante a la que no pueden resistirse los profetas, a pesar de intentarlo crudamente, o las místicas y místicos de todos los tiempos y religiones. La salida de sí, violenta y apasionada. Es el «pneuma» de la sabiduría, la Sofía divina que invita al discernimiento, la reflexión y la crítica (crisis). La dinámica del «éxtasis» y el «enstasís», hacía fuera y hacia adentro. El ritmo de mí cuerpo y el bombeo de mí corazón, la actividad y la pasividad, la fortaleza y la debilidad vulnerable…
Individuo y comunidad. Es la ruah de Dios y el pneuma de Jesús, de cada una de sus personas. Y es la reciprocidad de cada uno para con los otros, dentro y entre los otros ni encima ni debajo. Es la comunitariedad divina y la tensión humana entre la afirmación del Individuo y la creación y la recreación del grupo. Horizontalidad circular, la equidistancia y equivalencia de Dios, y de los humanos entre sí. La difícil tarea de la identidad, y la no menos desafiante alteridad. Espíritu de Dios como «igualdad y diferencia». Mi experiencia conflictíva y diaria entre mi yo y mi comunidad, entre mi persona y todas las demás; el conflicto, también, entre las razas, las clases, y, sobre todo, los géneros.
Invoco a la Ruah y Sofía, Pneuma y Espíritu. La invoco a descolocamos, primero, y recolocarnos, después. A que podamos saber todo el miedo que tenemos a su impulso libre, a su eólíca energía y sus continuos desafíos… que percibo, o intuyo al menos, en mí mundo y entre los pliegues de cada dia.