La Virgen en mi vida

30 de julio de 2008

Con el paso del tiempo, las experiencias de niña se fueron madurando y haciendo vida. Hoy repaso mi pequeña historia y puedo constatar có­mo ella fue marcándome el camino y ayudándome a dar pasos por él. Ante este acompañamiento permanente y eficaz no me queda más que dar gracias. Veo a María como la madre. Madre de Je­sús, de la Iglesia y de cada uno de sus miembros.. Es mi madre. Y esto me llena de gozo.

Ciudad Redonda. Un lugar para compartir lo que somos.Tendría nueve o diez años cuando, en la Ca­pilla del Colegio, se cantaba con frecuencia a la Virgen: "Llévame Madre, llévame al cielo, que es­tar no puedo lejos de Ti. Cuando las olas suban al cielo, cuando furiosa ruja la mar, si Tú diriges mi derrotero, no tengo miedo de naufragar .Llévame, Madre, llévame al cielo…"

Aquel canto se me grabó tanto, que muchas veces lo cantaba yo sola por dentro, me producía mucha paz y me parecía que a la Virgen le gus­taba que se lo cantase (aunque yo canto bastan­te mal).

Pasados tres o cuatro años tuve en mis manos un libro de Sor Isabel de la Trinidad. En una de sus páginas, que hablaba de la Virgen, decía: "Es Ella, la Virgen, quien me tomará de la mano para introducirme en el cielo…" y en otro capítulo Sor Isabel decía que el cielo estaba dentro de ella por­que el cielo era Dios y a Él, le tenía dentro.

El don de su presencia

Todo esto, sin saber cómo ni por qué fue to­mando cuerpo. Sentía suavemente la presencia de Dios dentro de mí y le pedía a la Virgen que me "llevase a ese cielo" que tenía dentro, que me lle­vase y me tuviese con Él. Me gustaba cerrar los ojos y cantarle canciones. Así pasaba muchos ratos. Ha­bía encontrado lo que había leído en Jn. 14, 23. "Si alguno me ama, guardará mi Palabra y mi Padre lo amará y vendremos a Él y haremos morada en él".

Mas tarde fui descubriendo las palabras de la Virgen "Hágase en mi, según tu palabra" y ese há­gase, al hacerlo mío, el Señor me concedió que se convirtiera en don, el don de consagrarme a El: me hizo su esposa. Mi alegría fue inmensa, quería compartirlo todo con El, como María.

Tiempos de gozo y de dolor

A lo largo de los días, los años, ha habido de todo, ratos de gozo y de dolor, de luz y de oscu­ridad, pero Ella iba por delante. Las pocas veces que aparece en la Biblia, lo decía todo. Me ense­ñaba a buscar a su Hijo cuando la oscuridad, aca­so la oscuridad de la fe, se hacía presente; lo bus­caba con Ella como cuando se le perdió en el templo, y como Ella siempre lo encontraba y le decía ¿por qué me haces eso?

La Palabra de Dios, se ora, pero las mismas cosas no resuenan siempre igual y hace unos años María, junto a los sirvientes de las Bodas de Cana, me decía: "Haced lo que Él os diga", me lo decía suavemente pero con insistencia.

Me enseñaba a mirar a los demás, a escuchar, a ver sus necesidades y acudir a Jesús para pedir su ayuda.

Su Inmaculada Concepción siempre ha sido un estímulo para evitar el mal, hacer el bien e in­tentar enseñarlo así a niños y jóvenes.

A Jesús por María

A Jesús se va por María y María siempre nos lleva a su Hijo, que me hablaba por medio de San Pablo en Rm.12: "Os ruego pues, hermanos, por la misericordia de Dios que ofrezcáis vuestros cuerpos como hostia viva y agradable a Dios". Me lo repetía también en la Plegaria Eucarística III "Que Él nos transforme en ofrenda permanente" Otra vez María, la Madre, me llevaba a querer compartir todo con Jesús, en medio de una paz grande.

Los años han ido pasando y las ‘goteras’ van saliendo, pero Ella también me enseña a estar al pie de la cruz cuando el dolor se hace presente Ahora no es difícil estar ‘dentro’ en ese cielo del corazón donde están los Tres siempre esperando, para simplemente estar juntos y recibir fuerza y paz.

Con Ella puedo entonar ‘mi magníficat’. Dios me ha regalado mucho aunque yo no he sido ni soy siempre fiel. Es cierto que necesitamos a Dios, que le buscamos, pero creo que Él nos bus­ca con mayor insistencia, es como si necesitase nuestro cariño, nuestra compañía, y es María, la Madre, la que nos enseña a estar con su Hijo.

María es la madre buena que siempre ha ca­minado conmigo y confío que "será Ella quien me tome de la mano para introducirme en ese otro cielo donde veré a su Hijo cara a cara".