Cuando el evangelista Mateo relata el origen de Jesús recurre a una palabra llena de inspiración: ¡génesis! (Mt 1,1.18). Comienza su evangelio con estas palabras: «libro del génesis», e inicia el relato de la concepción y nacimiento de Jesús con la misma palabra: «éste fue el génesis de Cristo». Y es que lo que iba a narrar excedía todo lo imaginable. Jesús fue una absoluta novedad en nuestro mundo, aunque procediera de una larga lista de progenitores. No era continuidad, no era repetición, no era ni siquiera una genialidad. El pequeño Jesús no era simplemente un descendiente más del pueblo de Israel, uno de los innumerables hijos de David, ni siquiera el más importante de entre ellos. Jesús fue una criatura del todo especial, un sorprendente «génesis», el génesis de una nueva humanidad.
En este nuevo génesis hay dos personajes, una pareja: María y José. ¡Sí! por este orden: primero la mujer, después el varón. En este génesis la pareja está al borde de la ruptura; pero al final, todo se resuelve porque ¡lo que Dios ha unido…! Y serán siempre, para siempre María de José y José de María.
«Su madre, María, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo»
El relato comienza con la entrada en escena de «su madre, María». Esa es su carta de presentación; no que es la esposa de José, sino que es «su madre», la madre del Cristo. María «estaba prometida» a un hombre, José, pero todavía no convivía con él. Según las costumbres de Israel, esta promesa se había realizado solemnemente, ante testigos; se le daba el nombre de "erusin " o desposorio. A partir de aquel momento, la novia era considerada jurídicamente como mujer del varón. Este no podía, por ello, separarse de ella sin un acto legal -acto de repudio-.
En la Galilea del siglo I estaban absolutamente prohibidas las relaciones sexuales entre novios antes de convivir juntos, es decir antes de la celebración del segundo rito matrimonial (los nísü’ín) que tenía lugar normalmente un año después de la promesa y consistía en el traslado de la novia a la casa del novio.
Lo que le ocurre a María está fuera de todo lo imaginable. No es que quede ilegítimamente embarazada (de su novio, o de cualquier otro). Se trata de algo sorprendente e imprevisto. Ella no lo ha buscado, ni pretendido. Lo que le acontece le sorprende, porque está fuera de su decisión. El motivo de esa situación es explicado inmediatamente: «por obra de Espíritu Santo». Lo engendrado en ella «es de Espíritu Santo», del Espíritu creador de Dios. El hombre que María engendra es una creatura del Espíritu. De hecho, en el Evangelio de Mateo Jesús aparece como hombre sobre quien el Espíritu ha bajado (3,16; 12,18), que es llevado y actuado por él (4,1; 12,28), que bautiza en el Espíritu Santo (3,11).
La relación de María con el Espíritu Santo es muy íntima. «Nuestro Salvador no ha nacido de José sino del Espíritu Santo y de la santa Virgen» (Eusebio de Cesárea); se da una admirable correlación entre el Espíritu santo y la santa Virgen. Cristo es concebido por el Espíritu Santo y la no-constantinopolitano lo proclama así: «Incarnatus est de Spiritu Sancto ex María Virgine».
María es actuada en su maternidad por el Espíritu. El Espíritu realiza su acción generadora a través de María. María por sí sola no puede ser madre. Su misma virginidad es incapaz de ello. Sólo la actuación creadora del Espíritu lo hace posible. Hay una ruptura en la línea de generaciones humanas del Pueblo. La novedad sorprende a María. De ella y del Espíritu, sin otros presupuestos nace el Cristo, el hombre absolutamente nuevo. Este relato (el libro de la Génesis) explica -según el primer evangelista- la filiación divina de Jesús y al mismo tiempo su condición humana. Jesús nació «del Espíritu Santo y de María». En el bautismo Dios lo manifestó como «hijo mío predilecto» y el Espíritu descendió sobre Él (3,17). Las fuerzas demoníacas y los tentadores humanos aludían en ocasiones a su filiación divina. Momento culminante en la vida de los discípulos fue cuando reconocieron a Jesús, postrándose ante él, como «hijo de Dios» (14,13; 16,16). El centurión y quienes estaban con él haciendo la guardia junto a la cruz, llenos de miedo, proclamaron que Él era el «hijo de Dios». El «verdaderamente éste era Hijo de Dios» suena, al final del Evangelio como una ratificación del comienzo.
