Recibí una educación de católico romano e inhalé esencialmente las características religiosas del catolicismo romano. Ingresé en el seminario, me gradué teológicamente y enseñé teología a nivel de posgrado durante algunos años antes de empezar a hacer distinción entre ‘Jesús’ y ‘Cristo’. Para mí, siempre fueron una e idéntica cosa: Jesucristo.
En mi opinión, Jesucristo era la segunda persona de la Trinidad, que tomó carne en el momento de la encarnación y es aun ahora nuestro Dios, nuestro abogado y nuestro amigo en el cielo. No distinguía entre Jesús y Cristo al tratar de saber a quién oraba, sobre quién hablaba o con quién me relacionaba. Por cierto, durante muchos años en mis escritos, usé simplemente las palabras Jesús y Cristo indistintamente.
Poco a poco a través de los años, esto cambió y he comenzado a distinguir más entre Jesús y Cristo. Todo comenzó con una comprensión profunda de lo que los Evangelios y san Pablo dan a entender por la realidad de Cristo como un misterio que, aun teniendo siempre a Jesús como su centro, es más amplio que el Jesús histórico. Esta distinción y su importancia se me hicieron más claras cuando inicié un mayor contacto con los evangélicos, tanto estudiantes como colegas.
En comunión de fe con varios grupos de evangélicos, empecé a ver que una de las diferencias eclesiales entre nosotros, los evangélicos y los católicos romanos, es que nosotros, los católicos romanos, aun sin ignorar a Jesús, estamos muy familiarizados con Cristo, y los evangélicos, aun sin ignorar a Cristo, están muy familiarizados con Jesús.
La manera como entendemos la iglesia, la manera como entendemos la Eucaristía y la manera como entendemos la invitación primaria que se nos da en los Evangelios dependen de la manera como nos percibimos en relación a Jesús y a Cristo.
¿Qué es lo que está en juego aquí?
¿Cuál es la diferencia entre decir ‘Jesús’ y decir ‘Cristo’? ¿Hay alguna diferencia entre orar a Jesús y orar a Cristo, entre relacionarse con Jesús o relacionarse con Cristo?
Existe una diferencia, diferencia importante, por cierto. Cristo no es el segundo nombre de Jesús, como en Jack Smith, Susan Parker o Jesucristo. Aun cuando resulta correcto usar los dos nombres juntos, como hacemos comúnmente en nuestra oración (Oramos por Jesucristo, Nuestro Señor), hay una importante distinción que hacer.
Jesús es una persona, la segunda persona de la Trinidad, la persona divina que se encarnó y la persona que nos llama a una intimidad de tú a tú con él. Cristo es un misterio del que nosotros somos parte. El misterio de Cristo incluye a la persona de Jesús, pero nos incluye también a nosotros. No somos parte del cuerpo de Jesús, sino parte del cuerpo de Cristo.
Como cristianos, creemos que Jesús es el cuerpo de Cristo, que la Eucaristía es el cuerpo de Cristo, y que nosotros, los cristianos bautizados, somos también el cuerpo de Cristo. San Pablo asegura claramente que nosotros, la comunidad cristiana, somos el cuerpo de Cristo en la tierra, exactamente como Jesús y la Eucaristía son el cuerpo de Cristo. Y Pablo da a entender esto de manera literal. Nosotros (la comunidad cristiana) no somos como un cuerpo, ni ningún cuerpo místico o metafórico; ni tampoco representamos ni reemplazamos al cuerpo de Cristo. Más exactamente, somos el cuerpo de Cristo en la tierra, todavía dando a Dios carne física en la tierra.
Esto tiene implicaciones para el discipulado cristiano: Jesús es una persona, la persona que nos invita a una intimidad de tú a tú con él (que los evangélicos entienden como la finalidad del discipulado cristiano). Cristo es parte de un misterio más extenso que incluye a Jesús pero también incluye a cada uno de nosotros. En este misterio somos llamados a la intimidad no sólo con Jesús, sino también con los demás y con la creación física. En Cristo, la finalidad del discipulado cristiano es comunidad de vida con Jesús, con los demás y con la creación física (dado que el misterio de Cristo es también cósmico).
Aun a riesgo de simplificar enormemente, permitidme una sugerencia: los católicos romanos y los evangélicos podemos aprender unos de otros en esto.
De nuestros hermanos y hermanas evangélicos, los católicos romanos podemos aprender a fijarnos en Jesús tanto como lo hacemos en Cristo, de modo que, como los evangélicos, seamos capaces de caer en la cuenta más explícitamente (como está claro en el Evangelio de Juan) de que en el corazón mismo del discipulado cristiano se halla la invitación a una intimidad de tú a tú con una persona, Jesús, (y no sólo con un misterio).
Por otra parte, los evangélicos pueden aprender de los católicos romanos a fijarse en Cristo tanto como en Jesús con todo lo que esto implica sobre la definición del discipulado más ampliamente que la intimidad personal con Jesús, y la iglesia más ampliamente que la simple comunión. Relacionarse con Cristo lleva a la centralidad de la Eucaristía como acontecimiento comunitario. Igualmente, eso implica ver el discipulado cristiano no sólo como una invitación a la intimidad con Jesús, sino como una incorporación a un cuerpo eclesial que incluye a Jesús pero también a la comunidad de todos los creyentes, como también a la naturaleza misma.
Podemos aprender unos de otros a tomar tanto a Jesús como a Cristo más en serio.
Tradujo al Español para Ciudad Redonda Benjamín Elcano, cmf