Todos nosotros estamos familiarizados con el relato bíblico de la Visitación. Sucede al principio del Evangelio de Lucas. Se encuentran María y su prima Isabel, ambas embarazadas. Una lleva en su vientre a Jesús, y la otra a Juan el Bautista. Los Evangelios quieren que reconozcamos que estos dos embarazos son biológicamente imposibles; uno es por concepción virginal, y el otro es por una concepción que ocurre mucho después de la edad en que una mujer puede concebir. Así que hay claramente algo de divino en cada uno. En lenguaje sencillo, cada mujer lleva un regalo especial del cielo y cada una lleva una parte de la promesa divina que un día establecerá la paz de Dios en esta tierra.
Pero ni María ni Isabel -mucho menos alguien de su entorno- reconocen conscientemente la conexión divina entre los dos niños que ellas llevan. Los Evangelios nos presentan a los niños y a sus madres como “primos”; pero los Evangelios quieren que lo entendamos más profunda que biológicamente. Son primos del mismo modo que Cristo se relaciona con esas otras cosas que son del divino. Esto, entre otras cosas, es lo que se contiene en la noción de la Visitación.
María e Isabel se encuentran y ambas están embarazadas con el poder del divino. Cada una lleva un niño que viene del cielo: una lleva a Cristo, y la otra a un profeta único, el “primo” de Cristo. Y sucede una cosa curiosa cuando se encuentran. El primo de Jesús, dentro de su madre, sin consciencia explícita, salta de gozo en presencia de Cristo, y esa reacción hace que surja el “Magnificat” dentro de aquella que lleva a Cristo.
Hay mucho es esa imagen: el primo de Cristo, inconscientemente, salta de gozo en presencia de Cristo, y esa reacción hace surgir el “Magnificat” de la que lleva a Cristo. Christian de Cherge, el abad trapense que fue martirizado en Argelia en 1996, sugiere que, entre otras cosas, esta imagen es la clave para saber cómo nosotros, como cristianos, deberíamos encontrarnos con otras religiones en el mundo. Él ve la imagen como ilustrando este paradigma:
El Cristianismo lleva a Cristo en su seno, y otras religiones llevan también algo divino, un “primo” divino, uno que señala a Cristo. Pero todo esto es inconsciente; de hecho, no comprendemos el vínculo, la conexión entre lo que llevamos nosotros y lo que lleva el otro. Pero reconoceremos su parentesco, aunque inconscientemente, cuando estemos delante de otro que no comparte nuestra fe cristiana pero es sincero y verdadero con su propia fe. En ese encuentro comprenderemos la conexión: Lo que llevamos hará saltar alguna cosa de gozo en el otro y esa reacción ayudará a hacer surgir el “Magnificat” fuera de nosotros; y, como María, querremos permanecer con ese otro para ayuda mutua.
Y necesitamos esa ayuda, como la necesita el otro. Como Christian de Cherge dice: “Sabemos que esos a los que hemos venido a encontrar son como Isabel: son portadores de un mensaje que viene de Dios. Nuestra iglesia no nos dice y no sabe lo que es el exacto vínculo entre la Buena Noticia que llevamos y el mensaje que da vida al otro. …Puede que nosotros nunca conozcamos lo que es ese vínculo, pero sí sabemos que el otro es también portador de un mensaje que viene de Dios. Por tanto, ¿qué deberíamos hacer? ¿En qué consiste este testimonio? ¿Qué hay a propósito de la misión? …Fíjate: cuando María llega, es Isabel la que primeramente habla. ¿O lo hizo ella? …Lo más probablemente, María habría dicho: “Paz, la paz sea contigo”. Y este simple saludo hizo vibrar algo, a alguien dentro de Isabel. Y en esta vibración algo se dijo. …Que es la Buena Nueva, no toda la Nueva Buena, sino lo que se puede vislumbrar de ella de momento”.
Christian de Cherge entonces añade este comentario: “Al fin, si estamos atentos, si situamos nuestro encuentro con el otro atendiendo y deseando encontrarnos con el otro, y necesitando al otro y lo que tiene que decirnos, es posible que el otro vaya a decirnos algo que conectará con lo que llevamos, algo que revelará complicidad con nosotros… permitiéndonos ampliar nuestra Eucaristía”.
Nos necesitamos unos a otros, todos en este planeta, cristianos y no cristianos, judíos y musulmanes, protestantes y católicos romanos, evangélicos y unitarios, agnósticos sinceros y ateos; nos necesitamos para entender la revelación de Dios. Nadie entiende plenamente sin el otro. Así, nuestras interrelaciones entre unos y otros no nacerían sólo fuera del entusiasmo por la verdad que nos han dado sino nacería también de nuestra falta del otro. Sin el otro, sin reconocer que el otro también lleva al divino, seremos, como Christian de Cherge afirma, incapaces de hacer surgir nuestro propio “Magnificat”. Sin estar unos con otros, ninguno de nosotros podrá ofrecer la Eucaristía “por muchos”.