El renombrado escritor espiritual Henri Nouwen cuenta cómo una vez fue a un hospital a visitar a un hombre que estaba muriendo de cáncer. El hombre era aún relativamente joven y había sido una persona muy trabajadora y fecunda. Fue padre de una familia a la que proveyó de todo lo necesario. Fue el director ejecutivo de una grande compañía y tuvo buen cuidado tanto de la compañía como de sus empleados. Además, estuvo implicado en muchas otras organizaciones, incluida su iglesia; y, dadas sus capacidades de liderazgo, era con frecuencia el encargado principal. Pero ahora, este hombre en otro tiempo tan activo, esta persona tan acostumbrada a estar al tanto de las cosas, yacía en una cama de hospital, muriendo, incapaz de atender aun sus necesidades básicas.
Cuando Nouwen se acercó a la cama, el hombre le tomó la mano. Es significativo notar la particular frustración que expresó: “Padre, Vd. tiene que ayudarme. Estoy muriendo y trato de tomarlo con paciencia, pero hay algo más también: Vd. me conoce, yo siempre he estado con responsabilidades: Estuve al cuidado de mi familia. Estuve al cuidado de la compañía. Estuve al cuidado de la iglesia. ¡Estuve al cuidado de tantas cosas! Ahora estoy postrado aquí, en esta cama, y no puedo ni cuidar de mí mismo. ¡Ni siquiera puedo ir al baño! ¡Morir es una cosa, pero esto es otra! ¡Estoy desvalido! ¡Ya no puedo hacer más!”
A pesar de su excepcional habilidad pastoral, Nouwen, como cualquiera de nosotros en una situación similar, se quedó impotente ante la súplica de este hombre. El hombre estaba experimentando una agonizante pasividad. Ahora era un paciente. Antes había sido activo, el encargado principal; y ahora, como Jesús en las horas previas a su muerte, estaba reducido a ser un paciente, alguien que es asistido por otros. Nouwen, por su parte, trató de ayudar al hombre a ver la conexión entre lo que le estaba pasando y lo que Jesús soportó en su pasión, especialmente cómo este tiempo de impotencia, debilidad y pasividad debe ser un momento en que podamos dar algo más profundo a los que nos rodean.
Entre otras cosas, Nouwen le leyó en voz alta narraciones de la Pasión tomadas de los Evangelios, porque lo que este hombre estaba soportando corre parejo muy claramente con lo que Jesús soportó en las horas previas a su muerte, un tiempo que nosotros, los cristianos, denominamos “la Pasión de Jesús”. ¿Qué fue exactamente la Pasión de Jesús?
Como cristianos, nosotros creemos que Jesús nos entregó su vida y su muerte. Sin embargo, demasiado frecuentemente, no distinguimos entre las dos, aunque deberíamos: Jesús entregó su vida por nosotros de una manera, por su actividad; entregó su muerte por nosotros de otra manera, por su pasividad, su pasión.
Es fácil malentender lo que los Evangelios quieren significar por la Pasión de Jesús. Cuando nosotros usamos la palabra “pasión” en relación con sufrimiento de Jesús, la conectamos espontáneamente a la idea de pasión como dolor, el dolor de la crucifixión, de la flagelación, de los latigazos, de los clavos en sus manos, de la humillación ante la muchedumbre. La Pasión de Jesús ciertamente hace referencia a estas cosas, pero la palabra pide un enfoque diferente aquí. La palabra inglesa “passion” toma su raíz del latín, “passio”, que significa pasividad, y esa es su verdadera connotación aquí. La palabra “paciente” también deriva de ésta. De aquí que lo que describen las narraciones de la Pasión es la pasividad de Jesús, su venir a ser un “paciente”. Él nos entrega su muerte por su pasividad, exactamente como nos había entregado previamente su vida por su actividad.
Por cierto que cada uno de los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas puede ser dividido claramente en dos distintas partes: en cada Evangelio podemos separar todo lo que es narrado hasta el arresto de Jesús en el Huerto de Getsemaní y llamar a esa parte del Evangelio: la Actividad de Jesucristo. Luego podríamos tomar la sección de los Evangelios que llamamos “la Pasión” y llamarla: la Pasividad de Jesucristo. Esto nos ayudaría, de hecho, a clarificar una importante distinción: Jesús nos entregó su vida por su actividad, mientras que nos entregó su muerte por su pasividad. De aquí que, hasta su arresto, los Evangelios describen a Jesús como activo, como ocupado en hacer cosas, como estando al cargo de algo: predicando, realizando milagros, consolando a la gente. Después de su arresto, todos los verbos se vuelven pasivos: es conducido fuera, maltratado por las autoridades, azotado, ayudado a llevar la cruz y, finalmente, clavado en la cruz. Después de su arresto, como un paciente en cuidados paliativos o en hospital, ya no hace nada; más bien, otros lo hacen por él y a él. Él está pasivo, es un paciente, y en esa pasividad dio su muerte por nosotros.
Hay muchas lecciones en esto, no la menor el hecho de que la vida y el amor son entregados no sólo en lo que hacemos por otros, sino también, y quizá incluso más profundamente, en lo que asimilamos en esos momentos en que estamos impotentes, cuando no tenemos otra opción que ser un “paciente”.
(Traducido al Español para Ciudad Redonda por Benjamín Elcano, cmf)