Podemos hablar de la profecía de la vida religiosa en la sociedad de la información, más que desde la perspectiva tecnológica u organizativa, desde la perspectiva espiritual y visionaria.
Podemos aportar visión apocalíptica, ofrecer una profecía de consolación y de advertencia. Podemos, con la sensibilidad que nos ha sido dada, en nuestra forma de vivir –pobre, casta, obediente- en permanente alianza con Dios, percibir la presencia del bien y del mal.
Con todo nuestro discernimiento anterior, sí que nos permite trazar algunas líneas de inmediato futuro, que voy a reducir a tres: apertura, integración y profetismo en red.
1. Vigilancia apocalíptica en la sociedad del conocimiento
La vida consagrada encuentra en la sociedad de la información y del conocimiento un nuevo “hábitat”. Y en ese “hábitat” quiere situarse en los espacios fronterizos, liminales. Para encontrarlos la vida consagrada necesita rastrear para encontrar aquellos ámbitos en los cuales cada uno de los carismas puede hacer oir su profecía y servir proféticamente.
Por eso, nos preocupa la brecha digital, que mantiene a millones de seres humanos en un auténtico analfabetismo tecnológico. Resulta inaceptable que en el año 2000 hubiera más de 113 millones de niños sin acceso a la enseñanza primaria y 880 millones de adultos analfabetos1. En el 2005 el número de niños no escolarizados alcanzaba los 77 millones, según la Unesco.
Nos preocupan también los atentados contra la ciberdemocracia, los intentos de los poderosos de controlar internet totalmente y hacer de él un mercado, un negocio capitalista y neo-liberal.
La vida consagrada debe estar alerta para descubrir y acoger las innovaciones, los frutos de la creatividad humana. Sobre todo, le interesa, la socialización de los avances para que no queden únicamente en manos de los poderosos.
Estamos muy de acuerdo, por carisma y misión, con la sociedad de “los saberes compartidos”; lucharemos para que esos saberes lleguen a todos, especialmente a los hermanos y hermanas más pequeños de Jesús.
Queremos estar al tanto de lo que sucede, en vigilancia apocalíptica, para no caer nosotros mismos en la idolatría de los objetos técnicos, para no dedicarles –sin más- nuestra vida, para no ofrecerles lo mejor que llevamos en nosotros, que es la espiritualidad que requiere tiempo y cultivo.
2. Visión que que transmite esperanza y orienta la misión
La vigilancia profético-apocalítpica nos prepara para recibir la gracia de las gracias. Es la gracia de la visión. Allí donde falta luz, ese mundo de las tinieblas del sinsentido, poder ver es el don más preciado. Pero, no a todos les es concedido el don de la visión.
Visión no es sólo la capacidad subjetiva de ver. Visión es también lo que se ve, lo que tiene sentido, lo que nos conecta con el Reino de Dios, con la nueva Jerusalén.
En tiempos del profeta Daniel, no le fue concedida la visión ni a Nabucodonosor, ni a los ancianos de Israel, pero sí al joven Daniel. En tiempos de Jesús, él mismo se presentaba como luz. Él ofrecía a todos la visión, el horizonte donde la realidad cobraba sentido. Y se pronunciaba contra los guías ciegos, aquellos que hacen caer a los pueblos y comunidades en el abismo. La vida religiosa necesita personas con visión, líderes con visión.
Misión sin visión es mero activismo, es caminar desencaminados.
Hoy san Benito nos diría que frecuentemente Dios se revela o concede el don de la visión a los más jóvenes. Yo añadiría, que no solo a los más jóvenes dentro del monasterio, no solo a los más jóvenes en la Iglesia, también a los más jóvenes en todo el planeta.
3. Mensaje y Testimonio
Nunca hemos tenido tantas posibilidades y recursos para transmitir el Evangelio, pasa socializar nuestra Revelación, para hacer llegar a muchos el testimonio cristiano.
Se hace necesario unir transmisión y belleza. La experiencia de la belleza está en constante adaptación y transformación, según los tiempos. Por eso, necesitamos artistas que presenten adecuadamente el mensaje y lo transmitan.
Ya no dan atractivo al mensaje las “marcas” carismáticas. La calidad les viene de la “historia que cuenta”, del “storytelling”.
Es la hora de la “imaginación de la fe”, es la hora de “la imaginación del testimonio”. Los medios tecnológicos pueden hacernos llegar el testimonio en primer plano, en un contexto adecuado para escucharlo, como historias pequeñas de Dios en nuestro espacio y en nuestro tiempo.
La belleza salvará nuestra presencia en internet, en la sociedad de la información y el conocimiento.
Pero también la bondad y la verdad que nuestro mensaje contiene.
4. Acompañar el proceso con la formación continuada
Sin formación contínua hay peligro de deformación. En el camino de la historia, no avanzar es retroceder.
No nos hace avanzar el consumismo, el afán desmedido de consumir información. Cuando la información no es digerida, colabora a la deformación. El consumismo de información es un vicio capital contra la pobreza de espíritu que también profesamos.
La vida consagrada ha de ser “mecenas” hoy de aquellas personas creadoras, innovadoras que hay entre nosotros. Y sólo se es creador, no con la improvisación, ni con cuatro recursos superficiales. Se necesita tiempo de contemplación, respetar la sacralidad del proceso creador y artística. Sólo entonces se irá imponiendo el espíritu en la red de redes.
La formación continuada da pasión a la vida, la vuelve más intensa. Así sí que la vida es bella y aventurada, y también bienaventurada.
¿Cuál es nuestra profecía en la sociedad de la información, de los saberes compartidos, del conocimiento?
Pues experimentar y comunicar a los demás que en esta nueva sociedad que está llegando, que nos interpela, que nos pone en crisis, que suscita nuestra creatividad, está también llegando la nueva Jerusalén, que baja del cielo. Por eso, la esposa y el Espíritu claman conjuntamente: “Ven, Señor Jesús”. Y entonces nos damos cuenta, de que en las sociedades de la información, se cumple la promesa: “Estaré con vosotros, todos los días, hasta el fin del mundo”.