Creyentes y no creyentes han estado debatiendo por igual sobre la resurrección desde el día en que resucitó Jesús. ¿Qué sucedió realmente? ¿Cómo fue resucitado de entre los muertos? ¿Volvió a la vida en realidad un cuerpo verdaderamente muerto y salió de la tumba, o fue la resurrección un monumental acontecimiento que cambió la vida en la conciencia de los seguidores de Jesús? ¿O la resurrección fue ambas cosas, un verdadero acontecimiento físico y un acontecimiento que se dio en la conciencia de los seguidores?
Obviamente, nadie estaba allí para ver lo que de hecho pasó. Aquellos que afirmaban que Jesús estaba vivo de nuevo no lo vieron resucitar y emerger de la tumba; se encontraron con él sólo después de que ya había resucitado, e inmediatamente, creyentes y escépticos empezaron a separarse unos de otros: personas que afirmaban haberlo tocado y personas que dudaban de ese testimonio.
Desde entonces ha habido escépticos y creyentes; y no pocas personas, teólogos profesionales y cristianos no-eruditos por igual, que creen en la resurrección de Jesús como un acontecimiento de fe pero no como un acontecimiento físico, en el que un verdadero cuerpo salió de una tumba. El acontecimiento de fe es lo que importa -afirman- y es secundario si el verdadero cuerpo de Jesús salió de la tumba o no.
¿Fue la resurrección de Jesús un acontecimiento de fe o un acontecimiento físico? Fue ambas cosas. Para los cristianos es el acontecimiento más monumental de la historia. Dos mil años subsiguientes no pueden ser explicados, a no ser por la realidad de la resurrección. Entender la resurrección de Jesús sólo como un hecho literal -que su cuerpo se levantó de la tumba- es amputar a la resurrección mucho de su significado. Sin embargo, admitido eso, para los cristianos, la resurrección debe ser también un acontecimiento radicalmente físico. ¿Por qué?
Primero, porque los Evangelios son bastante claros al subrayar que la tumba estaba vacía y que el resucitado Jesús era más que un espíritu o fantasma. Lo vemos, por ejemplo, en el Evangelio de Lucas, donde Jesús invita a un dubitante Tomás a verificar su fisicalidad:”Mira mis manos y mis pies. Soy yo en verdad. Tócame. Puedes ver que tengo un cuerpo vivo; un fantasma no tiene un cuerpo como este”.
También -y muy importantemente- mutilar la resurrección del hecho literal de que hubo verdadera transformación física de un cadáver una vez muerto es privarlo de algo de sus importantes significados y quizás de la más profunda raíz de su credibilidad. Para que la resurrección de Cristo tenga total significado, debe, entre otras cosas, haber sido un hecho físico tremendo. Necesita haber una tumba vacía y un cuerpo muerto vuelto a la vida. ¿Por qué?
No como cierta clase de prueba milagrosa, sino por la encarnación. Creer en la encarnación y no creer en el radical carácter físico de la resurrección es una contradicción. Creemos que, en la encarnación, la Palabra se hizo carne. Esto lleva el misterio de Cristo y la realidad de la resurrección fuera del reino de espíritu puro. La encarnación siempre connota una realidad que es radicalmente física, tangible y tocable, lo mismo que la definición de “materia” del viejo diccionario como “algo extendido en el espacio y que tiene peso”.
Creer en la encarnación es creer que Dios nació en verdadera carne física, vivió en verdadera carne física, murió en verdadera carne física y resucitó en verdadera carne física. Creer que la resurrección fue sólo un acontecimiento en la conciencia de fe de los discípulos -a pesar de lo real, rico y radical que se podría imaginar- es privar a la encarnación de su radical carácter físico y caer en la especie de dualismo que valora el espíritu y denigra lo físico. Tal dualismo devalúa la encarnación y esto empobrece el significado de la resurrección. Si la resurrección es solamente un acontecimiento espiritual, resulta por tanto también sólo antropológico y no también cósmico. Esa es una forma de decir que resulta en tal caso sólo un acontecimiento acerca de la conciencia humana y no también acerca del cosmos.
Pero la resurrección de Jesús no es sólo algo radicalmente nuevo referido a la conciencia humana; es también algo radicalmente nuevo referido a los átomos y moléculas. La resurrección volvió a poner en orden los corazones y las mentes, no sólo los átomos. Hasta la resurrección de Jesús, los cuerpos muertos no volvieron a la vida; permanecieron muertos: Así, cuando volvieron a la vida, hubo algo radicalmente nuevo a nivel de fe y a nivel de átomos y moléculas. Precisamente por su tremenda fisicalidad, la resurrección de Jesús ofrece nueva esperanza a los átomos como igualmente a las personas.
Yo creo que Jesús fue resucitado de entre los muertos, literalmente. Creo también que este acontecimiento fue -como las ricas apreciaciones de la teología contemporánea apuntan- altamente espiritual: un acontecimiento de fe, de cambio de conciencia, de nueva esperanza que potencia una nueva caridad y un nuevo perdón. Pero fue también un acontecimiento de cambio de átomos y de cambio de un cuerpo muerto. Fue radicalmente físico, exactamente como resultan todos los acontecimientos que son parte de la encarnación en donde Dios asume verdadera carne.