El conflicto de José y su decisión
El segundo personaje que entra en escena es José. Se conocen sus antecesores: es descendiente de Abraham… David… En el relato se le denomina «hijo de David» (1,20). Su padre inmediato es Jacob. De José se dice que era «el hombre de María» (Mt 1,16) y que era justo. También Jesús fue llamado justo Jesús por la mujer de Pilatos (Mt 27,19) y por el mismo Pilatos (27,24). Ante un justo hay que mantenerse alerta. No hay que actuar en contra de él. La verdadera justicia es interior y por eso a veces no se percibe. Así es José. Un hombre diferente de los escribas y fariseos. La justicia de José fue puesta a prueba. La mujer que le pertenecía estaba encinta por obra del Espíritu Santo. Se trataba de algo que excedía cualquier tipo de información y suposición humana. Por el texto no se ve claro que José dispusiese de esa información, porque el ángel le comunica más tarde en sueños que «lo engendrado en ella es del Espíritu Santo». Con todo, las palabras iniciales del ángel del Señor («No temas en tomar contigo a María») parecen insinuar, no que José pretendía castigar a María de acuerdo con la ley (Deut 22,13-21), sino que sentía miedo y temor religioso ante lo que había acontecido en ella, ante lo grandioso e inesperado de Dios. También las mujeres tuvieron miedo ante el acontecimiento de la resurrección y el ángel del Señor y el mismo Señor les dijeron: «No temáis» (Mt 28,5.10). Es un temor semejante al que siente José ante el prodigio que se realiza en María; por eso el ángel le dice: «¡No temas!» (Mt 1,20). Al parecer José, llevado de un temor reverencial -porque era justo-, no quería hacer suya a aquella que, según creía no le pertenecía más. Sino sólo a Dios.
José pretende dar acta de repudio por motivos puramente religiosos; no por extrañeza ante el hecho, ni por sospecha. El escritor del primer evangelio quiere resaltar únicamente este aspecto, que es aquel que le interesa. No obstante, podemos y debemos preguntarnos si detrás, de ese revestimiento literario y moralmente edificante no hubo un auténtico y serio conflicto.
Cuando se toma realmente en serio el origen irregular (virginal) de Jesús hay que suponer que se pudo poner en funcionamiento el mecanismo jurídico de Israel que en esos casos era especialmente rígido.
José elige entre dos alternativas: o ponerla en evidencia o repudiarla en secreto. Porque «es justo», se decide por la última: hacerlo en secreto. La justicia implica la misericordia y la fe. José se encuentra ante el dilema de ser justo sin misericordia, o ser justo desde la misericordia y la fe. Y la acción que de él se relata está en relación con esa justicia: no quería poner a María en evidencia a causa de su embarazo y por eso decidió repudiarla en secreto.
El conflicto se resuelve en el relato a través de la intervención del ángel del Señor durante el sueño. No se indica el tiempo en que ésto ocurrió, ni tampoco el lugar, aunque cabe conjeturar, por lo que se dirá más tarde, que aconteció en Belén de Judá (Mt 2).
Revelación y mandato del ángel del Señor
José así lo tenía planeado cuando he aquí que se le apareció el ángel del Señor. El ángel del Señor se aparece también al final del Evangelio de Mateo a las mujeres y les pide -como a José- que «no teman» porque conoce lo que les pasa y puede anunciarles que Jesús ha resucitado (28,5). En el prólogo cristológico del Evangelio el ángel del Señor se dirige a José y le pide que no tema porque María ha de seguir siendo su esposa y lo concebido en ella es obra del Espíritu Santo. José, pues inaugura en cierta manera el temor pascual’: el temor ante lo incomprensible de la actuación de Dios. Ese temor que se revela al principio como temor ante la génesis del hombre nuevo, que llega de forma sorprendente para María e incomprensible para José; se revela al final como temor ante el Resucitado que ya no está en la tumba vacía y hay que buscarlo.
José emerge en el relato como el gran protagonista humano. Su zozobra, su sufrimiento interior, su decisión de repudio sin suficiente luz, nos hacen comprender algo que de una forma o de otra se hace siempre presente en nuestra vida. José es también invadido por la gracia. En el sueño, en el momento en que era más receptivo, recibe el regalo de la revelación. El ángel del Señor le sorprende, como a María le había sorprendido el Espíritu. Le trae la paz, cuando se encontraba habitado por el temor. En cierta manera, como a las mujeres -al final del Evangelio-, el ángel le anuncia una resurrección: resucita el amor, el proyecto de hogar, la paternidad.
José y todos los creyentes pueden comprender, por este relato, que no se trata de una arbitrariedad de Dios. Este acontecimiento no es tan ilógico como puede aparecer. Ya estaba germinalmente contenido en un oráculo de Isaías, pero tal como ese oráculo puede ser leído y comprendido por quienes han recibido la luz nueva de Jesucristo.