¿Hay, de verdad, un problema ecológico? ¿En qué medida debe preocupar y ocupar a las religiones?
Son muchos los informes que pronostican un cambio climático importante e impactante. Incidiendo negativamente en la disponibilidad de agua, las cosechas y la desnutrición. Que aumentará el nivel del mar y el riesgo de fenómenos meteorológicos extremos; que afectará a muchos ecosistemas y a los patrones de determinadas enfermedades, con el consiguiente impacto negativo en la salud humana.
Hay zonas, como el África subsahariana o el este de Asia que, como consecuencia de su ubicación, sufrirán con mayor rigor las consecuencias del cambio climático. Esas zonas coinciden con los países mas pobres del planeta y como éstos carecen de recursos para prevenir y afrontar el problema los efectos serán mas graves sobre ellos.
La opinión pública se mueve entre la apatía, el pesimismo y el catastrofismo. Ninguna de esas opciones es buena, pues provoca insensibilización y que sea percibido como exagerado o que no se aporte ninguna solución.
Hace falta legislación de ámbito mundial que sea de obligado cumplimiento y que sancione a los infractores. Porque una propuesta ética que no tenga fundamento jurídico solo tiene validez en el ámbito de la conciencia individual.
Es por ello que desde muchos frentes se reclaman acuerdos globales para poder hacer que se adopten medidas con garantías de éxito.
Ha habido muchas conferencias y declaraciones al respecto pero el impacto ha sido limitado. Ejemplo de ello es el bajo cumplimiento del protocolo de Kioto (1997). Y es significativo lo dicho por Intermón- Oxfam tras la cumbre de la ONU sobre cambio climático en Polonia en 2008: “la cumbre se cierra sin compromisos solidos por parte de los países desarrollados para evitar el calentamiento global y ayudar a los países pobres a adaptarse a sus consecuencias. La UE no ha estado a la altura de sus discursos y ha evitado asumir su responsabilidad”
Los acuerdos mundiales son necesarios pero no suficientes, porque se necesita, sobre todo, voluntad política para plasmarlos en leyes, para hacer cumplir dichas leyes y para sancionar a quien las incumpla. Se requieren estructuras democráticas mundiales, con autoridad sobre los estados y los entes locales.
Sin menospreciar las soluciones técnicas y políticas, que son necesarias, muchos insisten en la necesidad de un cambio cultural y de mentalidad;un cambio de valores que vaya a la raíz del problema ecológico; que cuestione el consumismo y fomente otros valores; que nos saque del egocentrismo y nos haga tomar conciencia de la realidad de interdependencia derivada de las interrelaciones y de que nuestra vida depende, en gran medida, de la de los demás; comprender que el bien individual y el bien colectivo son inseparables.
Entender, en definitiva, que el problema ecológico es un problema de justicia interplanetaria.
Las diferentes religiones pueden actuar como agentes de cambio y movilizar a las personas hacia valores ligados a la justicia intergeneracional, la corresponsabilidad en torno al medioambiente o la solidaridad con los más desfavorecidos. Porque son valores que están en el ADN de casi todas las religiones.
El Parlamento Mundial de las religiones elaboró el año 1993 una declaración de ética mundial, como exponente del acuerdo de las grandes tradiciones religiosas y en él figuran también valores ecológicos. Creo que es el camino a seguir y a impulsar.
Extraído del blog "Creyentes y Responsables"