La primera soledad

Ted PercivalAhora, en casa y solo, con una luz encendida que tendré que apurar con avaricia pues a las once la cortarán, os escribo con todo el peso interior que podéis imaginaros… en esta noche de Reyes en la que he decidido no poner los zapatos, puesto que he recibido ya mis regalos: vuestra compañía inesperada (encima de la cama estoy viendo vuestras cartas, ya saboreadas) y el no sentir miedo en esta soledad primera… Vuela un murciélago dentro… Escaso pueblo… Siento una Presencia que me sostiene… Salgo a la noche… Alguien me saluda, pero todavía no conozco a nadie… Regreso a la casa vacía; abro, subo a mi cuarto. No sé qué hacer. Vuelvo a bajar y voy a cenar… En la mesa de al lado juegan a cartas unos hombres…
Y durante el camino realizado por la tarde, un paisaje indeible. Garzas que acompañan. Un árbol alto y, en una de sus ramas secas, un buitre impaciente por bajar a tierra. Y el silencio de un bosque tropical, salmo de acción de gracias perfecta. Sin prisas de impaciencia, estaré presente entre estas gentes. Y meditaré, y rezaré, y desearé… en balsa, en canoa, en moto o a caballo, a pie… Inutilidad que piensan muchos. Para mí, en cambio, cuestión de amor…  Es uno solo quien puede transformar este panorama. Y a Ese rezo, y de Ese me gustaría hablarles. Vivir desde este desconcierto que tanto está madurando mi persona. Viviré con paz, abierto a quienes me reclamen, sin angustias cuando nadie me llame ni quieran necesitar lo que yo puedo ofrecerles. Es lo único que sé: anunciar una Palabra. Y como es anuncio, recorrer muchos rincones. Fuera de eso ya no sé curar otras heridas ni ser útil en otros menesteres.