La tierra buena que ha dado fruto

20 de noviembre de 2007
    No todo son males y desgracias. También existe el bien. Todavía queda un gran grupo de hombres y mujeres empeñados en ser buenos, en hacer más habitable esta tierra, siendo ya ellos un trocito de cielo. Son bienaventurados, luchadores, justos, creíbles. No hacen ruido y cuando lo hacen es para reivindicar lo que en justicia les pertenece. Están donde tienen que estar, hacen sus trabajos con honradez, tienen la mano extendida y el corazón lleno de nombres. Se preocupan por los demás como una buena madre se desvive por sus hijos. Son de corazón bueno y palabras amables. Unos han llegado de otras tierras y allí se han quedado haciendo su morada, su familia, su vida entera. Otros han nacido allí y han luchado afanosamente para no estar afectados por los virus destructivos ya mencionados. Unos y otros van de la mano, abren caminos, sueñan con una Honduras más humana y pacífica. Son portadores de esperanza, anunciadores del Reino, seguidores de las causas justas y nobles que embellecen la vida de los pueblos y de las personas. Aman bien y hablan bien.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.     Haremos un breve recorrido por algunas de estas fecundas tierras, generadoras de vida, alentadoras, gratificantes y abiertas cada día a la gracia de Dios y al trabajo perseverante de tantas personas en las fábricas, en las escuelas, en los presidios, en las familias, en las calles, en los despachos, en las distintas organizaciones de voluntarios, en los múltiples trabajos misioneros, en los servicios de todo un presbiterio que se entrega a sus comunidades con ahínco y fraternidad compartida, en las campañas infantiles y juveniles que cada año organizan para el bien de esta inmensa población.

    Al lado de todas estas personas iremos aprendiendo las lecciones del compromiso, la paciencia, la coherencia, el servicio y la disponibilidad. No nos dejarán indiferentes. No nos quedaremos neutros. Nos hablarán de superación, de entrega y sacrificio. Ellos son la luz y la sal de la que nos hablaba Jesús, la levadura en la masa y el grano de trigo. Son capaces de vencer las tristezas, de empezar una y otra vez, después de cada frustración, de cada intento por hacer mejor la realidad. Saben por experiencia que no hay evangelio sin cruz, que no hay resurrección sin paso por la muerte, que hay camino por recorrer y metas por alcanzar.

    Nuestras muchas flores indefensas tendrán ahora la defensa y el abrigo de aquellos que orgullosamente iremos presentando con todo el amor y reconocimiento que se merecen. Muchos buenos rostros anónimos quedarán sin salir a la luz, otros los nombraremos por la ejemplaridad de sus vidas y testimonios. Me he sentido orgulloso de poder conocer a todas estas personas, de diferentes edades y condiciones sociales. Con todas ellas mi sacerdocio misionero ha crecido, se ha hecho más humano, más de Dios y de todos los hombres.