Imagino que el título de este apartado de la Exhortación del papa Francisco ya evoca a cada lector lo que significa su vivencia.
Todos conocemos la fuerza de un abrazo y ese sentimiento humano de cercanía que nos produce afecto, dulzura y simpatía.
Si bien la ternura está asociada a la inocencia de los niños y la ciencia la relaciona con nuestro afán de cuidar a las criaturas más pequeñas, el hecho es que la ternura también se vive con los adultos y en general, se relaciona directamente con el amor. Nos enternecen aquellos a los que amamos.
En la familia, la ternura es uno de los vínculos más fuertes que existen pues manifiesta una profunda conexión que crea intimidad. Desde la ternura brota la confianza para aproximarnos y desde allí nacen las caricias y los abrazos. En la ternura somos compasivos, comprensivos y toleran-tes. En la ternura aprendemos a acercarnos con cuidado y delicadeza; es decir, aprendemos a respetar los límites del otro.
Como el amor, la ternura se aprende experimentándola, sintiéndola y dejándola expresarse de forma natural. Será únicamente la vivencia de la cercanía e intimidad la que abra espacios de confianza para tocar, acariciar, abrazar, etc.
Lo que no quiere decir que no tengamos que respetar las diferencias de apertura y expresividad de nuestra pareja o de nuestros hijos. Recordemos que el amor nos demanda aceptar a las personas que amamos como son y no como quisiéramos que sean.
Al respecto, hay personas que se quejan de la poca expresividad de su pareja, de sus hijos, etc. sin advertir que la expresividad emocional puede tener varias formas, estilos y modos. A veces deseamos que los demás se comporten y expresen como nosotros, olvidando que cada persona es única en su forma de sentir y expresar. En este sentido, una de las mayores enseñanzas del amor y la ternura, es aprender a aceptar al otro como es y a poner atención en aquellos detalles cotidianos.
A veces confundimos expresividad con clichés sociales. La sociedad nos convence en los medios de comunicación que ser expresivo es derrochar grandeza en el mundo de las cosas. No es difícil encontrar personas que asocian un regalo valioso con la intensidad del amor o un gesto exorbitante, digno de película para expresar un sentimiento. Hay personas que sufren por no tener el dinero necesario para ese objeto que desean regalar a sus hijos; o ese viaje exótico, esa cena espectacular, ese ramo de flores gigantesco o esa joya deslumbrante.
Con la ternura pasa de modo similar y hay que decir que ni la ternura ni el amor necesitan de acoplarse a los modelos del consumismo porque entonces pierden total autenticidad. Ni la ternura ni el amor requieren de una emocionalidad exacerbada y adornada por esa ansiedad humana por lo grande y lo valioso del mundo de las cosas.
Quizá el abrazo en algunas familias esté reservado para ciertas ocasiones, pero esto no significa que no se abracen de otras maneras. Quizá las declaraciones románticas no sean la habilidad de muchas personas lo cual no significa que no sepan amar o ser tiernas. Quizá las manifestaciones de ternura están más allá de las palabras y son tan sencillas que requieren de una mirada sen-cilla también.
El hecho es que la ternura vive entre la simplicidad, entre la cotidianidad y la intimidad de las personas que se aman. El hecho es que la ternura es parte de las virtudes cotidianas, es parte del perdón, de la gratitud, de la compasión y del cuidado ante la fragilidad humana.
Desde esta perspectiva se comprende la expresión del papa Francisco en su visita a Cuba cuando llamó a las personas a vivir “la revolución de la ternura”.
Una revolución que sin duda, terminaría con el desorden de nuestro tiempo, pues provocaría una verdadero cambio de ideas, paradigmas y creencias en el ser humano.
La vivencia de la ternura -piénselo con detenimiento- impediría las divisiones raciales; los prejuicios, la violencia, el abuso de los demás y del medio ambiente. La vivencia de la ternura eliminaría la competitividad agresiva y ese odio que emerge desde la desconfianza en los demás.
La ternura no es una cuestión de sensibilería blanda, es una cuestión tremendamente potente para comprender la dimensión del amor o la compasión.
Y está a nuestro alcance, su poder está en la mirada solidaria, en esa sensación que los niños gratuitamente nos regalan cuando juegan o nos abrazan, en ese abrazo que nos nace entregar. Su poder no es mero romanticismo o palabrería, su poder camina junto al poder inmenso del amor.
Recordemos que Jesús hizo de la ternura uno de los emblemas de su ley de amor.