Siguiendo con la reflexión sobre la exhortación apostólica del Papa Francisco sobre el amor y la familia, nos encontramos con un párrafo dedicado a los esposos. Sin duda, uno de los fundamentales, considerando que la familia nace de esta primera unión. La pareja como primerísima comunidad es el cimiento sobre el cual se levantará lo que llamamos “hogar”. Por tanto, es evidente que la cualidad y calidad de su vínculo se considere como un antecedente de gran importancia.
El Papa Francisco llama la atención de los lectores justamente en el centro de este vínculo: el amor vivido entre esposos.
La mayoría de personas nos preguntamos qué es el amor en pareja y cómo lo queremos vivir. Desde que conocemos a esa persona que se vuelve “especial” hasta que decidimos casarnos, tener hijos, afrontar una crisis, etc., esta pregunta nos ronda de modo inevitable. Y es importante responderla, no como un discurso intelectual o teórico sino como una respuesta basada en la observación de CÓMO lo vivimos, de cómo lo entendemos y de cuánto nos atrevemos a bucear en su profundidad.
Empecemos por meditar en una de las principales confusiones que en la actualidad parece desdibujar la profundidad del amor vivido en pareja. Preguntémonos juntos: ¿Es el amor placer? ¿Responde el amor a un encuentro de dos personas que se necesitan sólo para sentirse bien o estar a gusto?
Reflexionémoslo a la luz de la experiencia. Por ejemplo, pensemos si estamos continuamente tratando de satisfacer los deseos de nuestra pareja o exigimos que ella satisfaga los nuestros. Preguntémonos también si estamos evaluando a nuestra pareja conforme su adecuación a nuestras aspiraciones o expectativas psicológicas, familiares, emocionales, materiales, etc.
Creo que comprender el amor como placer o como interés propio, produce malos entendidos, crisis familiares e incluso colectivas. Parecería que en la vida contemporánea nos hemos confundido con el mundo del placer que nos ofrecen los objetos, las cosas, las diversiones, etc. y lo hemos implantado (sin pensarlo mucho) en el mundo de las personas. Incluso expresamos frases como “amo mi casa, mi auto, mi cocina”, etc. Y este equívoco ha llegado a confundirnos hasta tal punto que podemos tratarnos y tratar a nuestra pareja como un objeto-sujeto de satisfacción y posesión. Desde tal confusión se entienden los celos, el ánimo de control e incluso el termómetro de placer-displacer; suficiente-insuficiente, con el que medimos a nuestra relación amorosa. De modo crudo, casi podríamos decir que nuestra pareja es un entretenimiento más que depende de cuánto nos complace o no.
Hay personas que hallan mucha dificultad cuando no las “satisfacen” o cuando sus deseos y necesidades no son cubiertos. Al no conseguir lo que “desean” sienten frustración y esta frustración termina creando poder, reclamos, manipulaciones, sufrimiento y hasta violencia. Otras, sufren cuando no son “comprendidas”, pero dicha comprensión refiere a: “compórtate como yo quiero y cuando yo quiero”. Otras, tienen miedo de perder ese bienestar, ese estado de plenitud que le ofrece su amado o amada y se vuelven posesivos, controladores, exigiendo compromisos e imponiendo todo tipo de condiciones, so pena de terminar la relación.
También existen personas que confunden al amor como un instrumento de placer y a la persona como su proveedor o que han convertido a su pareja en una “idea” fabricada por ellos mismos.
Por ello, es importante que nos preguntemos todos, a qué amor se refiere la Biblia, a qué amor se refiere Jesús, a qué amor se refiere el documento que estamos analizando. Por ejemplo, pensemos a qué amor refieren estas palabras: “…Se evoca la unión matrimonial no solamente en su dimensión sexual y corpórea sino también en su donación voluntaria de amor”
Nuevamente es mejor responder desde la vivencia y con seriedad. No es necesario justificarnos, escapar, adormecernos, auto convencernos o peor, empezar con prejuicios que no permitan observarlo con honestidad. Observar nuestra propia concepción del amor nos ofrece la capacidad de revisar nuestros propios fundamentos de vida. Hagámoslo sin sentir que tenemos que cumplir una idea teológica o una exigencia sobrenatural o social. Es nuestra tarea estar atentos ante nuestro propio pensamiento. Observemos cómo vivimos el amor en nuestras vidas de pareja. Observemos si amamos con la ambición de la recompensa, de sostener nuestro propio bienestar o interés personal. Observemos nuestros límites y pongamos nuestra inteligencia al servicio de profundizar en ellos.
Si Jesús nos pidió amar como EL nos amó, sin duda, confiaba plenamente en nuestra capacidad y posibilidad de discernir entre el deseo instrumental y el amor profundo. Sin duda, confió en que cada uno de nosotros se preguntaría con honestidad que queremos.