La praxis de la vida comunitaria consiste en ir entretejiendo, sin desfallecimiento y sin descanso, una red de relaciones interpersonales, cada día más profundas, que mantengan a las personas en mutua abertura y en mutua comunión. Unas relaciones de conocimiento y amor que las libere de la soledad y las vaya enriqueciendo natural y sobrenaturalmente y les vaya posibilitando el fiel cumplimiento de su misión.
No se trata -ni siquiera como ideal- de tener todos las mismas ideas, los mismos sentimientos, un mismo carácter o desarrollar todos la misma actividad. Esto -si fuera posible- sería empobrecedor.
Como presupuesto necesario, para vivir en intercomunión, hay que valorar a todos y a cada uno de los miembros de la comunidad como persona. Por consiguiente, cada uno debe ser considerado y tratado siempre:
– como persona, que debe realizarse a sí misma en la interrelación e intercomunión fraterna;
– como persona, que está destinada directa e inmediatamente a Dios;
– como persona, que es hija del Padre en su Hijo Unico, por la acción del Espíritu Santo;
– corno persona, que no puede ser ‘dominada’ por nada ni por nadie, ni manipulada o utilizada como instrumento en orden a una empresa, aunque sea de apostolado, sino que debe ser admitida amorosamente a la intercomunión fraterna y a la colaboración en la misión apostólica; teniendo muy en cuenta que la verdadera colaboración es siempre de persona a persona, y no de persona a instrumento.
Pueden distinguirse zonas de intercomunicación o interrelación comunitaria;
a) Zona psicológica o de relaciones humanas
La comunidad religiosa se reúne en virtud del designio amoroso del Padre (=misterio), por la acción y gracia del Espíritu Santo (=carisma), en orden a revivir la “proexistencia activa” de Jesús (=seguimiento evangélico). Es convocada por la fuerza del amor virginal del reino. Pero, esa realidad teológica, al ser vivida por personas humanas, se convierte en una ‘realidad antropológica’, que no permite caer en un ‘angelismo’ desencarnado y deshumanizante. La vida comunitaria exige una notable base humana y el cultivo de no pocas ‘virtudes’ llamadas naturales. Se necesita, pues:
– Una viva conciencia de la dignidad del otro como persona, que lleva a respetarla de verdad y a tomar muy en cuenta sus ideas y sus puntos de vista, aunque no se compartan. Ese respeto se traduce en educación, en comprensión, en delicadeza, etc.
– Sinceridad en las actitudes y en el trato con los demás, especialmente en el amor.
– Espíritu de servicio y disponibilidad, poniendo en favor de los hermanos las propias cualidades, aptitudes y demás bienes.
– Interés por comprender, en cada momento, la circunstancia psicológica de cada uno,
– Fidelidad a la palabra dada y justa valoración de los demás, sin ‘mitificar’ a nadie y aceptando las cualidades y las limitaciones de cada uno.
b) Zona teológica o de vida espiritual
Este es el ámbito específico de la comunidad religiosa: convivencia de personas creyentes en el amor nuevo del reino. Sería ‘anormal’ que en una comunidad religiosa se diera intercomunicación a todos los demás niveles, menos en éste: que se dialogara, por ejemplo, sobre todos los demás temas y no sobre los temas específicos del reino y de sus exigencias. En la praxis de la intercomunicación a este nivel, podrían señalarse tres momentos:
– La práctica del amor virginal del reino (cf 1 Cor 13, 4-7). Amor personal y gratuito. Querer a cada persona por ella misma. Amarla por amor, a fondo perdido, sin buscar nada a cambio. Amor comprensivo y paciente, que se esfuerza por superar las diferencias y oposiciones naturales, para contemplar al hermano desde la unidad común en Cristo.
– La oración comunitaria, absolutamente imprescindible en toda comunidad que quiere vivir, al menos medianamente, como comunidad religiosa y no simplemente como un grupo de personas, más o menos honradas. La oración, entendida como conciencia de la realidad sobrenatural de cada uno y como expresión dinámica de la fe. Oración en todas sus formas: adoración, alabanza, acción de gracias, súplica, comunicación de la experiencia de Dios, etc. En todas estas modalidades de la oración comunitaria, se da un íntimo y profundo encuentro personal ante el Padre en la unidad de Cristo, por la fuerza del Espíritu.
– Diálogo o coloquio espiritual. Con un ritmo y con una frecuencia. Comunicar a los hermanos las propias vivencias y las propias reflexiones y experiencias de fe: lecturas comentadas de la Escritura, diálogo sobre aspectos de la vida religiosa y sobre el carisma del propio instituto, revisión de la vida espiritual, fraterna y apostólica de la comunidad, etc.
c) Zona pastoral o de actividades apostólicas
En este ámbito, el diálogo en la comunidad puede ser un excelente medio para actualizar el apostolado y potenciar su eficacia. La mutua comunicación de las propias experiencias pastorales y el intercambio de puntos de vista ayudarán a descubrir las formas más aptas y los medios más eficaces para la actividad apostólica de la comunidad. Por otra parte, en esta comunicación, sincera y cordial, cada hermano puede encontrar apoyo en sus desalientos y orientación en sus desorientaciones. La confrontación confiada de experiencias suscita la creatividad, sugiere caminos nuevos que, acaso, individualmente ni se hubieran sospechado.
– Comunidad de actividad apostólica monovalente: que lleva una determinada actividad apostólica homogénea, como un colegio, una parroquia, una clínica, etc. En este caso, la comunidad debe actuar como equipo de trabajo, al cual todos aportan su iniciativa y su corresponsabilidad. De ahí la necesidad de reuniones periódicas, de diálogo continuo, de estudio y de reflexión en común.
– Comunidad de actividad apostólica polivalente: en la que diversos grupos o distintos miembros llevan actividades apostólicas diversas. En este caso, la comunidad debe actuar como equipo de reflexión pastoral, en el que cada grupo o cada persona comunica a los demás sus respectivas actividades apostólicas y las somete a la reflexión de todos, para recibir el estímulo, el apoyo y, acaso, la oportuna orientación de los hermanos.