El 13 de mayo de 1917, tres pastorcillos fueron testigos de las apariciones de Nuestra Señora en Fátima, que duraron hasta el 13 de octubre del mismo año.
La Virgen se mostró, según el relato de los videntes, exenta, sobre una encina, vestida toda de blanco; era de pequeña estatura, como si se hubiera querido acomodar a la altura de los niños.
No es de fe creer en las apariciones particulares, y sin embargo, ¡cuánta fe se percibe en quienes acuden a venerar los lugares marianos, en especial donde se han dado signos especiales de presencia de la realidad sobrenatural!
Al acercarnos a los relatos de distintas apariciones, sorprende la coincidencia de que los testigos directos son personas sencillas, de las que no se puede pensar que inventaran la experiencia extraordinaria.
El pastor de la Virgen de Guadalupe, en Cáceres; el indio Juan Diego en Guadalupe, México, la pastorcilla Bernadette; Lucía, Jacinta y Francisco en Fátima, son todos ellos representación de los que bendice Jesús en el Evangelio: “Te doy gracias, Padre, porque has ocultado estas cosas a los sabios y entendidos, y se las ha revelado a la gente sencilla”.
He sido testigo, en diversas ocasiones, de celebraciones en centros de peregrinación dedicados a la Virgen, y en todos ellos se cuentan gracias especiales, que concede el Señor en el interior de las personas. ¡Cómo se consuela el alma ante la presencia de la Madre de Jesús!
Hoy sentimos la presencia de Nuestra Señora de Fátima. Personalmente, tengo historias estremecedoras por haber experimentado la providencia divina a través de la invocación a la Virgen. Guardo muy dentro las palabras que la Señora dijo a los pequeños: “No temáis”. Y de manera particular, escuché: “No temas, yo lo haré”. La Virgen es mediadora de gracias, especialmente de la que atrae el corazón de los pecadores hacia su Hijo Jesús. ¡Cuánta gracia, cuánta perdonanza, cuánta paz en los lugares marianos, y en especial en Fátima!
El blanco del vestido, la cabeza inclinada, la belleza del rostro, la mirada humilde surten un efecto de atracción que concentra las miradas de tantos peregrinos, que sienten en sus almas el beso de la Madre.